Por: Javier Sánchez Galicia
sanchezgalicia.com

El primer nivel de una crisis política es la inestabilidad. El estado de Puebla vive un escenario de crisis, como preámbulo de las elecciones extraordinarias que habrán de definir al próximo gobernador o gobernadora,  que terminará con el clima de incertidumbre y de polarización en esta entidad federativa.

En un estudio pionero, Huntington (1994) reconoce el valor de los actores dentro de la dinámica particular que adquieren los procesos de cambio político, y realiza un extenso análisis de los posibles desenlaces de una coyuntura de crisis política. Para este fin, examina la relación de fuerza existente entre el gobierno y la oposición en el momento justo en que surge un impasse.

Los herederos políticos del matrimonio Moreno Valle-Alonso no salen del pasmo ante la tragedia y difícilmente recuperarán la hegemonía que lograba el senador fallecido. El primer efecto fue un vacío de poder, luego una disputa por la elección del gobernador interino, hasta llegar a la pulverización del grupo que gobernó durante ocho años y la posibilidad de que Morena se haga del gobierno de Puebla.

De acuerdo con la metodología de Huntington, para salir de la crisis política que vive el estado de Puebla, pueden ocurrir los siguientes desenlaces posibles: un reequilibrio del régimen vigente (lo que difícilmente sucederá), la creación y aceptación de nuevas reglas del juego (con nuevos candidatos), una situación de involución política y, finalmente, tras un periodo de inestabilidad, un acuerdo forzado a partir de un equilibrio inestable entre el nuevo gobierno y la oposición.

Transición democrática en Puebla

Cuando una crisis se resuelve a favor de la democracia a través de un proceso de transición pacífica (en Puebla quedó en entredicho y sólo polarizó el ánimo ciudadano), el camino a seguir puede configurarse por cualquiera de las tres vías siguientes: las transformaciones, los reemplazos o los traspasos.

  • Las  transformaciones ocurren cuando las élites en el poder apuestan por la democratización, pensando garantizar el control del proceso y el mantenimiento de importantes cuotas de poder. En este caso, obviamente, se trata de élites dominadas por sectores “blandos” que buscan prevenir su caída y aspiran en el fondo a mantenerse en el poder de manera legitimada, lo cual no sucede en Puebla. La impugnación de las elecciones llevó a los partidos a dirimir las irregularidades en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación con un resultado final favorable a la candidata de la Coalición Por Puebla al Frente.
  • Los reemplazos poseen una lógica inversa, pues suponen la existencia  de una oposición fuerte con la suficiente capacidad para imponer el cambio político de acuerdo a sus condiciones, o sea, sometiendo a las fuerzas y sectores vinculados al gobierno. El tsunami que provocó Andrés Manuel López Obrador en el país y la estela de Morena, mantiene una tendencia favorable a ese partido que llevaría al candidato o candidata de Morena a ganar la elección extraordinaria en Puebla.
  • Finalmente, el traspaso se articula a partir de una situación intermedia en donde existe más bien un equilibrio de fuerzas entre el gobierno y la oposición, pero que no está claramente definido. Ninguno de los oponentes se encuentra aquí seguro de imponerse a su adversario y, al predominar los moderados en ambos  bandos, prefieren pactar las condiciones, los ritmos y la profundidad del proceso de cambio.

Con análisis de este tipo se demuestra que la democracia se construye por medios democráticos; es decir, la base del cambio político se encuentra en las negociaciones, los compromisos y los acuerdos gestados por las élites políticas más que en otros posibles mecanismos. Ya no cabe el autoritarismo, los chantajes de “dinero o cárcel” y,  mucho menos, el fraude electoral.

Obviamente, el espacio, la profundidad y los ritmos de esos acuerdos y su materialización se encuentran determinados por las condiciones particulares del proceso electoral extraordinario que vivirá Puebla, pero lo fundamental de los mismos radica en que las fuerzas políticas y los grupos sociales clave son quienes explícita o implícitamente pactan entre si los términos mínimos para transitar a la democracia.

Asimismo, el primer resultado de tal acuerdo básico consiste en la ampliación de la participación política o inclusión legítima de sectores anteriormente excluidos. En segundo lugar, los grupos participantes deben moderar ostensiblemente sus posturas políticas radicales, facilitando de esta manera el propio proceso de transición.

Elecciones sobre escenario incierto e inestable

La elección de Puebla se sumará a otros cinco procesos que se llevarán a cabo durante 2019.  En Aguascalientes se renovarán 11 alcaldías; en Baja California Norte, además de la gubernatura, se elegirán a los miembros del Congreso del Estado y cinco presidentes municipales; en Durango se votan 39 ayuntamientos; en Quintana Roo se renovará el congreso local compuesto por 25 diputados, en tanto que Tamaulipas elegirá 36 diputados locales. En los seis estados ya se preparan las estrategias políticas para enfrentar la presencia nacional de Morena y al ánimo anti-sistema (aún focalizado en contra del PRI y del PAN) que aún predomina en el ánimo ciudadano.

El reciente libro que publiqué, bajo el sello de Piso 15 Editores, lleva como título Estrategias de Campaña Sobre Aguas Turbulentas, el cual fue escrito bajo la premisa de que en América Latina se viven procesos electorales en escenarios inestables e inciertos. Señalo que, además de emplear un enfoque estratégico, es importante medir adecuadamente el humor social, la calificación de los gobiernos, la aspiración de cambio,  el voto oculto, entre otras variables,  para conocer de manera profunda a los electores.

Aunque algunos politólogos han insistido en mostrar el fenómeno electoral desde el enfoque de la transición democrática, pocos son los estudios que han profundizado en analizar la intrincada naturaleza de la predisposición del voto. A la complejidad que representan los procesos electorales, se ha agregado la relativa superficialidad de los estudios electorales, que le han otorgado mayor peso a la cuestión de ¿quién va a ganar y con qué margen?, que al análisis de la predisposición electoral.

No podemos soslayar que la personalización de la política jugó un papel relevante en los comicios de 2018 al canalizar, en la figura de Andrés Manuel López Obrador, los anhelos de cambio y esperanza de una población que padeció durante décadas niveles de pobreza e inseguridad cada vez más alarmantes. La predisposición de rechazo al sistema de gobierno,  la ausencia de satisfactores sociales, y un sentimiento de molestia y decepción, fueron evidentes en el pasado proceso electoral.

La ausencia de pertenencia, disgusto, falta de representación y rechazo a los partidos políticos se le conoce también como desafección política (Campillo, 2016). Este desapego al régimen y su sistema de representación alcanzó un polo negativo definido por una hostilidad completa hacia el sistema político. Entre los síntomas más importantes que reflejaron el ánimo de los electores encontramos: ineficacia, disconformidad, cinismo, separación, alejamiento, impotencia, frustración, rechazo, hostilidad y alienación.

En pasados procesos electorales, este sentimiento se traducía en un voto de castigo. Las elecciones de julio no reflejaron sólo descontento, fue algo más profundo. El descontento supone la insatisfacción por los rendimientos negativos de un régimen o de sus dirigentes ante su incapacidad para resolver problemas básicos (ocho de cada 10 personas desaprobaban la gestión del presidente Enrique Peña Nieto). El descontento no suele afectar la legitimidad democrática y es, sobre todo, coyuntural. Depende de los vaivenes de una opinión pública vinculada a la popularidad de los gobiernos y sus políticas.

La desafección política invade, sobre todo, a los nuevos electores: jóvenes, informados, críticos, conectados, no acarreados a actos partidistas. Representaron 58% de los electores que componen el voto switcher y que suelen definir una elección. Son los que adoptan una actitud antisistema y presentan dos posturas: a) no acuden a votar, porque no creen en el sistema de partidos, o b) votan para ver perder al partido en el gobierno

La desafección política creó en México un sentimiento antisistema que aunado a la posibilidad que tiene el ciudadano de hacer valer su voto, aceleró la derrota del partido en el poder. El razonamiento actual es que los  ciudadanos ya no votan a favor de lo que un gobierno hace, sino que vota en contra de lo que deja de hacer. Continuidad vs Cambio es una  fuerte lógica de voto en los procesos electorales de México y, sobre todo, en Puebla. La participación política, el valor del voto, el respeto a la voluntad ciudadana e instituciones con legitimidad, logran resultados que fortalecen la vida democrática.

Morena podría ganar elección extraordinaria.

Ante una nueva elección prevista para junio próximo en Puebla, el ánimo electoral no ha cambiado mucho. De acuerdo con una encuesta estatal realizada en diciembre pasado por la empresa Mas Data, la identidad partidista hacia Morena se mantiene en una proporción de 3 a 1 con respecto al PRI y al PAN; la preferencia electoral es de 60% a favor de Morena, contra 25% para el PAN y 11% para el PRI; una eventual alianza entre estos dos partidos es rechazada por 54% de las personas encuestadas.

Al tratarse de una nueva elección y no una reposición del proceso del 1 de julio, que  fue calificado en diciembre por el TEPJF, los partidos deberán elegir un candidato competitivo que convenza a los ciudadanos sobre su capacidad  para resolver la creciente crisis de inseguridad y violencia en el estado (65% de los poblanos refieren que es el problema que más les preocupa). En la encuesta de Mas Data, 67.5 % manifestó inclinarse más por el candidato que por el partido, particularmente, por un aspirante  que esté preparado para resolver problemas (38%), y que sea honesto (31%).  El tema de corrupción en Puebla está identificado, en 37%, como “los gobernantes que benefician a parientes o amigos”.

En Puebla se reduce, cada vez más, la posibilidad de que un partido político controle los procesos electorales y oriente la intención de voto. Se ha terminado el voto corporativo, crece la condena ciudadana hacia la compra del sufragio, se reducen los triunfos con base en la movilización electoral; y la influencia de campañas mediáticas sobre la obra pública durante los procesos electorales ha perdido su eficacia.

Es imperante que un futuro promisorio y optimista para Puebla se vea paulatinamente más claro. Lo que predominará será el interés de los electores en temas que les afectan o benefician, y rechazarán a aquellos partidos y candidatos que no conecten con sus necesidades más urgentes.

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Consultor en comunicación política para campañas electorales, gobiernos y figuras públicas en América Latina. Autor del libro “Estrategias de Campaña Sobre Aguas Turbulentas”.

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