El virtual gobernador electo de Puebla compartió el pan y la sal con desconocidos, presidentes municipales rurales, diputados y alcaldes, quienes no desaprovecharon la oportunidad para pedirle una selfie.
Por: Mario Galeana
Sobre la plancha de cuarenta mil metros cuadrados se extiende una mesa tras otra, cientos y cientos de mesas redondas, filas tendidas hasta donde el ojo alcanza y un repiqueo sin fin de tenedores contra platos que, soterrado entre el barullo de aquella multitud, se pierde mientras suena el arpa y la jarana de la banda que este mediodía, en un costado del salón principal del Centro Expositor, ameniza la comida de celebración de Miguel Barbosa Huerta, el gobernador de Puebla por los siguientes cinco años y medio.
La mesa principal mide más de cien metros y cruza por completo el largo de aquel salón descomunal. De extremo a extremo están sentados rostros francamente anónimos y, sin embargo, privilegiados entre aquella multitud que al frente, dividida en 12 cuerpos por mesa, hunde su cuchara en el consomé de la barbacoa para alcanzar los garbanzos, mientras los meseros corren por los pasillos repartiendo bandejas con carnitas enchiladas, tamales de frijol envueltos en hoja de plátano, kilos de tortillas de maíz amarillo y botellas de Coca Cola tibia.
De extremo a extremo los anónimos, pero a medida que se acerca el centro de la mesa principal la multitud cambia de anónimos a presidentes municipales rurales, de presidentes municipales rurales a diputados, de diputados a alcaldes de grandes ciudades, y de alcaldes de grandes ciudades a dirigentes, hasta llegar finalmente al centro, donde Miguel Barbosa y su familia comen codo a codo con el diputado Gabriel Biestro, la alcaldesa Claudia Rivera y el empresario Javier Pacheco, el principal inversor financiero de su campaña.
Es casi una celebración de pueblo, salvo porque no hay tolvaneras ni cerritos a lo lejos, o campanas de iglesia reverberando sobre el aire, o ya no digamos pulque. Pero la esencia del festejo es esa y la idea es más que obvia: no hay fastuosidad ni manto solemne en el gran festejo de quien será gobernador de Puebla. Los invitados han acudido convocados por algo denominado FAF: el Frente Anti-Fifí, liderado por Eric Cotoñeto y Julio Huerta. El primero, seguidor de Barbosa desde sus años en el PRD; el segundo, operador y primo del futuro gobernador.
Cuando los platos se quedan vacíos y las bandejas se amontonan al centro de las mesas con apenas unos cuantos huesos de borrego, algunos invitados aparecen tras la mesa de honor para tratar de conseguir una fotografía con el futuro gobernador. Aquella marcha hasta la foto es un besamanos: líderes sindicales, líderes políticos, líderes de cualquier cosa van, saludan y abrazan a Rosario, la esposa de Barbosa, y luego lo abrazan a él en una foto que más tarde habrán de presumir en sus redes sociales. A dos metros de distancia de aquel centro en la mesa de honor hay una cinta en la que otros, los menos privilegiados, los que no se ostentan como líderes de ninguna parte, atestiguan el espectáculo: el espectáculo del poder que recién empieza.
Varias decenas de flashes y selfies más tarde, a Barbosa le alcanzan un micrófono y aquella voz ajada rebota a lo largo de los cuarenta mil metros cuadrados del Centro Expositor. En 10 minutos de discurso anuncia que el suyo será el gobierno del eterno movimiento, porque promete que estará en recorrido por el estado los siguientes cinco años.
—¡A partir del próximo fin de semana estaré nuevamente de recorrido en todo el estado de Puebla! ¡Vamos a recorrer nuestros pasos en una ruta interminable por cinco años y medio! ¡Seré un gobernante que camine! ¡No seré un gobernante de escritorio, porque este ganso no se cansa!
La multitud devuelve el grito y Barbosa sale junto a su familia rodeado de una comitiva de seguidores, peticionarios y más líderes en busca de una fotografía. Ahí estalla el mariachi. Apenas desaparece él, desaparecen prácticamente todos: presidentes rurales, diputados, alcaldes de grandes ciudades, dirigentes, operadores, etcétera.
Sólo queda aquella gran multitud desperdigada entre platos vacíos que, o bien otean un hueso de chivo, o bien vacían los últimos pedazos de barbacoa en un par de vasos de plástico rojos que más tarde guardan en sus bolsas. Al fondo, el mariachi suena: “Hay ausencias que triunfan/ y la nuestra triunfó…”.
