Buena parte de los esfuerzos de algunos de los mejores hombres de México, entre columnistas, politólogos, economistas y médicos eminentes, están dirigidos a exponer, con la mejor batería de argumentos y de la manera más clara que pueden, las medidas urgentes que debería adoptar el gobierno para paliar el impacto del coronavirus sobre la salud y en la economía del país.
He leído con cuidado, por ejemplo, el magnífico documento elaborado y publicado por tres ex secretarios de Salud y muchas personalidades más del área médica y de otras especialidades, cuyo título me sonó al antiguo toque de rebato para alertar a las poblaciones de un peligro grave e inminente: Por la salud de todos, ¡actuemos!. También estudié el magnífico artículo del doctor Abel Pérez Zamorano titulado Acciones necesarias y urgentes frente a la pandemia, que tuvo a bien publicar con fecha del 28 de marzo de este año. Puedo asegurar que ambos documentos no tienen desperdicio alguno, y aunque este no es lugar ni el momento de entrar a hablar a detalle de su contenido, sí creo en mi deber de invitar a mis pocos lectores interesados en el tema a consultarlos y a enriquecer sus opiniones en torno a la pandemia y la manera de reducir al mínimo sus daños.
No quiero pasar por alto los esfuerzos de muchos columnistas y articulistas de prestigio que se preocupan por tratar de convencer al Presidente de que tiene que acatar las medidas precautorias que su propio gobierno ha establecido y difunde entre la población. En todos los tonos y con una amplia variedad de argumentos, tratan de hacer entender al jefe de la nación de que debe cuidar su vida en vista de la inmensa responsabilidad que pesa sobre sus hombros y, además, porque su buen o mal ejemplo ejerce una influencia sobre la conducta pública superior, incluso a la de los argumentos de los especialistas encargados del combate a la pandemia. Es decir, tratan de hacerle ver que, con su indisciplina, orilla a muchos a seguir su ejemplo y a poner en grave riesgo su vida y la de los demás, algo que el Presidente no se debe permitir, y menos alentar, bajo ninguna circunstancia.
Cuando leo y dimensiono lo que valen y lo que cuestan todos estos y muchos otros esfuerzos, no puedo dejar de preguntarme: y todo esto ¿para qué? ¿Tendrán todavía sus autores la esperanza de ser escuchados por López Obrador y de que sus valiosísimos consejos y opiniones sean tomados en cuenta y aprovechados por él? La verdad es que no lo sé, pero me extrañaría mucho que así fuera. Porque hace mucho, muchísimo tiempo que a todo mundo le quedó (o debería haberle quedado) claro, sin que haya resquicio para la duda racional, que el presidente López Obrador es absolutamente inmune, refractario absoluto a las ideas ajenas, sin importar para nada si son ciertas o falsas, correctas o incorrectas; que está blindado, con un blindaje tan poderoso e impenetrable como no conocen ni conocieron nunca los mejores fabricantes de tanques, cañones y acorazados de ayer y de hoy, contra cualquier intento externo de influir en sus ideas y su conducta. Al Presidente de la 4T no sólo le resultan indiferentes las opiniones y las ideas ajenas; las toma como un insulto, como un ataque a su integridad ideológica y moral, como un intento perverso de exhibirlo ante el público como incompetente e inseguro, o como un títere movido por criterios ajenos al suyo.
Es por eso que el resultado que han obtenido todos los que se han atrevido a manifestar públicamente algún desacuerdo con sus hechos o con sus dichos, ha sido un inmediato y furibundo contraataque, de palabra y de hecho. Han sido exhibidos, sin ninguna consideración y sin ninguna prueba, como corruptos, conservadores, cómplices de la corrupción de sexenios pasados; incluso como delincuentes (de cuello blanco algunas veces, pero no siempre) sobre quienes caerá todo el peso de la ley. La diatriba y la amenaza es el premio que cosechan por su honrado esfuerzo de ayudar al país en la forma como saben hacerlo. Y creo sinceramente que esta será la suerte de los preciosos y atinados consejos a que me he referido antes. Con el respeto que debo a sus autores, me atrevo a decir que han desperdiciado inútilmente su tiempo y su sabiduría, ambas cosas que podrían producir excelentes frutos aplicadas a menesteres menos estériles.
Me preocupa grandemente, por ejemplo, que con la atención de todos centrada casi exclusivamente en el Covid-19, nos hemos olvidado de otras cuestiones de igual o mayor gravedad que la pandemia y que ya veníamos padeciendo desde antes, desde siempre, problemas que no han desaparecido y que en cambio pueden agudizarse más todavía con la crisis del Covid-19. Nos hemos olvidado, por ejemplo, de la galopante inseguridad en que nos hallamos inmersos desde hace rato y de la ausencia de una estrategia eficaz para combatirla; de las espeluznantes cifras de asesinatos y feminicidios que crecen inconteniblemente día con día; del crecimiento igualmente incontenible de los robos, los asaltos, el saqueo de domicilios, los secuestros y las extorsiones, virtuales y reales; el desempleo creciente, los bajos salarios, las carencias de vivienda y de servicios urbanos para las poblaciones marginadas, de la nula inversión en infraestructura en esas mismas comunidades. Hemos olvidado los problemas de la migración en las fronteras norte y sur del país; de la reiterada violación de sus derechos humanos y de que miles de integrantes de la Guardia Nacional están destinados a perseguirlos mientras la población vive en el desamparo frente a la delincuencia.
Desapareció súbitamente el problema de la absurda concentración de la renta nacional en muy pocas manos y la gran desigualdad y pobreza que genera en las mayorías; dejó de existir como por encanto el desabasto permanente de medicamentos, el desastre del Insabi, la carencia de todo, incluso de lo más indispensable, en los hospitales del sector público; la bajísima inversión en educación, ciencia y tecnología, etcétera, etcétera.
Y junto con todo esto, tampoco nos hemos dado cuenta de las ilegales y peligrosas maniobras del gobierno de la 4T para mantenerse en el poder del país por las buenas o por las malas. Por ejemplo, nadie prestó atención al madruguete de los diputados morenistas que aprobaron con dispensa de todos los trámites una ley que les asegura la reelección casi de por vida, sin tener que renunciar a su cargo y al dinero que por él reciben. Es decir, que los señores morenos podrán hacer campaña con el poder y el dinero de un diputado, lo que les otorga una ventaja, abusiva e insalvable, frente a cualquier candidato de otro partido que no cuente con esas canonjías. Ante nuestros ojos, Morena se agandalla el poder del país y prepara el terreno para la soñada reelección presidencial sin que nos demos cuenta siquiera. En Puebla, el martes 31 de marzo, el Tribunal Electoral del Estado tomó el acuerdo de negar al Movimiento Antorchista Poblano (MAP) su derecho a convertirse en partido político local aprovechándose de que la atención del público está centrada en la pandemia y de que las medidas de contención impiden a los antorchistas reunirse para protestar ante tan sucia como esperada maniobra. Los señores magistrados, pasándose el derecho por donde usted sabe, cumplen la orden de su jefe nato, el gobernador morenista Miguel Barbosa.
En síntesis, creo que todos debemos tomar conciencia de que el temor a la pandemia está acaparando en exceso nuestra atención y estamos desamparando a los mexicanos frente a otros graves problemas, que no llegaron con el coronavirus y que no se irán con él cuando amaine la crisis. Con ello, entre otras cosas, estamos permitiendo la comisión de graves atropellos a los derechos electorales de los ciudadanos y el desmantelamiento silencioso no sólo de la economía, sino también del sistema de democracia representativa en que hemos vivido hasta aquí.
Estoy de acuerdo con quien hace un llamado enérgico a parar en seco la carrera hacia el abismo a que nos arrastra el Presidente, pero no lo estoy cuando encomienda la tarea a los disidentes (hasta ahora ocultos) del gabinete, a los empresarios con mayor poder económico y a la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago). Ninguna teoría ni ninguna experiencia histórica a la vista hace pensar que tal esfuerzo, que es y debe ser nacional, pueda llevarse a cabo por pequeñas élites, por poderosas que sean. Ahora mismo, en cambio, sobran las voces y las opiniones que nos recuerdan a todos que ningún régimen económico, por corrupto que sea o por descompuesto e incapacitado que se encuentre, se cae espontáneamente del poder o empujado por alguno o algunos de los pilares en que se sostiene. Sólo un poderoso movimiento desde abajo, es decir, sólo la fuerza del pueblo, unificado por el repudio al sistema caduco y organizado conscientemente para derribarlo, puede operar el milagro de barrer con el neoliberalismo y con los curanderos sociales que tratan de conjurarlo con ensalmos y estampitas sagradas.
Por eso estoy convencido de que la verdadera tarea de quienes vemos el coronavirus sólo como una consecuencia (y no la peor, por cierto) del corrompido e ineficaz neoliberalismo que viene expoliando al mundo desde hace 50 años por lo menos, radica en convocar a las masas a organizarse y a luchar por su sobrevivencia y por sus intereses históricos; en tocar a las puertas de la clase trabajadora, de los obreros y obreras de las grandes y pequeñas empresas del país, a que se sacudan el control charril que las avasalla desde antes de la Revolución, a que le pierdan por fin el miedo al desempleo y a la pérdida del salario, a la violencia de esquiroles y perros de oreja, y a que se unan a los demás mexicanos para luchar unidos por una patria más rica, soberana y capaz de gobernar su propio destino. Creo que dedicar a esta gran tarea la inteligencia y el esfuerzo intelectual de los mejores mexicanos con que contamos hoy, puede obrar el milagro de despertar al pueblo a una lucha que, esa sí, rendirá los mejores frutos.