Disiento
Por: Pedro Gutiérrez
Con bombo y platillo, el gobierno federal anunció en días pasados el descubrimiento del siglo… o al menos así lo promovieron: Pemex descubrió, según su director general Octavio Romero Oropeza, un yacimiento gigante de crudo en el pozo conocido como Quesqui, dentro del estado de Tabasco, lo cual le permitirá a México producir en los próximos años unos 500 millones de barriles de petróleo.
Con el descubrimiento del yacimiento y la forma de celebrarlo por la clase política lopezobradorista, pareciera que nuestro país retrocede casi un siglo en el discurso pero también en el enfoque de nuestra política energética. En otras palabras, todo apunta a que la visión cardenista del petróleo ha renacido y que el tata michoacano volvió a nacer, que ha resucitado de entre los muertos para ser testigo de un cuento muy viejo en México: la petrolización del discurso y, en cierta medida, de nuestra economía.
Así ha sido desde 1938 cuando se decretó la expropiación petrolera y ese discurso pseudo nacionalista se ha mantenido como un faro que ensucia el debate. Lo cierto es que en el año 2013, el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto y la mayoría del vilipendiado PRIAN en el Congreso de la Unión aprobaron la reforma energética a nivel constitucional que precisamente ha permitido emplear la tecnología idónea para el descubrimiento de Quesqui. Efectivamente, la exposición de motivos de la reforma estructural peñista señaló que, con los cambios en el sector, México pasaría de una producción de 2.5 millones de barriles al año en aquel entonces, a tres millones de barriles para 2018. Si Quesqui producirá, según el boletín de prensa de Pemex, 110 mil barriles diarios, ello significa que al cabo de un año estará arrojando unos 40 millones de barriles de crudo, cifra muy superior a la proyectada por la reforma energética impulsada por la maldita mafia del poder. En otras palabras, el yacimiento descubierto en Tabasco debería ser objeto de un profundo agradecimiento del presidente López Obrador al PRIAN y, en específico, al mandatario Enrique Peña Nieto.
Desde hace varios años, la reforma energética vista como una reforma estructural impulsada por el PRI y el PAN fue puesta en entredicho por López Obrador. Desde el denominado boom petrolero del sexenio echeverrista, que se consolidó en la administración de López Portillo, la discusión sobre el presente y futuro de nuestro petróleo ha sido una constante: primero porque las reservas aumentaron de forma exponencial en aquellos sexenios, sobre todo con el descubrimiento de Cantarell; segundo, cuando nos dimos cuenta que la supuesta abundancia que había que administrar no lo era tanto o, al menos, la habían dilapidado en un santiamén los corruptos gobiernos priistas y; tercero, en el momento en que diversos especialistas apuntaron el hecho de que la entonces empresa paraestatal (ahora empresa productiva del Estado) se estaba quedando rezagada en materia tecnológica y que la industria con la que contamos no es competitiva con otras naciones y empresas petroleras.
Recordemos que en 1976 fue descubierto el yacimiento de Cantarell y, en aquellos momentos, llegó a ser considerado el sexto más productivo del mundo. La historia se repite y haríamos bien en aprender de esa dolorosa lección que acabó en tragedia nacional, fundamentalmente económica. Y es que mucho daño –dicen los conocedores del tema– causó el descubrimiento de dicha reserva, y no porque no nos haya aportado crudo a borbotones, sino porque a partir de que se explotó el concitado yacimiento, Pemex y el gobierno federal basaron toda su producción y confianza en Cantarell. No vaya a suceder lo mismo ahora con la reserva encontrada en Quesqui, pues las cifras alegres manejadas por Octavio Romero apuntan a que encontramos la solución y panacea a todos nuestros problemas acumulados.
Quién iba a decir que la única buena noticia de fin de año –un año por cierto muy difícil para los mexicanos y para el propio Presidente– estaría relacionada con una de esas políticas neoliberales que tanto fustiga López Obrador. Sin reforma energética peñista no hubieran existido los elementos tecnológicos para el descubrimiento del yacimiento; sin este yacimiento no habría, a su vez, una prometedora etapa para la alicaída administración de Pemex y nuestra economía. Vamos a ver si, a diferencia del echeverrismo, el lopezobradorismo no dilapida Quesqui y desperdiciamos, en el marco del sector energético, otra posibilidad de oro como ya echamos a perder al menos una década con el caso Cantarell.