Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11

Bajo la fronda de una inmensa jacaranda de la Ciudadela, nos escondimos de la lluvia. Nuestra caminata a Bellas Artes se había frustrado por una tormenta bíblica, la cual no parecía importarle al Xoloitzcuintle que corría feliz jugueteando entre nuestras piernas y las de su dueña, quien también se protegía como nosotros de lo que ya se había convertido en granizada.

Pronto ni siquiera las ramas evitarían que acabáramos empapados, así que corrimos hacia el único edificio que teníamos cerca: la Biblioteca de México.

La lluvia tiene siempre la puntada de conducirnos a donde le plazca. ¿No se han dado cuenta? Sean sorprendidos una día por la lluvia en medio de la calle y verán cómo acaban escondiéndose en lugares cuya existencia ni siquiera imaginaban.

Y la lluvia nos llevó a la Biblioteca inevitablemente. Un verso de Carlos Pellicer vino a mi cabeza, por eso las cosas saben más de mí que yo de ellas. Lo pensé porque así es siempre con la lluvia y las tormentas: ellas nos llevarán siempre a donde se le de la gana y lo saben mucho antes que nosotros.

Entramos al primer patio y nos sacudimos el agua que no había sido consumida por la tela. Ya no me acordaba lo imponente del edificio que un día fue un granero. Cruzamos entonces los demás patios para llegar a uno de nuestros lugares preferidos: la biblioteca personal de Carlos Monsiváis.

Ese lugar no dejará nunca de sorprenderme. Conocerás a un hombre por su biblioteca, dicen algunos, y al estar entre los libros que una vez sostuvo, uno tiene la impresión de conocer a Monsi de toda la vida. Caminar en esa biblioteca es platicar con él de música, de cine, de las calles, de artistas, escritores; de poesía. Es un diálogo eterno entre uno y Monsiváis el cronista, Monsiváis el ciudadano, Monsiváis el caminante.

La biblioteca, según nos dijo la encargada, fue concebida según la forma del Distrito Federal. Los estantes de arriba emulan los edificios largos como refrigeradores acostados de Mario Pani; los estantes que van desde el piso hasta el techo, en donde están todos los libros sobre cine, igualan unos rascacielos si punta; los libreros escondidos, en donde descansan sus libros sobre diversidad sexual, son un callejón oscuro; los pasillos, avenidas.

Ir a la biblioteca personal de Monsiváis es un viaje dentro de otro viaje.

Afuera, la lluvia no hacía más que volverse más violenta, y entendimos que todavía no era hora de salir.

Pero entonces la curiosidad me llenó de pronto gracias al silencio en el que estábamos inmersos y se nos ocurrió preguntar a la encargada si había algunos libros que estuvieran dedicados. Imaginen todos los títulos que algún día le fueron regalados a Monsi. Nos contestó que había una sección entera que guardaba los ejemplares con dedicatoria, pero que solo podían ser enseñados al curioso por ella, o por quien se encontrara a cargo.

“Los que mas nos piden ver son los de Carlos Fuentes”, nos dijo. Con toda la amabilidad de México nos preguntó que cuál nos gustaría ver. Uno de José Emilio Pacheco, le contesté. Y entonces dió unos pasos hasta llegar a donde estaban los libros clasificados con la letra P y sacó uno al azar que descansaba junto a las Batallas.

            Como la lluvia, curiosamente eligió ese.

Nos lo dió y se quedó esperando a que lo examináramos. Lo abrimos en la primera página y encontramos las letras de José Emilio escritas con plumón negro. Una dedicatoria sencilla, corta, muy de él, para su amigo, Carlos.

Mi piel fue recorrida por un escalofrío de emoción, la garganta de M, dice, se cerró con un nudo. Parecíamos haber visto un fantasma.

Ahora entiendo porque la lluvia nos llevó hasta ahí.

Cuando salimos ya había dejado de llover. No nos quedaba nada más que agradecer a la tormenta por habernos llevado a donde se le había dado la gana.

 

***

La lluvia trae cosas, yo no sé qué, y si uno está en la Ciudad de México, las cosas que trae la lluvia, huelen muy diferente a las que trae en cualquier otro lugar. Todo lo que se ha enterrado alguna vez, todo lo que se ha llevado el tiempo, sale de nuevo a la tormenta.

Huele a ríos enterrados, a escombros y a cuerpos que nos arrancó el temblor; a esquinas y banquetas que ya no existen más. A eso huele la lluvia en Ciudad de México, a tiempos que ya no son. 

***

PS 

En CDMX el pan de muerto no es hojaldra.

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