Por: Mario Galeana
Guillermo Pacheco Pulido apareció ante el Pleno del brazo de la diputada Rocío García Olmedo, quien 175 días antes lo había despedido con un beso fraterno antes de rendir protesta y de ascender al poder, antes de que se convirtiera oficialmente en el gobernador de Puebla en una época en la que el estado era un polvorín.
Ahora aparecía una vez más para explicar qué había hecho con aquel estado, con el maremoto político de aquellos días convulsos. Flanqueado por los legisladores, el camino de entrada hasta la mesa directiva se convirtió en una breve travesía de apretones de mano y palmadas en la espalda.
En el centro de la mesa lo esperaba la legisladora María del Carmen Cabrera, la primera mujer que recibe el informe de un gobernador y que tomará protesta a su sucesor en un par de semanas más. Su presencia parecía cargada de significado: como si se atestiguase el inicio de una nueva época.
La sesión inició tras el canto al Himno Nacional. Sucedió alrededor de una hora en la que los representantes de las 10 bancadas del Congreso local expusieron su opinión sobre los seis meses de gobierno de Pacheco Pulido.
Y luego tocó su turno. Su voz grave y cavernosa resonó por las bocinas a lo largo de la galería del edificio. Fue un discurso improvisado, creado al mismo tiempo en que se pronunciaba. Y fue, sin embargo, un discurso sin dubitaciones. Un discurso que exhibió —aunque no lo quisiese— a algunos de los diputados que lo habían antecedido y que atropelladamente habían leído los suyos de un par de hojas de papel que llevaron consigo.
“Estimo que el Poder Ejecutivo cumplió con limpieza con los ideales de los poblanos. No podemos estar conformes con lo hecho y alcanzado, pero sí creo que, en razón de tiempo y espacio, cumplimos con nuestro deber”, pronunció.
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Allí mismo Pacheco Pulido dio una especie de manual para desarmar la más grave crisis política en Puebla. Todo empezó por la pluralidad: en su gabinete se integraron lo mismo miembros de la sociedad civil que priistas, panistas, morenistas y morenovallistas. Si algo define la palabra amasijo fue a aquel gabinete en el que prácticamente no hubo corriente política que no estuviera representada.
Los asistentes a su informe fueron fiel reflejo de aquella pluralidad. Allí estaban, casi codo a codo, los líderes políticos del PRI, Morena, Movimiento Ciudadano y otras organizaciones. Todos ellos aplaudieron largamente al final del discurso de Pacheco Pulido, quien apenas respondió con un breve y sencillo gesto con la cabeza.
Aquella prudencia lo había acompañado antes de que las cosas fueran como son. Mucho, mucho antes de que el recuerdo de un helicóptero en picada supliera al de una Navidad como cualquier otra.
Pocos meses después del inicio del largo conflicto en tribunales por las elecciones de 2018, el nombre de Pacheco Pulido ya recorría las sobremesas de los hombres de poder como un posible mandatario interino, en caso de que el resultado fuera anulado. Presente en algunas de aquellas mesas, Pacheco Pulido se retiraba prudentemente antes de que aquellas conversaciones dieran inicio.
Era un gesto que en aquella época contrastaba con lo que algunos llegaron a considerar una virtud y, otros, el peor de los males: la ambición política, el avasallamiento, el hambre.
Meses después, la misma tarde en que Pacheco Pulido ingresó por segunda vez al Pleno del Congreso local para rendir su informe, aquella cualidad se convirtió en el más grande reconocimiento que recibió por parte de los 10 legisladores.
Ni siquiera la oposición, representada por Acción Nacional, se atrevió a señalar al gobernador interino de ninguna irregularidad registrada en la elección más reciente, que podría ser recordada como una de las más pacíficas en las últimas dos décadas.
En representación de su partido, la diputada Nancy Jiménez Morales sólo criticó al gobierno de Andrés Manuel López Obrador y a los gobiernos municipales de la zona metropolitana, donde ha fincado su esperanza para las siguientes elecciones.
Pero la crítica fue, sobre todo, un error, porque la oradora leyó a trompicones las hojas que, horas antes, había recibido por parte de la jefa de su bancada, Mónica Rodríguez Della Vecchia.
Entre el resto de los grupos legislativos no hubo una sola crítica hacia Pacheco Pulido, salvo tenues referencias al incremento delictivo en el estado que, sin embargo, no atribuyeron al gobierno del local, sino a un complejo problema nacional.
A su estilo, cada bancada coincidió en que Pacheco Pulido dotó al estado de la estabilidad política que requería uno de los capítulos de la historia política más insospechados.
Quizá para algunos fue inevitable recordar que, casi seis meses antes, aquel mismo hombre había entrado al Congreso con un gesto serio que se había roto después de que un reportero le preguntara cómo se encontraba.
—¡Preocupado! —había respondido entre risas.
—¿Por qué preocupado? —insistió el reportero.
—Porque hay que venir a trabajar —respondió y señaló hacia el pleno que, 175 días después, recorrió una vez más.
A su debido tiempo, como decía Nabokov, la historia habrá de juzgarnos a todos.
