Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11

Francisco Pizarro era extremeño y Hernán Cortés también lo era. Los dos, reconocidos conquistadores. El primero capturó a Atahualpa y derrotó a los Incas; el segundo, no hace falta escribir quien fue.

Una montaña es una montaña y ya, pienso, pero esta montaña que veo desde el autobús tiene algo. Algo. Además, no es una simple montaña, es un volcán, el Volcán Pizarro. Y sí, tiene algo, algo que hace de su líneas algo verdaderamente hermoso. Una formación de tierra elegante.

Pero la duda me carcome, ¿por quién lo habrán nombrado? ¿Por Pizarro el que venció a 40 mil soldados Incas, o por Cortés de Monroy y Pizarro Altamirano, el que quemó sus naves y los pies de Cuauhtémoc?

Da igual, una montaña es una montaña y ya.

 

*** 

            Íbamos pasando el malpaís cuando recordé que en la caseta de Amozoc vendieron perros toda la vida. Los vendedores los sostenían como bistecs, alzando los brazos, uno en cada mano; pasaban entre los coches que formaban filas larguísimas a la hora en que el domingo agoniza, se acercaban a las ventanas de los coches y apachurraban la nariz del cachorro contra el cristal, esperando generar la compasión que concertara la compra.

Eran criollitos, como se les dice elegantemente a los perros de los que no se sabe bien la raza; criollitos, así decía la cartulina fluorescente que otro personaje, que también sorteaba los coches, sostenía.

Me rompían el alma, con sus carnes abultadas debajo de la mano de quien los remataba en 300 pesos. Desde niño los veía, primero como augurio de que las vacaciones empezaban, luego como aviso de que ya habían terminado.

 

-¿Esta ya es la caseta de los perros?-, decía, con el sopor del sueño infantil de carretera.

              -No, todavía falta otra- decía papá.

 

Y entonces me volvía a dormir recargado en el vidrio o en lo que alcanzaba de él. Y así, cada que el coche se detenía.

Pasando el malpaís fue que me acordé de esto, de cómo vendían cachorros en la caseta de Amozoc, y entonces, con el sobresalto de un pendiente inútil, me dije, ¡no pasamos por la caseta!. Luego me acordé que estábamos yendo a Veracruz por Xalapa, no por las cumbres, y por eso fue que no pasamos por Amozoc.

A veces tengo la sensación de que estamos en un tablero de pinball, a merced de los obstáculos, y es así como vamos olvidando pedazos de nuestra memoria. Hacen una carretera nueva y jamás volvemos a pasar por el camino de siempre; Tiran una casa y quedan sepultados los espectros.

 

¿Todavía venderán perros en la caseta?

 

El malpaís se fue convirtiendo de a poco en montañas húmedas.

 

***

Las señales de carretera tienden a generar desesperación en mí. Primero, he advertido, ahora mismo que venimos pasando frente al Cofre de Perote, que no hay lógica alguna en su sintaxis: uno dice “Xalapa 106”, indicando que precisamente faltan tantos kilómetros para llegar a la capital veracruzana; luego, después de unos diez minutos de viaje, otra señal aparece en el camino diciendo "Jalapa 115”.

 

¡Carajo!, vamos de reversa o qué.

 

Pero en cuanto a la inconsistencia de escribir Xalapa por un lado y Jalapa por el otro, ya me imagino la escena en una junta de señores de los que hacen la señalética de las carreteras mexicanas.

 

-Jefe, tenemos que hacer los letreros de la nueva carretera, pero tenemos una duda, ¿cómo se escribe, Xalapa o Jalapa?

            -De las dos se puede, Almeida.

 

Y tras una hora de discusión se delibera que se mandará a poner uno con J y uno con X, para ser ecuánimes con la ortografía.

 

Ya ven, si cometes un error pero lo haces con convicción, se verá como todo menos como un error.

 

Ah, pero el kilometraje les valió un cacahuate.

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PS

Hay gente que vive eternamente con la pijama puesta.