Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río
El Reino Unido es un país de tradiciones arraigadas. Algunas de ellas, francamente, extrañas. Por ejemplo, cada último lunes de mayo, miles de personas se reúnen al pie de una colina en Gloucester, Inglaterra, para ver una competencia —que se remonta a 1836— en la que se intenta atrapar un gran queso que rueda a alta velocidad por una pendiente pronunciada.
Otra tradición británica es, sin duda, los taxis londinenses. Estos espaciosos vehículos negros han existido prácticamente desde el inicio del automóvil y han tenido un lugar estelar en películas y series de televisión.
Pero ahora esos taxis están en plena transformación. Desde 1954, los famosos modelos FX3 —base de los actuales TX4— han funcionado con motor a diésel. En los últimos 60 años, se han producido unos 130 mil de ellos, de los cuales 25 mil están en circulación en la capital británica.
En enero del año pasado se dieron a conocer los primeros modelos TX5, que reemplazarán paulatinamente a los existentes. La principal diferencia es que se trata de autos eléctricos, construidos en una nueva planta en la que se invirtieron 300 millones de libras esterlinas. La semana pasada se presentó el auto número 2 mil 500, con lo que 10% de la flotilla es ya de coches eléctricos.
Igual que otras ciudades europeas, Londres se está preparando para la transición energética dispuesta por la Comisión Europea. Y lo hace, incluso, a pesar de la inminente entrada en vigor del Brexit. El objetivo del bloque de países es reducir en 40% las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030 y que, también para entonces, 32% de la energía provenga de fuentes renovables. Gracias a los avances tecnológicos, se espera que en 2025 los vehículos eléctricos tengan precios competitivos con los de motor a gasolina.
En Noruega, un país que el presidente Andrés Manuel López Obrador suele citar como ejemplo, no se venderá un solo auto de combustión interna a partir de ese mismo año.
El Reino Unido ya había dado un gran paso en la transición energética con la eliminación completa del uso del carbón para producir electricidad, cosa que sucedió en mayo pasado. El día 14 de ese mes, 25% de la electricidad en el país fue generada por paneles solares, un cambio total en una nación que comenzó a quemar carbón para producir energía en 1882.
Tan sólo la entrada en circulación de los 2 mil 500 taxis eléctricos en Londres ha prevenido la emisión 6 mil 800 toneladas de CO2, equivalente a 4 mil 500 vuelos entre las capitales de México y Reino Unido. Por si fuera poco, ha significado el ahorro de 3.85 millones de libras esterlinas en combustible.
Estas noticias se dan a conocer mientras los efectos del cambio climático muestran de forma dramática en el derretimiento de los glaciares de Groenlandia, cuya región occidental de Kangerlussuaq perdió, sólo el miércoles de la semana pasada, 12 mil millones de toneladas de hielo, que terminaron en el mar por efecto de una temperatura histórica de 22 grados.
Uno tiene que preguntarse qué papel está jugando México en el esfuerzo internacional por revertir el calentamiento global. Desgraciadamente, es uno que va en sentido opuesto. Construir una refinería en tiempos de transición energética es un desatino ambiental, además de ser una medida poco solidaria con el resto de las naciones y económicamente cuestionable. Peor aún, hacerlo en una de las zonas del país más expuestas al incremento del nivel del mar que sin duda causará el deshielo de los glaciares.
Mientras muchos países del mundo han entendido que hay tradiciones que deben modificarse para garantizar la continuidad de la vida en la Tierra, en México se repinta y se pule el tótem petrolero e, incluso, se apuesta por el carbón, remando contra todo conocimiento científico.