Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles

En Londres convergen dos historias: la normal (la que tú y yo vivimos aquí y ahora) y la que cuentan las chimeneas en el invierno, lo que significa que al ir caminando por cualquier calle, uno sortea sus pasos entre la realidad y el pasado, que sale de las casas en forma de columnas delgadas de humo, como cuando de niños nos equilibrábamos sobre una raya amarilla pintada en el asfalto.

            Apenas cinco de la tarde, oscuridad total. Es cierto, los organismos responden a la luz o a la falta de ella, por eso siempre tengo hambre, por eso M. piensa, incluso desde temprano, que siempre son  las nueve de la noche.

            La espera para el año nuevo, parece eterna. Lo es. Lo está siendo. De aquí a media noche quedan todavía muchas vidas.         Ya perdí la cuenta de las Guinness que tomamos hoy. Ni fueron tantas, pero sí más de cuatro, una en cada lugar que encontrábamos.

            Hace rato un vendedor francés nos quiso estafar.  Discutimos en tres idiomas. Inglés, francés y uno inventado. Después nos dimos cuenta que él estaba en lo correcto: le pagué con un billete de diez libras, un billete que está descontinuado. ¿Yo qué culpa? Pero luego me remuerde la conciencia, fui duro con él y me comporté como un imbécil prepotente. “Solo tiene que ir al banco y cambiarlo. No le cuesta nada.” Me consolé. Ser turista, o fingir serlo, aún en el país propio, le da a uno licencia para poner siempre cara de tonto. Aun después de tantas pintas, el alcohol no hizo efecto, ¿será otra vez mi organismo reaccionando a la luz o a la falta de ella?.

            Caminamos.

            Nos hacemos fotos en las puertas, pienso en el nombre de Notting Hill. Suena bien. “Notting Hill”. Casi a la traducción sería -aunque sea fonéticamente-, Colina de Nada. Colina, nada.

            Regresamos en metro a casa. Las caras de todos son las caras de los hombres y mujeres que vienen terminando un año. Están paralizados, nadie dice nada, solo, por la ventana, se escabulle el sonido industrial de las ruedas rechinando con las vías.

            M toma mi mano. Yo me doy cuenta hasta mucho después, cuando la otra se me ha dormido por la posición en la que estoy tomando el pasamanos y entonces necesito la otra para sostenerme. Pienso en las rayas amarillas otra vez, en ir equilibrándome.

            Churchill. He pensado mucho en Churchill. Él recordaba bien lo que Napoleón había dicho alguna vez: si quieres conocer a un hombre, mira cómo era el mundo cuando tenía veinte años. Tengo 26. ¿Cómo es el mundo ahora? ¿De verdad, Churchill?, ¿Por mi mundo me conoceréis?

            Tres paradas en la misma línea de subterráneo en la que Nick Drake viajó tanto, en la que escribió canciones.  Sobre la que escribió canciones. “Northern Sky”, tal vez pensaba en cómo titular su canción, y se dio cuenta que estaba en la Northern Line. Combinó los términos. El resto es historia. Ya ven, uno, cuando se queda sin imaginación, empieza con las suposiciones.

            Llegamos a Hampstead, la estación más profunda de todo el sistema. Pienso en en el blitz, en cómo la gente dormía en las vías para protegerse de las bombas nazis. En Hampstead nos estamos quedando. Aquí esperaremos el año.

            A las 9 pasadas el sopor es infernal. Un anuncio en la televisión advierte que la transmisión del año nuevo desde las Casas del Parlamento, será presentada por Madness. Me gustaba Madness hace mucho, tuve dos CD’s de ellos.                     Me sé todavía de memoria “Our House”. 

            Por fin dan las doce. Alcanzamos a sacar solo el cuello por la ventana. Cierro los ojos, le digo a M. que haga lo mismo. No vemos el centro, pero por los fuegos artificiales, sabemos a qué dirección mirar.

            Escucho explosiones, algún vitoreo cercano. Pienso de nuevo en el blitz. Es 2019.

            Seguiré contando

***

Post Scriptum

            En sudor y se asoma por la ventana. Las láminas de los coches delatan el frío que hace, pero ella ha pasado un infierno de calor, lo que posiblemente sea un problema a la hora de elegir la ropa del día. Se encuentra más tarde con Patricio en Hampstead y juntos toman el metro que les llevara a algún lugar del centro de Londres.

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