El coronavirus tomó por sorpresa al mundo, lo exhibió, lo ridiculizó, lo arrinconó en su soberbia. Todos los sistemas de salud que han servido como ejemplo a nivel mundial se muestran colapsados porque no han sabido descifrar la geometría de avance de la epidemia/pandemia. El planeta se asombraba de la capacidad de los chinos para construir un hospital en siete días, pero dejó de cuestionarse cómo fue que la autoridad permitió la operación de un mercado clandestino de especies exóticas, tan exóticas que el primer antecedente de la enfermedad se remota al caldo de murciélago que presuntamente habría consumido el paciente cero.
Después del inicio todo fue como ver caer filas de fichas de dominó; día a día se actualizaba el mapa de los contagios, de Asia brincó a África, después a Europa; la llegada a América era inminente. El mundo ya había probado hace algunos años el poder de las redes sociales en el monitoreo en tiempo real de una epidemia, aunque en 2009 Facebook avanzaba y Twitter aún no se consolidaba en las esferas populares. La crisis de la influenza A/H1N1 nunca mostró a un sistema mundial de rodillas, ningún país cerró sus fronteras, las bolsas resistieron los embates, aunque los especuladores hicieron gala de su voracidad con algunos productos y medicamentos, la vida logró seguir con normalidad, la normalidad que dicta que, en este tipo de contingencias, los más pobres y vulnerables serán los más afectados.
El Covid-19 se ha presentado con sus propias particularidades; en el corte del 14 de marzo de la Organización Mundial de Salud (OMS), a lo largo y ancho de la región de las Américas había dos mil 209 casos confirmados y 47 muertes provocadas por el virus. Los gobiernos han respondido de diferentes maneras para mantener el orden y la paz pública; no obstante, la cantidad de información que se encuentra en todos los medios, tradicionales y digitales, generan datos que confunden a la población, proliferan las llamadas fake news en las redes sociales, con una velocidad mayor a la del propio virus.
Somos testigos de tiendas abarrotadas, con cientos de miles de personas haciendo compras de pánico, llevándose todos los bienes de primera necesidad; se mueven con el temor de que “todos moriremos”, como afirman algunos seguidores y agoreros del apocalíptico profeta Nostradamus. La realidad del coronavirus es distinta a lo que puede pensarse. Es verdad que tiene una tasa de mortalidad baja, pero una de morbilidad muy alta, es decir, se contagia rápido y a muchos; la mayoría de los casos se recuperan con atención médica oportuna, descanso y aislamiento, no hay motivos todavía para perder la calma.
Recorremos tiempos que nos exigen prudencia en el manejo del tema, debemos promover la información responsable, debemos difundir las medidas planteadas por los gobiernos en sus distintos órdenes, no fomentemos compras de pánico, resguardémonos la mayor cantidad de tiempo para evitar la propagación del virus, empecemos por sumarnos a la fase de prevención, la de reacción no ha llegado.
El reto es grande, es la prueba más severa para un sistema que no estaba listo para responder, pero tampoco se trata de la versión del siglo XXI del pasaje del Antiguo Testamento cuando Dios envió las diez plagas a Egipto.
La pandemia nos exige ser solidarios y generosos; nos toca evitar el lucro político con un tema que significa una emergencia internacional. México pronto entrará en la fase 2 de la pandemia, las medidas de atención y prevención incluirán la suspensión de la mayoría de las actividades al aire libre y en condiciones masivas; como lo dijo López Gatell, el subsecretario de Salud a nivel federal, debemos esperar al momento exacto para empezar a aplicar esas medidas de fase diferente, no desgastemos el ánimo social y no provoquemos la desconexión intempestiva de nuestra economía; en un escenario de catástrofe económica y de salud pública siempre perderán los que menos tienen y los que menos pueden.
Perderán los que no pueden ir a vaciar los supermercados, los que no pueden recibir medicamentos a tiempo y los que no tendrán diagnósticos oportunos, a eso me refiero cuando digo que son tiempos de solidaridad y generosidad, que el individualismo y la mezquindad no venzan a la propia humanidad en su batalla más grande, tal vez la más grande del siglo XXI.