Por: Mario Galeana

Tras el telón fino de papeles blancos que revuelve el aire se encuentra Claudia Rivera Vivanco, la presidenta municipal más joven en Puebla, la primera mujer de izquierda que gobernará la capital, la primera de tantas cosas y, quizá por eso, la expectativa sobre su gobierno sea compartida por muchos.

Es lunes 15 de octubre, la alcaldesa está en medio de la plancha del Zócalo —donde las etiquetas en los respaldos de las sillas que indican el lugar de los “invitados especiales” son menos que nada, porque en el lugar lo mismo se codean secretarios municipales que globeros, comerciantes, militantes y activistas—, ha dicho la última línea de su discurso y, tras el Himno, han brotado de todas estas partes estos papelitos blancos.

Hace menos de tres años el nombre de Claudia Rivera no figuraba en ninguna portada, en ningún círculo más allá del de las bases de Morena. Pero su meteórica carrera la ha llevado a la presidencia de la cuarta ciudad más poblada del país y, en consecuencia, a la esfera más cerrada de la política en el estado: a ser vista con recelo por el resto de los integrantes del círculo rojo y, sobre todo, de la cúpula de Morena.

Pero este mediodía, durante la presentación de su gabinete municipal, todos están aquí. Sólo destaca la ausencia de Gabriel Biestro, el coordinador de Morena en el Congreso, y del gobernador José Antonio Gali Fayad —quien envía, en su representación, al contralor Rodolfo Sánchez Corro—.

Minutos antes de que el evento inicie, de una Suburban blanca descienden Miguel Barbosa y Yeidckol Polevnsky, líder nacional de Morena. Lo primero que la dupla declara a la prensa es que apoyarán el gobierno de la alcaldesa, y lo dicen sonrientes, agitando suavemente la barbilla.

—Queremos que le vaya bien a Puebla y estamos muy contentos. Será la dirección nacional (de Morena) la que establezca los lineamientos sobre cómo se debe gobernar en los estados de Puebla. No venimos a controvertir… —dice Barbosa.

—No, no, no, para nada… venimos a acompañar —completa Polevnsky.

—¿Siente el respaldo de Claudia? —le pregunta un reportero al ex candidato.

—¡Sí, claro que sí! Ya lo ha dicho, ¿qué no?

•••

En la plancha del Zócalo están instaladas cuatro pantallas donde se transmite lo que ocurre al interior del Palacio Municipal, donde se realiza la primera parte de la presentación pública del gabinete de Rivera. Al palacio sólo ingresan los regidores y sus familiares, diputados federales y senadores de Morena, y figuras tan distintas como Rubén Sarabia Sánchez Simitrio o el arzobispo Víctor Sánchez.

En su discurso inicial, Rivera no azuza la desgastada consigna de “¡Barbosa gobernador!”, pero algunos de los presentes inician el coro apenas ven entrar al ex candidato del brazo de su hijo y de Polevnsky.

En realidad, la presidenta municipal de Puebla no alude directamente a ningún grupo político: no respalda a ninguno y no descalifica a otro. Pide, por el contrario, una “reconciliación” entre la ciudadanía:

—Los convoco a que dejemos atrás las diferencias, a que dejemos atrás el sectarismo y los enconos y emprendamos juntos el mismo camino rumbo a la reconciliación —arenga.

Y sin embargo. Rivera recibe la administración de manos de un gobierno panista y, sin hacer ninguna crítica directa, hace un diagnóstico avasallador:

—La ciudad requiere cirugía mayor. Desde aquí les digo a los que han vulnerado nuestra casa que no tengo miedo, que no habrá tregua contra los delincuentes ni contra el crimen. Esta es nuestra ciudad y empezaremos por recuperar los espacios públicos; aseguraremos el derecho humano al agua con la remunicipalización del sistema operador de agua. Para ello necesitamos solidaridad: les pido que no me dejen sola (…) Enfrentamos no sólo una crisis de seguridad, sino graves condiciones de desigualdad social y de un abrumante abandono cultural, impensable en una ciudad con nuestra tradición y el tamaño de nuestra historia.

Los enemigos, parece decir Rivera, están allí. Ella misma los lleva al discurso al decir que “cualquier persona o grupo que quiera desestabilizar este gobierno” será denunciado y combatido por ella misma. Y en la crítica tal vez quepan lo mismo ex líderes sindicales —como Israel Pacheco—, que líderes de Morena —como Biestro o José Juan Espinosa Torres—, y hasta ex funcionarios municipales, porque, antes de que se cumplan los primeros 100 días de su gobierno, Rivera promete “denunciar lo que no funcionó” y exigir “un proceso de rendición de cuentas”.

—Arrebataremos la ciudad de Puebla a los agoreros del fracaso, a los criminales y a los corruptos para hacerla nuevamente nuestra, de todos, incluyente, utópica, pero posible.

Entonces sale del Palacio Municipal y trota hacia el Zócalo, donde tomará protesta a su hermana, Mayte Rivera Vivanco, como presidenta del patronato del DIF Municipal: el primer nombramiento que podría traer críticas a su administración.

Pero nada de eso ocurre por ahora. Más bien, ahora mismo, Rivera dice que no hay ciudadanos de segunda ni de primera, que por eso ha terminado su discurso aquí, en el Zócalo, y poco después de entonar el Himno revuelve el aire los papelitos blancos bajo el sol plomizo del mediodía.

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