En la calle 1 Oriente, atrás del templete que han colocado en el parque Juárez, la gente sigue derecho sin detenerse a ver o escuchar quiénes hablan y ondean sus banderas.
Por: Guadalupe Juárez
En Tehuacán, donde Enrique Cárdenas esperaba que hiciera más eco su discurso, se encontró con la indiferencia.
La indiferencia justo en la segunda ciudad más grande del estado, donde el nombre de su principal contrincante, para bien o para mal, es reconocido desde hace años.
Es domingo y se observan por el Zócalo de esta ciudad a familias completas que recorren las tiendas y el primer cuadro.
Pero en la calle 1 Oriente, atrás del templete que han colocado en el parque Juárez, la gente sigue derecho sin detenerse a ver o escuchar a quienes hablan y ondean sus banderas.
La arenga de los políticos no llama la atención de ningún transeúnte, pero tampoco lo hace esa voz que les dice que hagan suya la elección, que todos tienen dignidad, que él no les va a fallar. Al que presentan como un académico intachable, el que –dicen– va a contrastar con el nombre que la mayoría conoce y que no pueden evitar no nombrar hoy: Miguel Barbosa.
Tal vez por eso Enrique Cárdenas tiene una mueca permanente. Mientras los líderes y representantes de los partidos toman el micrófono, él se balancea sobre sus propios pies. Dobla y desdobla las hojas que tiene en sus manos, se acomoda el cabello, se rasca la cabeza de forma discreta.

El ánimo de los presentes es tal que ni siquiera corean el nombre de “Cárdenas gobernador”, tampoco responden a la dirigente del PAN en el estado, Genoveva Huerta, que les pide desgarrar sus gargantas por el hombre, que describen, fue capaz de reunir a los tres partidos, aunque hoy sólo sea prominente el azul.
Mucho menos, el nombre del morenista –que repiten una y otra vez Ana Teresa Aranda y los demás panistas– provoca una rechifla generalizada. El “fuera, fuera” se apaga sin lograr un coro sonoro.
La persona que causa expectativa es la esposa del candidato, María, quien por primera ocasión toma el micrófono y apenas habla por menos de dos minutos; dice que su marido es confiable y honesto. Su intervención corta ocasiona que los aplausos estallen por unos segundos.
La música que minutos antes un grupo versátil tocaba, parecía que era un buen augurio para un evento multitudinario, del tipo al que el académico rehuía por considerarlo una acción partidista en la que se gastaba el dinero público sin justificación. Sin embargo, conforme pasó la campaña, ha cedido a hacer más eventos de este tipo.
Por ello, el domingo al llegar y cumplir con todos los protocolos (ir de la mano con su esposa y al lado del dirigente partidista principal y luego cruzar todo el pasillo estrechando manos hasta subir al templete, mientras los simpatizantes ondean sus banderas) se le había iluminado el rostro, que se vio ensombrecido en cuanto vio las primeras filas vacías en la hora que duró el evento.
La escena se hizo más triste. El lugar se vio aún más desangelado cuando un joven con playera blanca y el logo de Acción Nacional echa pétalos como si fueran los papeles de colores que, a diferencia de campañas pasadas, en esta ocasión no hay.
Abajo del escenario, en cambio, hay una fila de arreglos florales con rosas blancas que están marchitadas, como si se tratara de un servicio funerario.

