Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles 

Contra millones de posibilidades, el miércoles pasado, un caniche de menos de tres kilos de peso se escapó de casa muy temprano y cruzó media ciudad —y todos los bulevares posibles— desde el centro, hasta llegar al periférico, en donde una señora lo encontró sediento y desorientado.

Contra millones de probabilidades, la misma señora que decidió recogerlo, nos lo devolvería ileso unas horas después.

La historia comienza en la madrugada de ese miércoles, cuando unos desgraciados pasaron por la calle en donde vivo robándose tuberías de cobre, números de casas y medidores. Se llevaron prácticamente cualquier cosa que pudieran vender luego a unos pesos en algún mercado. En el caso de nuestra casa se llevaron las pastillas de los páneles solares, dejándonos completamente sin energía. Miserables.

Aquello detonó una reacción en cadena: temprano, cuando supimos que no había luz y no podíamos hacer las tareas cotidianas, llamamos a los técnicos, mismos que llegaron a la hora y pusieron manos a la obra. La puerta de la casa se quedó abierta mucho tiempo sin la vigilancia necesaria. Ahí, Suky, un perro de nueve años que parece algodón, vio la oportunidad de hacer lo que más le gusta: olfatear sin remordimiento cada centímetro de la banqueta.

Pero esta vez no sólo fue la banqueta, sino la calle entera, luego el parque, y luego un boulevard enorme y luego otro y así hasta que ya no pudo regresar a casa.

Nos dimos cuenta demasiado tarde. Para cuando supimos que  Suky ya no estaba, ya habían pasado más de cinco horas desde que había emprendido su aventura urbana. Buscarlo fue completamente inútil.

Comenzamos la búsqueda y algo en el estómago me decía que cada paso que daba en busca de un perro del tamaño de una lonchera era completamente inservible. Arrastrar grava, sentir la pesadumbre inevitable de los coches, de los árboles, de los escapes explotando. Todo me caía, me derrumba, la ciudad me pesaba, todo me pesaba; el sofoco era absoluto.

La ciudad; la maldita ciudad.

Nunca había deseado tanto que los perros hablaran. Quise preguntarle a Perru, (un labrador miel y compañero inseparable de Suky)  a dónde se había ido su hermano, pero todo era impotencia, porque cuando alguien se extravía, lo que mata es la incertidumbre.

 

***

Qué probabilidades hay de que un perro, más pequeño que un conejo, atraviese media ciudad sin sufrir un solo rasguño; que atraviese las avenidas más peligrosas de Puebla sin que ningún coche le haya hecho tapete.

¿Qué probabilidad hay?

Una. Sólo una.

Para el momento en que comenzamos a buscarlo, Suky estaba a más de 10 kilómetros en algún punto del periférico ecológico, cerca de la penitenciaría, a punto de ser atropellado.

Pronto, Luz Elena Calderón, amiga entrañable de la familia y amante de los perros, publicó en Facebook un anuncio que empezó a circular por todos los grupos relacionados con perros extraviados. Ahí nos enteramos, gracias a un usuario, que Suky había estado desde las 8:30 a.m. en el estacionamiento de Plaza Dorada intentando cruzar el Boulevard 5 de mayo. Subió incluso una foto de el perro diminuto ante el pavimento, huyendo de la gente que intentaba agarrarlo.

Después siguieron comentando. La gente daba mucha más información a través de esa publicación que toda la que yo podía obtener directamente de los vendedores de afuera de los bancos o incluso de los policías.

Hasta que al fin, la señora que encontró a Suky al pie del periférico, Joaqui Ayllon, encontró la publicación y así nos contactó. Al principio, como es normal, desconfiamos, nunca se sabe quién quiere aprovecharse de las vulnerabilidades.

Pero no. En este caso no. Después de 11 horas de estar fuera de casa a merced del calor, el tráfico y el desinterés de la ciudad, Joaqui Ayllon nos devolvió a Suky, en medio de un acto naturalmente solemne.

*** 

La historia de un perro perdido trasciende, usualmente, solo en quien deja un vacío, pero esta vez vale contarla para mostrar que las reacciones en cadena, esas que se desatan por, digamos, el robo de un medidor de luz, son al final superadas por las que se generan a partir de la voluntad humana. Sin la ayuda de la gente, de los vecinos, de los grupos de Facebook, jamás hubiéramos tenido a Suky de vuelta.

El miércoles fue un buen día para creer un poco más en la ciudad y en la gente que la sostiene. El miércoles fue un buen día para creer de nuevo. Y todo gracias a un perro.

 

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PS

¿Existe tal cosa como el Sindicato Internacional de Camioneros, o por qué todos manejan igual?