El Vicepresidente de la mesa directiva del Congreso evitó a toda costa responder a las preguntas de otro morenista, Federico Chilián
Por: Mario Galeana
Héctor Alonso está ansioso frente al teléfono celular de Federico Chilián, un militante de Morena doblado a director de un modesto periódico impreso de nombre Transición. Son las 14:21 horas del martes 18 de diciembre.
El vicepresidente de la Mesa Directiva no parece tener más urgencia que la de terminar de una buena vez la exclusiva entrevista que ha otorgado desde su lujosa camioneta Suburban, y que Chilián transmite desde su propio celular.
Una entrevista que, es preciso mencionar, durará cinco minutos: con Chilián prácticamente empujado fuera del vehículo que la Cuarta Transformación ha dispuesto para su diputado local.
En el video, el rostro rubicundo de Alonso mira hacia todas partes, salvo la cámara; juega con un sombrero, mira su reloj, abre las rejillas del aire acondicionado y deja que su corbata repose plácidamente sobre su vientre generoso.
—Muy buenos días, mi diputado Héctor Alonso —inicia, condescendiente, el entrevistador, antes de preguntar qué opina sobre la supuesta alta traición a la que Yeidckol Polevnsky, dirigente nacional de Morena, ha condenado a todos aquellos presidentes que se reúnan con la gobernadora electa.
—No, no es así —le rebate el vicepresidente—. Ella externó que mantengamos una relación institucional... y nada más. Tampoco podemos estar como los niños que no hablan y se sacan la lengua.
Luego la entrevista se empantana: Chilián insiste en preguntar si este regaño de Polevnsky es hacia Claudia Rivera, la presidenta municipal de Puebla, y Alonso insiste en contestar cualquier cosa.
—Hizo casi alusiones directas hacia la presidenta municipal.
—Eso no lo escuché; yo no estaba ahí, no tengo comentario...
—Bueno, su discurso fue general...
—... al respecto.
—... de que no justifica que los alcaldes trabajen de manera cercana con la gobernadora, que no...
—No, no, no, se malentendió. Sí se puede trabajar de manera institucional —zanja el diputado y su entrevistador resuella. Alonso mira su teléfono, luego hacia la cámara y se disculpa:
—Ya no tengo tiempo, de verdad —y, casi inmediatamente, ordena a su chofer dar una vuelta en U para hacer tiempo.
Apabullado, el entrevistador prosigue:
—Supongo que estás enterado de las declaraciones que tu colega José Juan Espinosa hizo hacia la presidenta municipal.
—Son declaraciones de él que yo no comparto, yo respeto a la presidenta municipal y su ámbito de acción.
—Sí, pero la opinión pública percibe que en Morena no hay una cohesión, unidad de criterios... —insiste Chilián, tratando de profundizar, pero en ese instante Alonso apresura a su chofer y le urge que vuele, que atraviese la luz amarilla del semáforo: “sí pasas, sí pasas, sí pasas”. Y sí: pasó.
—... hay una percepción de que Morena está dividida, confrontada...
La pregunta de Chilián cae en ninguna parte: Alonso tiene los ojos clavados en su teléfono celular. Tras varios segundos recuerda que hay otro teléfono apuntándole a la cara.
—Yo, te digo, tengo mi opinión, y no estoy enterado de lo que diga José Juan sobre la presidenta.
Chilián está abrumado. Trata de dar vuelta al diálogo estéril y opta por preguntar sobre el veto que José Antonio Gali aplicó a varias de las reformas que el Congreso local aprobó en los últimos días, y la posibilidad de que esto se replique en el gobierno de Martha Erika Alonso.
Pero el entrevistador no halla juego en el entrevistado, cuya displicencia llega al límite, y dice que Gali ejerció su derecho constitucional y que ahora, “con la nueva gobernadora, veremos si se mantienen así las cosas”.
El entrevistador está derrotado. Y confirma su desazón con la única pregunta que un periodista no debería permitirse:
—¿Algo que no te pregunté y que consideres importante para los ciudadanos?
—Que ya hay un gobierno del estado que se decidió por un voto en el Tribunal y nosotros respetamos las leyes, así como ha dicho el Presidente... vamos a trabajar nuestro ámbito y ella el suyo, y donde haya coincidencias, las habrá.
—... y donde haya diferencias, ustedes las harán notar —completa el entrevistador.
—Exactamente. Así es, hermano. Ya, me voy. Nos vemos luego — y extiende una mano, aunque, dada la conversación, es imposible determinar si se trata de un saludo... o de un intento por abrir la portezuela —Pórtate bien ¿eh?
