En su contestación, el presidente del congreso, Gabriel Biestro sonó al candidato perdedor, Luis Miguel Barbosa, con las palabras que solía utilizar en su discurso del fraude

Por: Mario Galeana

Transmutar de una persona a otra debe ser un proceso alquímico fácil; transmutar a una persona en una institución sólo podría ser posible bajo la sombra de la llamada Cuarta Transformación.

Miguel Barbosa, por ejemplo, no estuvo en el último informe que el gobernador José Antonio Gali envió al Congreso de Puebla. Pero estuvo.

Miguel Barbosa no evaluó ni contestó el informe. Pero lo contestó.

No era él, pero era él. Eran sus palabras. No era su voz. Era la voz de Gabriel Biestro, el jefe de la bancada de Morena. Era la misma voz de una campaña que languidece cuatro meses después de la jornada electoral.

“Es hora de que al poder se le devuelva su sentido ético, ya hay que quitarle la frivolidad, la fatuidad, la opulencia, la fantochería, el derroche”, pronunció ayer Biestro al contestar el informe y pronunció asimismo Barbosa tantas veces en una retahíla ya gastada mientras recorría los municipios del estado.

Transmutar los intereses de Barbosa en los intereses del Congreso local tuvo, para el bloque legislativo de Juntos Haremos Historia, ciertas consecuencias. Ayer le hablaron a nadie. Nadie estuvo ahí para escuchar sus reclamos. Nadie los vio deshacerse en la tribuna mientras reprochaban, otra vez, la existencia del fraude electoral.

Gali había informado, días atrás, que no acudiría a la sesión solemne para rendir su informe de labores: un hecho inédito, no ocurrido en los últimos 108 años. Sin embargo, el gobernador había confirmado que en su lugar asistiría el segundo hombre más importante de su gobierno, Diódoro Carrasco.

Por la mañana de ayer, no obstante, Carrasco canceló su participación y en reemplazo se designó a Ignacio Alvízar, un secretario más bien de bajo perfil, que hasta hace pocos meses ocupaba una curul allí mismo, en la sede del Poder Legislativo.

 

EL PAPEL DE ALVÍZAR

Alvízar llegó al Congreso sonriente, pero trémulo ante la intempestiva encomienda de representar a Gali en un poder controlado por la oposición. Era una mañana gris, lluviosa. En las afueras de la sede del Legislativo un grupo de 20 supuestos burócratas despedidos en la administración de Rafael Moreno Valle cargaba cartulinas fluorescentes y, apenas vieron a Alvízar, empezaron a gritar: “¡Reinstalación, reinstalación!”.

El titular de la SEP oyó los reclamos, pero siguió de largo. Entró al Pleno y se dejó caer en una silla que dispusieron para él, detrás de la Mesa Directiva.

Después de que los representantes de las 10 bancadas valoraron el gobierno de Gali, Alvízar se levantó e hizo entrega formal del informe: una caja naranja que puso en las manos de José Juan Espinosa.

Naranja era, también, el partido en el que ambos militaban hace no mucho tiempo, pero Espinosa trató con hielo a su ex compañero, que batallaba con el botón de su saco antes de poder posar para la fotografía de la entrega.

Cuando Alvízar se preparaba para pronunciar el discurso que horas antes había recibido, Espinosa fingió demencia, brincó ese punto del orden del día de la sesión solemne y se cedió a sí mismo la palabra, una violación al protocolo.

Alvízar quedó sumido en un mutismo agrio: todo su rostro era hosco y oscuro, y miraba al presidente de la Mesa Directiva con la fuerza de un volcán.

 

EL PACTO

Antes del arribo de Alvízar, los diputados del PAN, PRD, MC, Compromiso Por Puebla, PVEM y PRI hicieron una media luna en torno a una mampara que decía “Acuerdo para el respeto y la cordialidad”, y tenía impresos los nombres de los 41 diputados locales.

Sólo 19 firmaron el acuerdo que pretendía cejar las agresiones personales entre diputados. Otros 22 lugares para firmas quedaron vacíos: el número exacto de diputados de Juntos Haremos Historia.

Mientras los legisladores del Frente, del PRI y PVEM signaban, los supuestos burócratas despedidos gritaban a sus espaldas: “¡Son unos corruptos! ¡Sinvergüenzas! ¡Vendidos!”.

Al finalizar la sesión, Biestro salió del Congreso e hizo frente a la multitud. Al verlo, los ex burócratas pasaron de ser grito enfurecido a tierno agradecimiento: “Nos vemos el próximo lunes”, les dijo el jefe de la bancada de Morena. Y ellos sonrieron bajo la cortina fina de lluvia.

En el Pleno, durante la discusión del informe, la sesión solemne fue la continuidad de otros días: la división de dos grandes bloques legislativos ante el inminente fallo que resolverá el fin del conflicto poselectoral (o el inicio de una nueva campaña), con el PRI y el PVEM como testigos neutros.

PAN y aliados resaltaron algunos de los actos y obras realizados durante los casi dos años de gobierno de Gali.

En cambio, Morena, PT y PES reprobaron su gestión. La crítica se extendió con el discurso que Espinosa hizo en representación de la LX Legislatura, donde acusó a Gali de dejar al estado “en la más grave crisis de inseguridad” y amagó, una vez más, con la posibilidad de someterlo a un juicio político.

El PES, a través de Miguel Trujillo, fijó un posicionamiento extemporáneo por al menos dos años: no evaluó el gobierno de Gali, sino el de Rafael Moreno Valle. Mientras que el PT adujo que el gobernador nunca pudo “cortar el cordón umbilical” de su antecesor.

A esa misma hora, mientras la sesión solemne ya se consumía, Gali celebraba —celebraba— su último informe, en un evento paralelo realizado a kilómetros de distancia, en un auditorio adonde los reclamos de Barbosa no llegaban.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *