Eureka
Por: Dolores Mendoza / @LolaMenrom ‏  

Una vieja libreta de liberalismo me hizo recordar un análisis sobre la esclavitud, en este, se hacía una meditación sobre el suicidio, donde se le veía como el único acto de libertad que los esclavos podían tener.  Es decir, dejando de lado la muerte, su único acto de libertad radicaba en decidir sobre su cuerpo.

Aunque claro, este tipo de meditaciones se enfocaban únicamente en los hombres, no como sinónimo de humanidad o  especie, sino únicamente como varones.

Pero si generalizamos y pensamos que las mujeres no son de Venus, y los hombres no son de Marte, sino que compartimos un mismo espacio, donde lo que rige a uno también lo hace con el otro, o si vamos más lejos e imaginamos que existe un manto invisible que cubre a todos, que de momento llamaremos igualdad, entonces podremos utilizar lo narrado en el primer párrafo, para poder abordar, desde esa primera impresión, la legalización del aborto.

De manera reciente, una marea de color verde que inició en Argentina desempolvó el debate sobre este tema, con ello, y con ayuda de las redes sociales, muchas nos unimos a la causa como acto de sororidad. Las horas fueron tensas, y aunque de manera tácita el resultado ya estaba cantado, no se paró de tener esperanza hasta que esos fatídicos votos se dieron a conocer. Con 38 en contra y 31 a favor, se echó para atrás el proyecto de ley, al menos en este año.

Tal vez se pensó que la efervescencia de las pañoletas verdes pararía ese día, y que su recuerdo solo se vería en los marcos de los perfiles de Facebook. Pero más que una marea, este movimiento parece ser un fuego que se aviva a la menor provocación.

El pasado 28 de septiembre se conmemoró el día “De acción Global por un aborto legal y seguro” y como era de esperarse, este movimiento, ahora identificado con el color verde, que a veces es vida, esperanza o putrefacción, todo dependiendo del cristal con que se vea; se hizo presente en las principales ciudades del país.

Las pintas en los monumentos y los edificios históricos indignaron a más de uno, o mejor dicho, las pintas esta vez parecían ser más indignantes. Pero esta misma indignación fue la herramienta que las ayudó a ser percibidas, pues en ocasiones una pinta en una iglesia se escucha más fuerte y más lejos que mil mujeres que gritan consignas a favor de sus derechos.

El problema parece ser, que cada acto en esta sociedad, que insiste en parecer moderna, se juzga a través de la moral, pero de una moral hipócrita, que calla cuando le es conveniente y señala sin escuchar razones.  Los prejuicios, son entonces, quienes no permiten entender a las personas que están en contra del aborto, que este debate va más allá de su moralidad y la percepción que tengan de lo bueno y lo malo.

Actualmente, el punto neurálgico de la legalización del aborto, habla más de mujeres y de cualquier persona con la capacidad de gestar, tomando decisiones sobre su propio cuerpo. Porque sí bien se ha avanzado en algunos casos, en donde el aborto se permite únicamente si se cumple con una serie de condiciones, esto parece quedarse atrás, sí tomamos en cuenta que en Rusia, el aborto es legal desde 1920, y si hacemos una comparación en el plano latinoamericano, podemos encontrar que llevamos un rezago de décadas cuando nos comparamos con Cuba.

El aborto, visto como opción para concretar un proyecto de vida, ayudaría a que miles de niñas que resultan embarazadas año con año, puedan seguir viviendo como lo que son, niñas. Que por diferentes razones, entre ellas, la falta de una educación sexual temprana y el desconocimiento del uso de los métodos anticonceptivos, terminan con embarazos no deseados.

Y es que quien piensa que despenalizando el aborto, este se incrementará de manera exponencial, no prevé, que también será necesario, una reforma profunda en cuanto a salud y educación sexual, para que precisamente, el aborto no sea el sustituto de la píldora del día siguiente.

Y para las mujeres detractoras, bueno, para ellas no  tengo palabras que escribir; tal vez, solo diría que no comprendo su postura. A excepción, quizá, de quienes no pueden tener hijos. A ellas solo les puedo decir, que entiendo el recelo, y que lamento su situación, pero las calles están llenas de niños de mujeres que obligaron a parir, y al final, madre es la que cría, ¿no?

Si la historia le hiciera justicia a las mujeres, y nos compensara por la diferencia en los sueldos, el no votar, los matrimonios arreglados, la educación,  los zapatos de tacón, la depilación con cera, los golpes, el acoso, las violaciones, y una serie de vejaciones que podría seguir citando; dejaría entonces,  que este tema lo debatiéramos únicamente entre nosotras. Y en los congresos las manos que se levantarían a favor o en contra, serían únicamente las nuestras.

 

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