Disiento
Por: Pedro Gutiérrez

Recientemente hemos visto en la prensa nacional y local un rápido desgaste del PAN que preocupa y avizora una crisis sin precedente en la historia de la institución. Me gustaría decir que los actores políticos que dirigen el blanquiazul están ocupados en remediar la situación que vive el partido, pero, por el contrario, parece que el trance se agudiza conforme pasan las semanas y Marko Cortés sigue al frente.

El Partido Acción Nacional (PAN) es la organización más añeja del andamiaje político electoral mexicano. Su fundación en 1939 precede a la fundación del PRI actual de 1947 (antes PNR y PRM). De Morena ni hablamos, pues apenas tiene cinco años de su fundación. El PRD acaso ya no existe, fácticamente. En su historia, Acción Nacional ha sufrido grandes crisis que sorteó no con pocas dificultades, pero que al final lo han fortalecido para permanecer en el tablero político llegando a ganar la Presidencia de la República en un par de ocasiones. Una de las grandes crisis ideológica del PAN se verificó poco después de la fundación, cuando el partido se dividió en dos grandes bandos filosóficos: por un lado, los profesionistas liberales que concebían al PAN como un partido liberal ajeno a la clásica confusión de lo temporal con lo espiritual. Ahí encontramos a Gómez Morin. Por el otro, los creyentes dogmáticos que impulsaron la doctrina social de la Iglesia católica como modus operandi en el PAN, es decir, los que confundían lo religioso y lo político, liderados por Efraín González Luna.

Otra crisis panista se verificó en la década de los años 70; a diferencia de la crisis ideológica anteriormente referida, este nuevo brete se suscitó por una cuestión estructural, al grado de dejarnos sin candidato a la Presidencia en la elección de 1976. La pelea por la dirigencia nacional y la propia candidatura derivó en que el PAN le dejara el paso libre a López Portillo.

Algo muy parecido se suscitó apenas en el lapso 2016-2017, la que podríamos enmarcar como la tercera gran crisis del PAN, que incluye a Marko Cortés y la actual situación que atravesamos. En efecto, el arribo a la dirigencia nacional de Ricardo Anaya y su terquedad por ser candidato presidencial profundizó un trance del que no nos hemos recuperado aún: varios cuadros valiosos del blanquiazul se fueron o los expulsaron (Felipe Calderón, Margarita Zavala, Javier Lozano y Ernesto Cordero, entre otros); perdimos tristemente la elección para presidente con un candidato autodesignado que nunca prendió ni convenció y, finalmente, el mismo Anaya dejó tras de sí una estela de cuadros políticos de bajísimo nivel, tanto técnico como político, a cargo del partido: personajes como Damián Zepeda, Fernando Herrera y el actual jefe nacional (¿merece ese mote?) Marko Cortés. Todos ellos, en su momento incondicionales de Ricardo Anaya, son una verdadera desgracia para la esencia, historia y valores de Acción Nacional.

La crisis actual del PAN se ha profundizado, como decíamos, por el paupérrimo nivel de la dirigencia nacional que produce como consecuencia una evidente ausencia de liderazgo. Los diputados locales de Baja California votan como quieren, sin siquiera consultar a la Coordinación Nacional de Diputados Locales del PAN, que depende–por supuesto– del CEN. Su voto, a reserva de considerar que pudo ser vendido al mejor postor, además de producir una reforma inconstitucional y violatoria del pacto federal consagrado en la ley fundamental, demuestra que el presidente nacional del blanquiazul vale para nada. Ni las manos metió Marko Cortés, que acaso se dio cuenta del desastre provocado por los diputados panistas a posteriori y seguramente por vía de las redes sociales.

Algo similar sucedió en Puebla en enero pasado, cuando el CEN del PAN hizo absolutamente nada, política y materialmente, por conservar la gubernatura interina de Puebla ante el deceso de Martha Erika Alonso. Cuando Marko Cortés despertó de su letargo, la bancada del PAN en el Congreso local había votado a favor de Guillermo Pacheco Pulido, que no era la primera opción para el PAN en el marco de esa coyuntura. Desde ese momento era notorio que nadie, absolutamente nadie, en el PAN le hace caso a Marko Cortés.

Hoy es lamentable, por no decir triste, escuchar a Cortés cada mañana exigiendo legalidad y transparencia en Baja California, a sabiendas que su propio partido avaló semejante bodrio legal. Como bien señaló Roberto Gil en una entrevista al semanario Proceso hace unos días: “De no renovarse, el PAN va a la irrelevancia”. Cierto como lo es, preocupa además que el partido es para muchos ciudadanos la única alternativa real y seria, programática e ideológicamente, frente a la 4T encabezada por López Obrador, quien al día de hoy es un movimiento político feliz porque tiene en Marko Cortés a su mejor aliado, por incompetencia e indolencia. Por eso el PAN, a partir de la tesis de Roberto Gil, digo que va a la irrelevancia por la incompetencia.