Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río

“Estamos haciendo nuestras proyecciones para lograr un crecimiento (del PIB), en promedio durante el sexenio, de 4% anual. Va a ir creciendo cada vez la economía, hasta que en 2024 podamos tener una tasa de crecimiento de 6% anual”.

Eso dijo Andrés Manuel López Obrador, el 18 de marzo de 2018, luego de realizar una guardia en el Hemiciclo a Juárez. Ahí sostuvo que su modelo económico se inspiraba en el Desarrollo Estabilizador (1952-1970), periodo en el que el país creció mucho.

Seis años antes, en uno de los debates de los candidatos presidenciales de la campaña electoral de 2012, López Obrador fue, incluso, más contundente: “No ha funcionado la actual política económica. No ha habido crecimiento. Y si no hay crecimiento, no hay empleo. Y si no hay empleo, no hay bienestar. Y si no hay bienestar, no puede haber paz y tranquilidad social (…) Vamos a crecer a tasas de 6% anual para crear un millón 200 mil empleos cada año”.

Con declaraciones así, el tabasqueño había mostrado sobradamente la importancia que para él tenía el crecimiento económico. Al principio de su sexenio, el hoy Presidente mantuvo su promesa de generar una expansión de la economía mayor a la de los gobiernos anteriores. Incluso cuando las expectativas comenzaron a deteriorarse, lanzó un reto a quienes decían que este año no se alcanzaría siquiera el dos por ciento.

El lunes 1 de abril, la SHCP recortó el pronóstico de crecimiento para 2019 desde un rango de 1.5%-2.5% a uno de 1.1%-2.1%. Ante eso, en su conferencia mañanera del día siguiente, el Presidente aseveró: “Respeto el trabajo de los técnicos de la Secretaría de Hacienda. Sin embargo, creo que se quedaron cortos en la proyección, y que vamos a crecer cuando menos 2% este año. Lo apuesto, trato hecho”.

El año fue avanzando y se fueron acumulando los pronósticos y análisis que daban cuenta de una economía mexicana estancada. El mandatario debió pasar de la apuesta de que México crecería tanto o más que en los sexenios del “neoliberalismo” a festejar que la economía no había caído en recesión.

Pero su discurso cambió radicalmente cuando el Inegi presentó los datos definitivos de la expansión de la economía en el segundo trimestre del año, mismos que ajustó a la baja: de 0.1 a 0.0 por ciento.

“No nos preocupa mucho el asunto”, afirmó el Presidente en su mañanera del 23 de agosto. “Crecer puede ser que beneficie a un pequeño grupo, pero ahora hay más y mejor distribución del ingreso. Abajo, la gente tiene más capacidad de compra, más poder adquisitivo, la mayoría de los mexicanos”.

¿Por qué cambió AMLO de punto de vista? Nadie se lo ha preguntado.

Durante la semana previa a su mensaje del 1 de septiembre, diversos especialistas dieron su opinión sobre la distinción que hizo el Presidente entre crecimiento y desarrollo. Algunos de los que discreparon de él podrían ser descalificados como “neoliberales”, pero no el subgobernador del Banco de México, Gerardo Esquivel, quien formó parte de su equipo económico. Sin ambages, sostuvo: “No creo que sin crecimiento haya desarrollo”.

En su mensaje del domingo en Palacio Nacional, el Presidente volvió a la carga: “Otro elemento básico de nuestra política es desechar la obsesión tecnocrática de medirlo todo en función del simple crecimiento económico. Nosotros consideramos que lo fundamental no es lo cuantitativo, sino la distribución equitativa del ingreso y de la riqueza”.

No existen datos para confirmar o desmentir la afirmación del Presidente de que si bien la economía no crece, los ingresos de los más pobres, sí.

Sobre lo que sí existen datos es referente a los estados que han crecido a tasas superiores a los de México en su conjunto, gracias a políticas de atracción de inversiones y creación de empleos, son los que más rápido han abatido la pobreza.