Economías emergentes como China e India, o latinoamericanas como Perú, Brasil o Ecuador, han incorporado la innovación frugal como opción para reducir la brecha de inequidad e injusticia social.

Plumas Ibero
Por: Rocío Barragán de la Parra

En la última década se ha escuchado con frecuencia sobre la innovación y los diversos campos de aplicación en los que se utiliza: negocios, procesos, bienes, servicios, generación de experiencias e incluso en interacciones y formas de relacionarse.

El exponencial crecimiento del tema tiene que ver con la importancia que éste ha adquirido al vislumbrarse como una capacidad fundamental que cualquier organización debe desarrollar –sí o sí–, para garantizar su permanencia en el mercado, así como la satisfacción y bienestar de sus clientes o usuarios.

El término innovar comúnmente se relaciona o define como la capacidad de hacer, decir o actuar de manera distinta a lo cotidiano; concebir de manera diferente lo que hasta ahora se ha hecho, dicho o actuado.

El primer paso para entender el desafío de la innovación consiste justamente en reconocer que ésta emana de un proceso creativo y estratégico que debe ser planeado y ejecutado cuidadosamente para que dé los resultados esperados.

Existen muchas teorías y procesos que abordan la manera o el modo de administrar y generar la innovación, una de las metodologías más difundidas es la conocida como “Radar de la innovación”, por su esquema representado como ondas sonoras. Este radar plantea tres niveles para innovar: El primero y más sencillo sucede en la innovación incremental, el cual queda incluido y ampliado en el segundo nivel conocido como sustancial y, el grado más alto de innovación –que supone además los dos anteriores– es el llamado nivel de innovación radical.

La innovación incremental se manifiesta de manera más frecuente y consiste en realizar un cambio, ajuste o adición al bien, servicio o experiencia ofertada por la empresa. Si alude a la administración de procesos entonces el enfoque se centra en introducir cambios o ajustes capaces de eficientar variables como el trabajo, el tiempo y/o el dinero.

La sustancial está vinculada con realizar cambios más profundos y, por ende, menos accesorios o superficiales; implican, por ejemplo, una nueva versión del bien o servicio que lo vuelva más asequible, ergonómico o sustentable, más práctico, económico o eficaz; lo que le permite un nivel mayor de diferenciación y casi de inmediato representa una nueva oportunidad de negocio y probablemente la introducción o abordaje de un mercado existente y uno nuevo. Innovar radicalmente implica un cambio de 360 grados, completamente desconocido, o representado. Conlleva una manera disruptiva de atender o resolver una necesidad o deseo, supone también un riesgo mayor en la implementación y prototipado de la idea. Por ejemplo, pensar en pastillas para quitar la sed en lugar del agua en su forma más común de consumo que es líquida.

En el desarrollo de metodologías innovadoras con cualidades disruptivas ha logrado gran posicionamiento el llamado “Design Thinking” o “Diseñar Pensando”, también identificada como “Innovación centrada en el usuario”, que se fundamenta en procesos rápidamente democratizados por la sencillez de su planteamiento; lo que no significa un proceso sencillo o un resultado fácil, sino un proceso sencillo para un resultado completamente nuevo.

La clave es encontrar ideas rápido, prototipar barato, probar inmediatamente y equivocarse pronto; lo que reduce la inversión de tiempo, dinero y esfuerzo. La finalidad es que la ideación del bien o servicio se acerque rápidamente al posible usuario para su validación; si ésta no funciona o hay que corregirla o modificarla, se inicia inmediatamente el segundo proceso de innovación: de la idea al prototipo, de éste a la prueba y cierra el ciclo con la evaluación.

Una evolución de esta metodología surge en la llamada innovación frugal, que busca atender mercados de escasos recursos conocidos como emergentes y, paralelamente, hacer frente a los retos ambientales. Su finalidad es responder a desafíos de innovación con mayor incidencia en el desarrollo social y/o ambiental; a partir de las necesidades generadas por la creciente insolvencia de recursos globales como la escasez alimentaria, de recursos hídricos, falta de energía o pérdida de cosechas a partir del cambio climático.

De este modo la innovación frugal busca innovar en una comunidad local, urbana o rural, identificando en los habitantes y el territorio las oportunidades para resolver problemas y con ello además re-empoderar procesos productivos, adaptados armoniosamente al estilo de vida particular de una sociedad.

Economías emergentes como China e India, o latinoamericanas como Perú, Brasil o Ecuador, han incorporado la innovación frugal como opción para reducir la brecha de inequidad e injusticia social que prevalece prácticamente en todo el mundo. En las universidades se es consciente del desafío que representa esta implementación, y confiados en que la educación es la clave para posibilitar un mundo mejor, se hace también la apuesta para incorporarla como aprendizaje situado en planes de estudio, en desarrollo de competencias y en perfiles de egreso; pero sobre todo en la mente y en el corazón de los futuros profesionales, para que sean capaces de comprender este tipo de innovación como una apuesta a favor de los demás.