Garganta Profunda
Por: Arturo Luna / @ALunaSilva
Como decía y —decía muy bien— don Daniel Cosío Villegas, los atributos personales del hombre de poder se permean al sistema político entero: “… El temperamento, el carácter, las simpatías, las diferencias, la educación y las experiencias personales influirán de un modo claro en toda su vida pública, y, por lo tanto, en sus actos de gobierno”.
A eso, Cosío Villegas, autor de una tetralogía de libros indispensable para entender el viejo y el nuevo sistema político mexicano —que en esencia son lo mismo, salvo matices—, lo llamaba “el estilo personal de gobernar”.
¿Cuál es el estilo personal de gobernar de Miguel Barbosa?
¿Cómo está marcando y moldeando su gobierno?
¿Qué nos ha querido decir, en forma y fondo, en estas dos primeras semanas de su mandato?
¿Siguiendo el eterno dilema que plantea Maquiavelo, qué ha decidido: ser temido o amado?
Más vale saberlo para, como decía Cosío Villegas, “ayudar un poco al entendimiento de la vida pública” poblana, especialmente en tiempos de “todo nuevo” y de “nuevo régimen”.
Veamos:
El día de su toma de protesta, tras el evento en el Auditorio Metropolitano, Miguel Barbosa comió con su mamá y su familia, en un ambiente de sencillez y tranquilidad.
A diferencia de otros arranques de gobierno, no hubo comilonas o grandes festejos en los que sólo los más cercanos empiezan a disfrutar de las mieles del poder.
Desde entonces, en muy poco tiempo, con decisiones y anuncios simples pero llenos de sentido común, ha mostrado lo que pretende sea el estilo o el “espíritu” de su administración: austeridad, cercanía con la gente —tanta como sea posible—, y quitarle al ejercicio público la frivolidad, la parafernalia, la prepotencia, el derroche… Lo que él denomina “la fantochería del poder”.
Algunos hechos que permiten ver el bosque, no sólo el árbol:
Cumplió con no irse a vivir a Casa Puebla, la residencia oficial de los gobernadores, territorio históricamente prohibido para el ciudadano de a pie, y en ocupar el viejo edificio de Casa Aguayo para despachar en lugar de las modernas oficinas del CIS de Angelópolis.
Desde su primera semana de mandato abrió y encabezó audiencias públicas semanales, en las que el gobernador atiende personalmente todo tipo de demandas y gira instrucciones para que en lo posible se resuelvan o atiendan. En la audiencia de este martes estuvo ocho horas y pico recibiendo peticiones y más peticiones ¡de más de 240 personas!
Ordenó quitar los sellos (o marcas) morenovallistas a las obras públicas, ejemplo completo de patrimonialismo, es decir, esa incapacidad que algunos poderosos tienen para distinguir entre patrimonio personal y patrimonio público.
Anunció la cancelación de los festejos patrios en la zona de Los Fuertes, usualmente divertidos para el pueblo pero muy onerosos para el erario —ahora la celebración de septiembre regresará al origen: el Zócalo capitalino—.
Determinó eliminar el uso VIP (sólo para amigos, aliados y/o privilegiados del poder) de los palcos propiedad del gobierno en los estadios, especialmente el Cuauhtémoc.
Inició una serie de firmas de convenios de trabajo con municipios foco rojo en seguridad pública para establecer un mecanismo de colaboración en la materia entre ambos niveles de gobierno; esto se hizo y seguirá haciendo sin imposiciones de por medio, respetando la autonomía de los ayuntamientos y sin golpes en la mesa, como en el pasado reciente: quien quiera entrarle, le entra al nuevo modelo de seguridad; quien no, está en todo su derecho, aunque eso sí: la población, que pagará los platos rotos, tomará nota.
El gobernador Miguel Barbosa ha decidido ir a los problemas, no dejar que estos vayan a él, lo rebasen, lo sorprendan; está enfrentando las crisis, no dándoles la vuelta o maquillándolas o minimizándolas.
Hasta hoy ha mostrado tener tiempo para escuchar a todos, sin protocolos, sin antesalas, sin intermediarios, sin los rituales típicos del poder.
Lo mismo ha salido a las puertas de Casa Aguayo para dialogar con un grupo de manifestantes de Juan N. Méndez (como sucedió el pasado viernes) que ha acudido (el pasado domingo) a los municipios donde tuvo lugar el gravísimo linchamiento de siete personas: Cohuecan y Tepexco, en el corazón de la Mixteca.
La última muestra de esta nueva voluntad gubernamental sucedió este lunes, al presentarse sin previo aviso al Zócalo de Puebla para dialogar con los rechazados de la BUAP, a quienes, sí, dijo entender pero también los exhortó a seguir estudiando para volver a intentar aprobar el examen de admisión el próximo año.
No se puso de su lado: Miguel Barbosa conoce a la perfección las intenciones detrás de los cabecillas de este “movimiento” que por años han buscado beneficios que no se han ganado en los hechos; sólo los escuchó, en un diálogo cara a cara, lo que ya en sí mismo resultó tan significativo como inédito.
“Conozco su realidad y por eso los escucho, les pido levantar el plantón y al rector que los reciba”, estableció.
Así, pintó su línea y dio una lección a otras autoridades, de todos los niveles y todos los sectores, en el sentido de que el camino es el diálogo, el diálogo y siempre el diálogo.
El mensaje es claro: si el gobernador lo hace, por qué no otros u otras.
Estableció Miguel Barbosa:
“Yo no voy a meterme en la vida interna de la BUAP.
“Debe prevalecer el diálogo.
“Que el gobernador atienda y apoye a las y los estudiantes no es un logro, es una obligación”.
Y más allá de las motivaciones, o razones, de los grupos de presión, no tan legítimas en este caso dado que a la BUAP no se entra sino de un solo modo: aprobando el examen de admisión.
(Este martes los rechazados levantaron su campamento en el Zócalo y pidieron que el gobernador sea intermediario con la universidad).
Por otra parte, ha tomado decisiones tan polémicas como valientes, como firmar el compromiso para que ninguna mujer vaya a la cárcel por abortar o exhibir con toda claridad las penas y miserias de los uniformes escolares —de mala calidad y adquiridos a sobrecosto calculado en 30 millones de pesos, un auténtico robo que va a ser castigado—.
Consciente de que “mientras más se habla, menos se hace”, Miguel Barbosa no tendrá un evento de 100 días para presumir logros o supuestos logros, pues en ese lapso apenas da tiempo para ir sentando las bases de un gobierno que se respete o se digne de serlo; a lo mucho hará un primer corte a los 180 días, rompiendo —otra vez— el molde.
“El poder debe ser servicio público y la política debe redignificarse”, ha dicho una y otra y otra vez también, aunque haya quienes crean que es moda, demagogia o pose.
Es por supuesto muy poco tiempo para hacer una evaluación de un gobierno, el primero de izquierda en la historia de Puebla, que apenas está dando sus primeros pasos y que ya tuvo de inicio un primer gran logro: reconocer que la inseguridad es un asunto de realidad, no de percepción.
Al parecer, el ex senador no tiene proyecto político personal a futuro, a diferencia de, por ejemplo, el finado Rafael Moreno Valle, cuya acción siempre estuvo enfocada en ser presidente de la república; cada palabra, cada gesto, cada acto, cada omisión, fue en ese sentido; desde el inicio hasta el fin, Puebla y los poblanos fueron el pretexto, el trampolín, para tomar por asalto la nación.
Hasta donde se sabe, Miguel Barbosa no tiene metido en el cuerpo esa fiebre; él quiere ser simplemente un buen gobernador, un gobernador de tiempo completo, y así trascender.
Un gobernador de y para los poblanos, lo cual se dice fácil y se dice rápido, pero no es poca cosa, y tiene muchas más ventajas que desventajas, como lo ha probado nuestra historia reciente.
Tal es, pues, en esencia y en conjunto, el estilo personal de gobernar de Miguel Barbosa, quien —todo parece indicar— tiene resuelto el planteamiento de Maquiavelo y que ciertamente sigue y seguirá afinando la maquinaria, así como jalando y presionando a un gabinete que debe entender y adoptar ese mismo estilo, y caminar al mismo ritmo y en el mismo sentido.
Dice el gobernador que busca una Puebla sin miedos ni odios, precisamente dos factores que han marcado a nuestro estado en los últimos años.
¿Lo logrará?
¿Su estilo personal de gobernar bastará?
Sólo el tiempo lo dirá.