En los próximos meses el mundo entero será testigo de una contienda electoral inédita en la nación más poderosa del mundo: los Estados Unidos de América. Por ello, habremos de dedicar esta y muchas más colaboraciones para abordar el tópico de referencia, sobre todo por la relevevancia respecto a México y el factor geopolítico. Por hoy, comenzaremos con esta entrega haciendo una reflexión sobre el sistema presidencial norteamericano mismo que, por cierto, acogimos nosotros desde la Constitución Federal de 1824.
Los norteamericanos fueron los creadores del sistema presidencial. El diseño institucional del sistema tiene sus orígenes en la senda disputa que mantuvieron los colonos originarios en contra de la corona británica, con la cual decidieron romper y consecuentemente independizarse a partir del pretexto –real o no- de las tasas impositivas desmesuradas que decretaba el reino y la desesperanza de los habitantes que habían probado suerte en el nuevo mundo.
Dada la experiencia absolutista que padecieron los colonos, el esquema institucional que habrían de instaurar en una nueva nación debía fundamentar su existencia en la presencia de un ejecutivo fuerte –pero no tanto como el rey británico- y un congreso que limitara precisamente la potestad soberana del propio ejecutivo. En este sentido, el maestro Giovanni Sartori comenta los apuntes de Neustadt, quien afirma que: “…los Padres Fundadores no crearon un gobierno de poderes separados, sino en cambio, un gobierno de instituciones separadas que comparten el poder…” La otra gran idea de los constituyentes de Filadelfia, también aparejada con el diseño del congreso, fue la creación del esquema federal, cuyo eje es que las colonias preservaran algunas facultades propias que las distinguieran en el ámbito de su soberanía interna y, al mismo tiempo, que cedieran otras tantas cuyo ejercicio era menester de una órbita distinta –que no superior- llamada federal. Así, federalismo y diseño del congreso serían artífices elementales de un nuevo sistema político, en el que una de las cámaras –la de representantes- representara a la ciudadanía; al tiempo que la otra –el senado-, representara de manera directa a los estados en sus intereses y atribuciones.
Gran parte del éxito del nuevo sistema de gobierno presidencial está basado en el acierto del diseño del poder legislativo, garante del equilibrio del poder y del freno de los posibles abusos del jefe del ejecutivo.
El ejecutivo fue cuidadosamente diseñado desde el origen mismo del acceso al poder, como dice el Dr. Espinoza Toledo: “…el ejecutivo sería electo con base en el sufragio universal indirecto. Los convencionistas veían muchos riesgos para la democracia en la elección directa del presidente, porque al liberar al ejecutivo éste podría apelar directamente a las masas y crear un poder personalizado…”.
Es así que el presidente en Estados Unidos de América sería electo de manera indirecta, a través de un Colegio Electoral que estuviese integrado por representantes de los estados, quienes con un determinado número de votos electivos, sufragaban por el candidato de su preferencia. El congreso, en cambio, estaría integrado por legisladores votados popularmente, confiriendo entonces una relación directa entre la soberanía popular y los congresistas, pero una relación sólo indirecta entre el pueblo y el presidente.
En resumen, el Dr. Espinoza Toledo señala que el sistema presidencial creado por los norteamericanos ha sido exitosos por varios factores, entre los que destacan que: “…el presidente tiene cierta preponderancia en el sistema político, pero el Congreso, organizado en dos cámaras, no es débil ni le está subordinado. Se trata de un presidente electo y es a la vez jefe de Estado y jefe de gobierno, no puede ser destituido por el Congreso, nombra a su gabinete…y lo remueve libremente. Su mandato es de cuatro años, reelegible por una sola vez; sin embargo, su poder está limitado por varios elementos, entre otros, por la colaboración estrecha entre el Legislativo y el Ejecutivo, por la administración federal, por la soberanía de los estados, por los grupos de poder económico y por la lucha de partidos…”.
Hoy los norteamericanos tienen dos debates a la vista por los próximos meses: el primero, en relación al juicio político contra el Presidente Donald Trump, que ha de resolver la cámara de senadores. Si, como se prevé, sortea Trump la imputación, me parece que la reelección estará garantizada. Si lo destituyen de la presidencia, habrá una crisis política inédita y una contienda de pronóstico reservado, en donde por parte de los Demócratas parece que se perfila la candidatura del izquierdista Bernie Sanders, quien a una semana del Caucus de Iowa aventaja en todas las encuestas. Y, como dicen en el argot político estadounidense, quien gana Iowa gana la nominación presidencial. Ya veremos.