Diario de Viaje
Por Pablo Íñigo Argüelles

Se murió Robert Frank. Su trabajo me ha significado siempre una gran inspiración, desde que asistía a clases de fotografía en el sótano de un edificio de glorias pasadas de Union Square.

            Y no sólo inspiración fotográfica, como sería lógico, sino también —e incluso más—  literaria. 

            Su trabajo más conocido es el compilado en aquel libro mágico de 1959 (Grove Press), titulado The Americans, cuyo prólogo fue escrito nada más y nada menos que por Jack Kerouac.

            Lo anterior —el título, el prólogo—nos debería dar una idea de cuán influyente fue su trabajo, el de un suizo de nacimiento, para toda una generación de jóvenesque encontraron, al igual que en On the Road, la identidad americana que los sistemas convencionales eran incapaces de proveerles.

            Cuenta la leyenda que Frank volvió a Estados Unidos en la década de los cincuenta alentado por Kerouac, a quien conoció en Manhattan —en uno de esos minutos neoyorquinos al pie de una acera, en el Greenwich Village— años antes.

            En ese regreso y apoyado por la beca Guggenheim, fue que compró un coche usado y se dedicó a viajar por las carreteras y caminos que unen todos y cada uno de los estados de la Unión Americana, atravesando todo el país, de Nueva York a San Francisco.

            Documentó la vida americana como ningún otro, esa vida de mitad de siglo, tan boyante, tan frágil.

            Ya quisiera yo algún día tener el coraje de coger un coche, tan solo con una cámara en el hombro, y recorrer medio continente tirando fotos y contando la vida al paso.

            Ya con media ciudad yo me conformo.

            Años después Robert Frank haría lo mismo, eso de cruzar medio país sacando fotos, pero junto a los Rolling Stones, documentando su gira, sus vicios, sus viajes. En su momento, el resultado de esa crónica, una película titulada Cocksucker Blues dirigida por el mismo Frank, fue censurada en algunos países.

            Hoy afortunadamente se puede conseguir y ver desde la comodidad de su sofá si hace una búsqueda por su navegador habitual con la combinación de palabras correctas.

            Robert Frank se ha ido, y con él, uno de los más grandes fotógrafos de su generación. Sin duda, su trabajo seguirá viendo la luz con el paso de los años, como es común con el trabajo de fotógrafos que durante su vida gastaron kilómetros y kilómetros de Kodachrome, que al final guardaron hasta en los cajones de la cocina.

            Si usted no ha explorado su trabajo le recomiendo sin titubear que consiga The Americans en su librería de confianza. Es un libro pequeño, entretenido, inspirador, lleno de rostros de personas, migrantes, obreros, que forjaron un país y que hoy están en el olvido, atrapados entre demagogias racistas y nacionalistas que sufren de amnesia.

            Ya si quiere aventurarse un poco más, le invito (reto) a conseguir un ejemplar de la primera edición, firmada por el autor, que puede conseguir en algún sitio web hasta por 15 mil dólares.

            Lo dejo a su consideración.

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Fe de errata

En mi columna pasada atribuí a Hermann Rorschach la “paradoja del gato” que originalmente fue planteada por Erwin Schrödinger.

            Una disculpa, a los dos, en donde quiera que se encuentren. Espero que no hayan removido tanta tierra.

            Y gracias, siempre, a quienes leen mis letras y me apuntan su desacuerdo, su cariño, sus alegrías y claro, mis erratas.

            Seguiré contando.

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PS

Arreglando el país con sopa Maruchan.