Por Román Sánchez Zamora

—Por favor acompáñame.
—Claro, no hay problema…

Las dos se dirigieron al supermercado, se internaron en los utensilios de cocina.

—Pero, ¿para qué compras tantos frascos de platico?
—Es un negocio que tengo, y además en la escuela tiene mucha demanda.

—¿Podrías venir a mí casa?

Juana tardó un poco por el tránsito; al llegar encontró muy mal a su amiga.

—Pero, ¿qué te sucedió?
—Dicen que es una enfermedad rara, en eso he andado los últimos meses, te quiero pedir un favor, que vayas al súper por frascos de plástico.
—¿De esos del otro día?
—Así es, yo podría ir, pero mírame, no puedo ni caminar, tengo mucha fiebre cada cuatro horas y me mareo mucho, no puedo salir.
—Pero, ¿qué tiempo llevas encerrada?
—Pues sólo salgo a lo necesario, pero esta vez sí estoy algo indispuesta.
—¿Y cuántos quieres?
—Sólo uno, pero mira debes ser cuidadosa, pues yo recibo una llamada y debo estar dos o tres minutos después, y es un frasco especifico, siempre está en el mismo lugar.
—Pero, ¿de qué hablas? Ya me está dando miedo —Juana se paró de la cama y miró fijamente a Estela.
—Cada semana, en el pasillo 5, en el estante 4, hasta abajo siempre ponen frascos similares, siempre ponen tres de frente, el tercero de derecha a izquierda, siempre ponen 12, el cuarto del fondo, siempre es el indicado, para eso me llaman, y saben que llego y dos minutos antes, el de la tienda ya los acomodó para que nadie sospeche y yo paso a comprarlo y luego una calle antes de la escuela lo paso a dejar a una tienda, el cual tiene un estante con los mismos frascos, pero vacíos —Juana se quedó helada, no sabía qué decir, no sabía si era mentira o una mala película de espionaje de los años 90.
—Me llamaron hace un rato y les dije que estoy muy mal, vino una de las palomas a verme y emprendió el vuelo, así se les dice a las que sólo vigilan que todo ande bien y ya les dije que te invitaría, asómate por la ventana, seguro está una chica de blusa amarilla y pantalón de mezclilla con un perro —le dijo señalando una de las cuatro ventanas de su recamara.

Estela se acercó discretamente y no había nadie, por un momento tuvo un miedo que le helaba la sangre, al no verla su alma regresó a su cuerpo y pensó que se trataba de un delirio de una enferma, pero no le quiso contradecir y le dijo que sí la vio.

—No sé qué decirte amiga, si confiar o no en ti, sé que no la viste, ella espera mi llamada, un solo timbre para salir, observa ahora —Juana tomó su teléfono, llamo y colgó, Estela se asomó y allí estaba la chica.
—Es una broma, es una broma, ¿verdad? Ya hasta quería salir corriendo, ya tenía miedo, vaya que casi me muero del susto, que bueno tu maquillaje; mejor me voy —le dijo Estela mientras no paraba de secarse sus manos en el pantalón y disimulaba el sudor de su frente.
—Si gustas puedes irte y jamás hablamos de esto —le dijo Juana y se tomó una pastilla que había en el buró.

Estela se sentó en el sillón que estaba frente a la cama, en ese momento meditó que el saber le comprometía y le ponía en un sentido vulnerable a su amiga, podría ir a la Policía, ¿pero si cambiaban de tienda o cambiaban de frascos? ¿Cómo saber que era verdad? El ridículo y hasta la muerte podría encontrar.

Se quedó viendo entonces la recamara y pudo observar y recordar la historia de vida de su amiga que le hablaba de un trabajo por donde había pasado por ella, pero nunca había entrado, le hablaba de compañeros de trabajo que nunca había conocido, y se dio cuenta que en realidad sí la conocía a ella, pero no a su entorno.

Estela estaba con una desconocida, hasta ese momento se dio cuenta.—¿Y cuantos hay involucrados?
—Pues mucha gente, aquí tenemos 15 nidos, 30 alfiles, 15 vigías, 10 palomas, 20 tanques, tres fuertes, dos puentes, los nidos son los centros de abasto, como ese supermercado, los alfiles son los dependientes que ponen los frascos, los vigías son gente de seguridad interna encargada de las cámaras para ver que llegas y te llevas el correcto, las palomas llevan mensajes y observan que todo marche bien, los tanques son los vehículos que se tienen, los fuertes son los funcionarios del ministerio que al menos que se tenga un gran problema es cómo se conocerán, y créeme que ya nos ha pasado, los puentes son los enlaces con el centro, donde está el poder mismo —le dijo Juana, la cual tocó un timbre que tenía en la mano para que llegara la enfermera a darle de desayunar.

Estela no daba crédito a sus palabras y pensaba en todos los momentos que pasaron juntas, las charlas de amores, de tristezas familiares, decepciones de amigos, de la política, y en ese instante supo que era una desconocida.

¿Cuántas sociedades secretas existen en el tejido social?

¿Cuáles son sus fines? Desde salvar personas hasta las que están contra sus gobiernos centrales.

¿Cuál es el sentido del crimen organizado y de las sociedades organizadas para repelerlos?

Los grupos del poder, sentados en tiempos y espacios definidos, van generando alianzas donde nadie entra, en donde nadie sale, donde se cuidan y van ganando espacios que para muchos parecen insignificantes, cuando en el poder todo cuenta y nada es insignificante.

Donde alguien si llega a descubrirlos, sólo se les criminaliza y luego la persona misma mira cómo su círculo social se desvanece y las instituciones actúan con indiferencia, la ley entonces no deja de ser una teoría que tiene precio y la interpretación de la misma se desvanece ante la justificación y criterio de un supuesto docto, que no es más que una pieza más de un engranaje, ante hombres solitarios y sin poder.

—No cualquiera entra a esto, ¿verdad Juana? —se acomodó, esperó a que la enfermera saliera, y le dijo —No cualquiera es llamada a esto, y hoy es tu oportunidad.

Estela pensó por unos minutos, “Y si aceptara, ¿qué pasara con mi trabajo, mi vida?”.

—Puedes seguir en él, pero verás que pronto te cambiaran a un puesto mejor, y verás que muchas cosas te saldrán bien, hasta tu casa que tanto te ha costado pagar, verás que no tendrías deuda, tenemos gente en muchos lugares —le dijo, y llamó nuevamente a la enfermera, sentía que ya regresaba el dolor por la fiebre.

Epílogo ideal

Estela despertó, tomo su teléfono y le llamo a Juana.

—Amiga te soñé y ya te contaré, que loco mi sueño.
—¿Y de qué trataba? —al escuchar, Juana rio fuerte —sí que es loco tu sueño amiga, yo ni me he enfermado en los últimos cinco años, pero nos vemos en la noche, hay unos amigos que deseo presentarte y una propuesta de un negocio, espero te pueda convencer —colgaron y en ese instante pasó una figura conocida frente a ella con pantalón de mezclilla y blusa amarilla, con un perro, Estela se quedó helada.

Epílogo negro

—Tenías razón, esto es otro mundo, gracias por la invitación —le dijo Estela a Juana al despedirse pues por primera vez iría de viaje a otro continente.

Sólo un epílogo más

—¿Y que tienen esos frascos?
—Son ganancias de distintos negocios que se tienen, sólo billetes grandes y en dos filas, hay días que son cinco o seis frascos, el tendero al que se los dejo luego los lleva llenos de leche y los reparte en las centrales de camiones en la madrugada a los viajeros que se han quedado sin algo para comer, ese tendero es un romántico —le dijo a Estela, quien aceptaba con la cabeza y se negaba internamente con el corazón.

Juana, sonrió.