Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río / @beltrandelrio 

Hace unos años se volvió viral una foto que posteó la empresaria californiana Maria Kang en redes sociales. Aparecía vestida en ropa para hacer ejercicio, rodeada de sus tres pequeños hijos. La imagen iba acompañada de un breve mensaje: “¿Y cuál es tu pretexto?”. El caso provocó controversia porque a muchos no les gusta que se evidencien sus pretextos.

No hace falta ser muy ingenioso para encontrar justificaciones a la falta de acción y de resultados.

En sicología se le llama racionalización, un mecanismo de defensa que consiste en justificar las acciones –generalmente las del propio sujeto– en un afán de neutralizar la crítica o la autocrítica.

Fue el neurólogo galés Ernest Jones (1879-1958) quien llevó este concepto al sicoanálisis. Definió la racionalización como “la invención de una razón para una actitud o acción cuyo motivo no se reconoce”.

Señalar al pasado como el motivo para no resolver los retos del presente es una de las formas comunes de la racionalización.

Muchos se sienten o se dicen condenados al fracaso por lo que les hicieron sus padres, sus maestros o su expareja.

En México, esto se ha colado a la cultura, pues se tiende a creer que la Conquista dejó al país sin aspiración a la gloria, incapaz de superar la colonización. Quizá eso ha conducido a los políticos mexicanos a buscar en la historia reciente la fuente de sus desventuras. Recuérdese la invención de ese enemigo genérico conocido como los “emisarios del pasado”.

Andrés Manuel López Obrador no ha podido escapar a esa práctica. Una parte sustancial de su discurso como Presidente ha sido explicar lo que no puede hacer por culpa del “tiradero” y el “cochinero” que le heredaron. Prácticamente, no hay día en que no se refiera a algún obstáculo que se encontró tras asumir las riendas del gobierno. Por ejemplo, ayer fueron los “trámites engorrosos” en Pemex.

El lunes, en Titulares de la Noche de Excélsior Televisión, mi compañero David Páramo usó una metáfora beisbolera para mostrar lo absurdo que puede llegar a ser el señalamiento del pasado como razón para no lograr lo que uno se propone. “Es como si un pitcher relevista dijera que no le salen los lanzamientos porque el anterior dejó el juego perdido y con hombres en base. A aquél ya lo sacaron. Justo por eso él está en el montículo”.

Me vino a la mente una de las volteretas más famosas de la historia de las Grandes Ligas: el juego definitivo para decidir el banderín de la Liga Nacional, entre los Gigantes de Nueva York y los Dodgers de Brooklyn, jugado el 3 de octubre de 1951.

Abajo por tres carreras, en la parte alta de la novena entrada, el mánager de los Gigantes, Leo Durocher, mandó a la lomita a Larry Jansen en sustitución de Sal Maglie. Lo mismo haría Chuck Dressen, timonel de los Dodgers, que sacó a Don Newcomb y metió a Ralph Branca.

Sin importar el marcador ni lo sucedido en las ocho entradas anteriores, Jansen sacó tres outs consecutivos.

En la parte baja de la novena, los Gigantes anotaron cuatro carreras y fueron campeones. Jansen ganó y Branca perdió. De hecho, Branca será siempre recordado por el jonrón que le conectó el escocés Bobby Thomson, el famoso “batazo que se escuchó en todo el mundo” y que dejó a los Dodgers plantados en el terreno de juego.

Mi también compañero José Elías Romero Apis hizo una  aportación al tema. El presidente estadunidense Franklin Roosevelt, recordó, nunca renegó de su antecesor, el odiado Herbert Hoover, en cuyo periodo se dio la Gran Depresión. Roosevelt sólo cambió las cosas, y lo hizo en cien días.