En esa multitud apretujada en el patio de la casa del mendrugo apareció un brazo, el rostro y finalmente el vientre de Miguel Barbosa que se abría paso entre otros vientres y caminaba con dificultad hasta el centro de la mesa.
Por: Mario Galeana
José Juan Espinosa sostenía el micrófono y estaba a punto de decir que ni en el Congreso ni en Puebla nada sucedería hasta que ellos quisieran, cuando en ese instante el barullo aumentó, todos voltearon hacia la entrada aunque nada se veía; aunque los cuerpos de tantos desconocidos impedían ver quién cruzaba por la multitud, una multitud de alcaldes y diputados, pero sobre todo una multitud anónima, porque en la conferencia de prensa había unos cuantos reporteros y camarógrafos, y tantísimos más rostros desconocidos: supuestos líderes sociales, supuestos líderes universitarios, supuestos líderes de colonias, supuestos líderes que nadie reconocía.
De a poco, en esa multitud apretujada en el patio de La Casa del Mendrugo apareció un brazo, el rostro y finalmente el vientre rebosante de Miguel Barbosa que se abría paso entre otros vientres rebosantes y caminaba con dificultad hasta el centro de la mesa. Todo acompasado bajo aquella consigna apretada en las gargantas de los anónimos, la consigna que hoy, ya conocido el fallo del Tribunal federal, suena más a réquiem: “¡Gobernador, gobernador, gobernador!”.
Espinosa Torres, que vio interrumpido su discurso por el gobernador de ninguna parte, dejó de morderse las uñas y siguió diciendo que en el Congreso de Puebla nada sucederá en tanto el gobierno federal no fije una mesa de negociación entre ellos y Martha Erika Alonso.

Luego vino una suerte de terapia grupal entre todos: congresistas, alcaldes y diputados federales. El legislador federal Guillermo Aréchiga dijo que el fallo del TEPJF forma parte de la “resistencia al cambio y la Cuarta Transformación”. El diputado local Gabriel Biestro dijo que ellos están acostumbrados a pelear contra estos hechos –es decir, la derrota–. La presidenta municipal Karina Pérez dijo que el gobernador legítimo –es decir, de ninguna parte– era Miguel Barbosa, y éste le respondió con un gran beso en la mejilla. La diputada federal Nay Salvatori señaló que tras la sentencia los ojos se le llenaron las lágrimas y sólo pudo rogarle a Dios que bendijera a Puebla –y casi sonó música de melodrama–, y finalmente vino Barbosa.
Fue triste, debía serlo: Barbosa tenía la voz apagada, ceniza. Su esposa, Rosario, le acercó un vaso delicadamente hasta las puntas de los dedos de la mano derecha, y él hundió la vista sobre la mesa. Luego comentó que en Puebla Morena tiene una representación política enorme –la tiene– y que había que evitar que el gobierno de Martha Erika fuera igual a los anteriores, al de Rafael Moreno Valle y al de José Antonio Gali Fayad.
—Nosotros ganamos el 1 de julio —indicó, el dedo alzado, la sonrisa apagada—; Martha Erika no ganó el 1 de julio —dijo, y los anónimos entonaron el réquiem otra vez.

