Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria / @neftalicoria
Hay días que nos parece que nada estuvo bien y en verdad, nada sucedió como quisiéramos que hubiera ocurrido. Las cosas del día no se resolvieron y se comprueba que nada es fácil. Y lo que es peor, suele llegar la sensación real de que uno se cansa de la vida y nos parece que a nadie le importa lo que nos pasa y lo comprobamos; es cierto, que a nadie le importa un carajo lo que nos pase, lo que nos tiene en la desazón y la tristeza que comienza como una bocanada de vapor frío. Hace bien la tristeza, eso es verdad y nadie en la más luminosa sensatez, puede negarla, porque también nos hace falta. Y de verdad –como maldición– se estrella el vaso de güisqui al darle el primer trago, quema los labios el cigarrillo de la esperanza, nadie llama por teléfono y hasta la puerta de entrada a casa, no se abre a los primeros giros. Así hay momentos en la vida y hasta donde sé, así le ocurre a muchos. Tampoco es cosa de que la gente –en esa costumbre de manifestar perfección– lo niegue, porque hoy se vive una fiebre porque la perfección sea nuestra aliada y que en todo momento estamos bien, como se expresa en las redes sociales.
El mundo no está hecho a nuestra medida, por más que los que pierden el control en el poder, así lo crean y se empeñen en hacerlo a su talla cometiendo vilezas. Entre la vida y un mundo difícil de comprender como lo decía W. S. Merwin en un desesperado poema al padre. Se crean espejismos en los que con toda facilidad creemos y muchas veces, esas ficciones se llegan a creer durante toda la vida, que por cierto es muy corta. No se puede ir contra el mundo que no entendemos y podemos verlo en las grandes epopeyas de la literatura griega, por ejemplo. O en El Quijote, en Hamlet, o en el Paraíso Perdido de Milton.
En esos días aciagos, los espejismos y las verdades florecen como si ambos fueran una sola cosa y entonces se confunden ante nuestros ojos. La ciudad se nubla si la recorremos, se oscurece si nos detenemos a contemplarla. La noche se acerca más pronto y la gente nos parece fantasmas que se agregan al aire para obrar en contra nuestra. Después viene la noche definitiva, como un bálsamo que nos arrastra al mejor de los paraísos que son los sueños, y yo sueño, sueño y sueño. Pasan los malestares y toman lugar las historias soñadas. Emocionan como emociona la lectura de un cuento bien escrito. Yo sueño casi siempre y me gusta habitar esa locura, esos momentos desquiciados en los que todo es posible y en los que la historia se cambia y somos testigos de verdades nuevas que –si acaso las recordamos– nos ayudan a descifrar algunos enigmas de nuestra seca realidad.
La vida, cuando desde el amanecer atardece, suele parecernos larga y espinosa, porque lo más cercano al sufrimiento, siempre es largo, pero no, los días como la vida son cortos y también en la alegría, la vida sigue siendo corta, aunque en esos estados melancólicos o grises, si es que algún color tienen, parezcan no tener fin.
En esos días que parecen ser hechos con los muros de un túnel y en los que no se ve salida, como si fueran un camino hacia un horizonte incierto, yo acudo a recordar los sueños, los libros leídos, las noches memorables, los eventos de mi vida en los que fui feliz, pero también en los que fui profundamente desdichado y tomo medida de lo que pasa en el presente. Hubo mejores tristezas, hubo mejores incertidumbres en otros días, y me animo. Y he aprendido que nada nos vence si no trae consigo la muerte, nada puede destruirnos si la razón está en nuestras aguas, porque es de la destrucción o la muerte de lo que andamos huyendo y quizás esos sean nuestros verdaderos temores, nuestros verdaderos enemigos aceptados y temibles, muchas veces innombrables e innominados, pero eso es lo que puede echarnos al suelo y hacernos perder las batallas diarias.
Escribo lo que la pluma me dicta y respiro un poco. Pienso en las personas que amo y miro la luz del cielo que no se agota por aquellos momentos en que la negrura nos cerca y hay algo más que suele accionar su maquinaria, como si fuera una red de salvación para el caído: La poesía, la bendita poesía de los poetas amados, de los que escribieron como si Dios cantara a través suyo. O como si una bestia o el mismo demonio, atizara en su corazón para buscar la verdad íntima que vive limpia tras los balcones de una historia que parece pertenecernos a todos. Por eso es, por lo que confío en los poemas que fueron escritos por un hombre que sabía la verdad de muchos. La poesía me ha enseñado que la verdadera intimidad es un patrimonio verdadero y de valor único.
Aunque muchas veces, caemos y cuesta levantarnos, creo pertenecer a esos que cuando caen, levantarse no es el paso inmediato. Me cuesta mucho levantarme, porque hay los que no se levantan y esos son a los que les importa la vida y el mundo en el que viven, los más sensibles. Porque hay los que creen nunca caer, porque esos son los hijos de puta –como los llamó Eduardo Galeano– que se dedican a torturar a la humanidad y tienen vidas larguísimas. Y en verdad los hay, son esos a quienes ni el mundo ni la vida les importa más que para pisotear y pasar por encima de los demás y son un ejército.
Que la poesía nos asista y levante a los que ella pueda levantar, a los que con su palabra pueda alimentar. A los demás, que los deje destruir el mundo a sus anchas.
