Por: Guadalupe Juárez
Enrique Cárdenas es otro cuando se acerca al grupo de apenas siete personas con cámaras y celulares. Una mueca en su rostro y el constante movimiento de sus manos, una encima de otra, cuando habla, son una muestra de cómo se siente incómodo, aunque las preguntas sean cómodas.
Este jueves, el ex rector de la Universidad de las Américas Puebla (Udlap) optó por el volanteo al sur de la capital poblana y empezó a repartir sus propuestas entre la fila de autos de un crucero, actividad que interrumpe por una llamada telefónica.
A pesar de que un transeúnte curioso se acerca para conocer sus propuestas, ha tenido que ser María, esposa del candidato, la encargada de explicarlas, mientras el economista se mantiene al teléfono.
La entrega de volantes entre los autos termina porque camina hacia los pocos medios de comunicación que lo esperan bajo el sol del mediodía.
La mayoría del tiempo con la prensa lo ocupa para explicar sus actividades en su gira un día antes por Tehuacán y cuando las preguntas comienzan, el candidato frunce el ceño.
Todo es aceptable en cuestionamientos para el académico, como su estado de ánimo, sus posibles números en las encuestas, sus propuestas recicladas de quien alguna vez criticó, como los apoyos económicos para el trámite de titulación de universitarios, su balance en el cierre de campaña, las declaraciones de Eduardo Rivera, el apoyo de los partidos que lo abanderan, de nuevo su estado de ánimo.
En cuanto un reportero de un periódico que no es de su agrado está a punto de formular una pregunta, dirige una mirada a su enlace de prensa, quien corta de tajo la entrevista.
—Candidato, sobre la camioneta…
—Gracias, muchas gracias.
Cárdenas da la vuelta y continúa con el volanteo con un comerciante que ha puesto en su negocio sobre la banqueta una pequeña lona con la imagen del candidato, quien es rodeado de un grupo de jóvenes con playeras con el logo del PAN que son capaces de atravesar el crucero vial de la 11 Sur y la 105 Poniente para “recibir al doctor”.
Una de ellas, con sombrilla en mano, es también capaz de empujar a un reportero que ha intentado preguntar de nuevo sobre su tema, pero es bloqueado por manoteos y empujones que le tiran los lentes. El propio candidato pide a su enlace de comunicación que evite que sigan los cuestionamientos.
Pasan 10 minutos y el enlace mantiene primero una discusión acalorada con dos reporteros más que le reclaman el cerco informativo hacia sus dos medios, porque justifica que no “ponen lo que dice el candidato”.
—Dile a mi director—, le pide el reportero.
—Pero no digas que es un cerco informativo, no lo hay, ustedes no publican las cartas aclaratorias que mando—, responde.
El reclamo se vuelve un murmullo. Cuando el enlace busca de nuevo a su candidato, porque piensa que en esos 10 minutos ha recorrido una distancia considerable, se da cuenta que apenas lleva una cuadra.
La tortura para Cárdenas vuelve y la sonrisa que mostraba a una comerciante se borra de su rostro. De nuevo una reportera tiene que preguntarle sobre un tema incómodo.
—Sólo sería ella—, dice su enlace de prensa.
—Pues a ver, ya ni modos—, exclama un candidato sereno, pero con el ceño de nuevo fruncido.

