Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11
En los tiempos en que cursé segundo de secundaria, mismos tiempos en los que –como lo adivinará el hábil lector– yo era también un puberto detestable, el profesor H fue mi profesor de química.
Era más joven que los demás maestros, era de actitud dispersa, aparentaba ser insurrecto, y en los escasos seis meses que nos dio clase tuvo siempre la dificultad de adaptarse a las normas conservadoras del Instituto México, el colegio católico al que asistí toda mi vida.
Mis compañeros y yo notábamos (creo que los alumnos son los mejores analistas sociales) que siempre luchaba por no desviarse hacia temas que nada tenían que ver con su materia; nos hablaba de música, literatura y, contrario a los tabúes de la escuela, también nos hablaba sobre sexo de vez en cuando; lo hacía de lo más normal sabiendo muy bien que saciaba –de la forma más sana que podía– nuestra curiosidad adolescente.
Un día, durante el recreo, el profesor H se acercó a mí y me dio un libro verde. “No se lo enseñes a nadie”, me dijo. Nunca voy a entender porqué siempre, y hasta la fecha, me ha pasado ese tipo de cosas.
Me pareció extrañísimo, pues el profesor H jamás había mostrado signos de querer entablar conmigo cualquier conversación que fuera más allá de la tabla periódica de los elementos, mucho menos fuera del salón.
Acepté el libro y le pregunté que por qué me lo estaba dando a mí. “Tú lo vas a entender, me dijo, aunque te advierto que tal vez no podrás dormir las primeras semanas después de acabarlo.
Hojeé el libro con indiferencia y cuando llegué a mi casa descubrí que el profesor H se había tomado el tiempo de forrarlo con papel color verde limón, con la única intención de que nadie viera el título.
Al parecer, era de suma importancia que nadie me viera con él entre las manos, mucho menos que supieran que el profesor H me lo había dado.
El libro era Una realidad aparte, de Carlos Castaneda, una crónica sobre el peyote, viajes astrales y de cómo el propio autor conoce a Juan Matus, un brujo yaqui del desierto de Sonora, quien además le cambia la vida por completo, pues le hace ver, como el título dice, la existencia de realidades no percibidas por el ojo común.
¿Por qué el profesor H me regaló ese libro? Jamás lo sabré.
¿Que si me quitó el sueño tal como me advirtió al momento de dármelo? No, de ninguna manera, pues nunca asimilé las experiencias relatadas en él más que parte de una ficción con la que nunca conecté, pues, supuse, se necesitaba un poco de ayahuasca –cuando menos– para comprenderlo del todo.
¿Que si me cambió la vida? No y sí. No porque la sustancia del libro jamás me dijo nada; sí porque sin él hubiera tardado mucho en entender que la realidad limitada de mi adolescencia en un colegio católico no era el único mundo, no era la única burbuja.
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Me vengo enterando que es bastante común que la gente tenga experiencias extracorporales, (en inglés OBE, out of body experiences).
Según un artículo escrito por Joshua Rothman (no tengo el gusto), entre 8% y 15% de la población mundial dice haberse sentido, al menos una vez, fuera de su cuerpo.
“¿Qué andas leyendo, Pablo?”, escuché la pregunta en mi cabeza cuando me sorprendí a mí mismo llegando al final del artículo, mismo que en un día normal hubiera ignorado por completo, pues sabrán que no soy mucho de leer sobre cosas que tengan que ver con viajes de ayahuasca, pero este artículo, que termina planteando situaciones relacionadas con la Matrix, una realidad programada y sobre la que el alma en realidad no pertenece al cuerpo, sino que es una facultad, digamos, flotante, se me hizo completamente revelador.
¿Puede uno estar por un momento fuera de su cuerpo? y, además, ¿ser consciente de ello?
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Del profesor H no volví a saber nada. Nadie lo hizo. Simplemente un día llegó una maestra de química en su lugar y después lo olvidamos.
Algunos años después, en una edición del festival Jazzatlán, en Cholula, me topé con el profesor H que se encontraba, como yo, entre el público.
Cuando le dije que todavía tenía el libro de Castaneda que me había regalado, su respuesta fue: “¿Yo?, ¿cuál libro dices?”.
Es evidente que no lo recordaba.
Al día de hoy puedo asegurar que la única experiencia extracorporal que yo he vivido ha sido la de escuchar What’s going on, de Marvin Gaye, de principio a fin.
Seguiré contando.
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POST SCRIPTUM
Una disculpa por las abundantes cacofonías de mi columna anterior.
