Javier López Zavala estaba ahí, en el estrado, pese a su militancia priista; agitaba el brazo aunque con menos euforia que la multitud que asistió la noche del 3 de marzo al mitin que se llevó a cabo en Ajalpan.

Por: Mario Galeana

La miríada de gritos y puños en alto sacudía la plaza pública de Ajalpan la noche del sábado 3 de marzo. Sobre el presidium, un hombre abotagado de camisa roja a cuadros agitaba el brazo de manera tímida y, a diferencia del resto de la multitud, no se atrevía a proclamar que quien sostenía el micrófono en ese instante, Miguel Barbosa, sería gobernador.

Aquel hombre de boca sellada era Javier López Zavala, que hace 10 años habría podido convertirse en el heredero directo del marinismo, de no ser porque otro hombre se impuso frente a él y fundó el morenovallismo, una nueva corriente hegemónica que hoy ha fenecido. Algo que podría decirse también de la primera.

Entonces Javier López Zavala estaba allí, a pesar de todo: de su militancia priista, de su pasado y de su silencio. El hombre más callado del mundo agitaba el brazo mientras la multitud se deshacía en proclamas y vítores sobre el orador principal.

Aunque, pensándolo bien, no hacía falta que dijera nada: su sola presencia en el estrado implicaba que Miguel Barbosa había desdibujado el principal atributo de Alejandro Armenta, su rival más cercano en la contienda interna de Morena.

La fórmula es simple: ya no es Armenta el único que puede desarmar toda la estructura que el PRI impuso en el estado a lo largo de 80 años. Ahora, para esa tarea que parece cada vez más sencilla, Barbosa cuenta con López Zavala.

Todo estaba listo. El precandidato de Morena fue preparándose para que la llegada de López Zavala —y los que falten— no fuera cuestionada por sus propios seguidores. Desde el primer día de su precampaña urdió un pacto político, un pacto de “reconciliación”, y pocos días más tarde convocó a los militantes de Morena a abrir el partido a “hombres y mujeres de buena fe”.

Aquella noche, en Ajalpan, le dijo a la multitud que todos, sin importar extracción política, deben ser parte de ese pacto, de ese movimiento de unidad.

—Quien no lo comprenda así, no está a la altura de las circunstancias. Las verdaderas gentes de Morena son hombres y mujeres generosos, generosas —les advirtió, y la diputada Olga Lucía Romero Garci-Crespo lo miraba sin dejar de asentir con la cabeza, una y otra y otra vez, arriba y abajo sin cesar, como una máquina.

El mitin de ese sábado fue, para Barbosa, especialmente significativo. El hijo pródigo volvía a la Sierra Negra antes de convertirse en candidato de Morena, que, bajo las circunstancias políticas actuales, es como convertirse en gobernador.

Alguna voz entre la multitud gritó: “¡Qué viva El Momo!”, y Barbosa la oyó y sonrió para sus adentros.

—Sí —explicó—, aquí me decían El Momo porque soy Luis Miguel Gerónimo y a los Gerónimo les decían Momo. ¡Ah! Pero también me decían El Pollo

—¡Pues que viva El Pollo! —gritó otra garganta, y Barbosa sonrió de nuevo.

—Todo lo que se debe saber por querer ser candidatos ¿verdad? —bromeó.

Desde hace unos días, Barbosa termina cada uno de sus eventos diciendo que él siente —y que siente que los demás lo sienten también— que pronto Morena será gobierno en Puebla.

Cada vez que empieza a decir esa frase, una frase que parece deleitar palabra a palabra, en la multitud se recobran los aplausos, los tamborazos, los puños en alto y los gritos, y todo explota cuando Barbosa termina por decir: “¡Me canso ganso!”.

Aquella noche en Ajalpan fue igual, salvo por el hombre más silencioso del mundo, que se hundió en su teléfono celular y apenas alzó un puño tibio, mientras alrededor todo era un estallido, mientras alrededor todo era un unánime “¡Barbosa gobernador!”.

CORTESÍA