Bitácora

Por: Pascal Beltrán del Río

La historia de los vencidos suele ser más interesante –periodísticamente hablando– que la de los vencedores, solía decir mi exjefe Vicente Leñero.

Son historias que, cuando menos, reciben una atención menor de la opinión pública, que vibra con los vencedores mientras a éstos se los llevan en hombros.

Rumiando su derrota, los vencidos se quedan con muchas de las claves de la historia. Y pocas veces se repara en que son fundamentales para explicar el desenlace de la trama.

Esta semana se marca el cincuentenario de una proeza de la humanidad: poner a un par de individuos en la Luna y traerlos de regreso, sanos y salvos.

No se habla de carrera espacial sin razón. Ser el primero en llegar al satélite de la Tierra fue un objetivo por el que compitieron las dos superpotencias de entonces, Estados Unidos y la Unión Soviética. Fue un cotejo astropolítico –si se me permite la expresión– que dejó como ganadores a los estadunidenses y derrotados a los soviéticos.

Éstos lograron los primeros triunfos en la investigación del espacio que comenzó en la Posguerra. La URSS tuvo el primer satélite en órbita (Sputnik, 1957), el primer ser vivo en abandonar el planeta (la perra Laika, 1957), el primer aparato en llegar a la Luna (Luna 2, 1959), el primer hombre en el espacio (el cosmonauta Yuri Gagarin, 1961), así como a la primera mujer (Valentina Tereshkova, 1970). Sin embargo, tanto Washington como Moscú sabían que llegar primero a la Luna constituía la victoria definitiva sobre el adversario en esa carrera. Significaba materializar el sueño de Julio Verne.

La URSS quiso lograrlo por medio de robots (una palabra que, vale la pena no olvidarlo, proviene del ruso robotat’, trabajar). Para ello, Moscú creó el programa Luna, que entre 1958 y 1976 tuvo un total de 33 misiones, de las cuales 25 fueron exitosas.

La sonda espacial Luna 2 fue el primer objeto humano en llegar al satélite. Fue lanzada el 12 de septiembre de 1959 y se estrelló un mes después en la zona conocida como Mare Imbrium, justo como estaba previsto.

Pero mientras los soviéticos ensayaban con medios mecánicos para conquistar la Luna, los estadunidenses apostaron por preparar a astronautas para cumplir la misión. En 1966, los dos países lograron posar sondas espaciales sobre la superficie lunar, la Luna 9 soviética y el Surveyor 1 estadunidense, pero la meta estaba incumplida pues consistía en asegurar el retorno del objeto enviado, trayendo consigo una prueba de la hazaña.

Y así llegó julio de 1969. Ante la inminencia del viaje del Apolo 11, que pondría a dos hombres sobre la Luna, la URSS lanzó el 13 de julio de 1969 la sonda Luna 15, cuyo propósito era alunizar, recabar muestras de la superficie del satélite y volver con ellas a la Tierra antes que los estadunidenses.

Cuando despegó el Apolo 11, el 16 de julio –un día como hoy, hace 50 años–, se esperaba que los soviéticos cumplieran primero el objetivo, pues tenían tres días de ventaja.

Eso quizá habría pasado de no ser porque la sonda Luna 15 se estrelló en la zona conocida como Mar de las Crisis, después de orbitar 52 veces el satélite, a la 15:51 horas TCU del 21 de julio de 1969. Para entonces, el módulo lunar Eagle llevaba 19 horas de haberse posado sobre el Mar de la Tranquilidad.

La carrera había terminado. El equipo formado por Wernher von Braun y James Webb, de la NASA, había derrotado al de Serguéi Koroliov, el famoso Señor X, diseñador de los cohetes soviéticos.

La URSS no sólo no había podido ser la primera en ir a la Luna y volver de ella, sino que también subestimó el impacto visual de la huella del hombre sobre el polvo lunar, algo que, a 50 años, nos sigue haciendo soñar.