La frase: “La bolsa o la vida”, atribuida a bandoleros españoles que asaltaban en Andalucía, no es en realidad un dilema. Si se elige resguardar la bolsa, se pierde la vida y la bolsa. Pero además al elegir entregar la bolsa se hace uno partícipe del asalto. Redime al asaltante y nos muestra que no tenemos libertad de elegir, porque cualquier otra elección sería la muerte, entonces la única libertad que habría sería elegir la muerte.

El coronavirus llegó al mundo gritando la bolsa o la vida. Sólo que ahora la bolsa es la de Wall Street y la vida el sistema de salud mundial. Las decisiones que están tomando los países para enfrentar la emergencia sanitaria tienen que caminar sobre este peligroso filo. Pensar en el problema como una dicotomía hace que se opte por estrategias económicas antes que epidemiológicas.

El filósofo y sociólogo Slavoj Zizek abrió el debate en el artículo que escribió para el órgano propagandista ruso RT, como anticipo de su nuevo libro PANdemIC! Aseguró que el nuevo virus será el Kill Bill del capitalismo. “La epidemia de coronavirus —escribe— es una especie de ataque de la ‘Técnica del corazón explosivo de la palma de cinco puntos’ (usada en la película de Tarantino) contra el sistema capitalista global, una señal de que no podemos seguir el camino hasta ahora, que un cambio radical es necesario”. Y sueña con un nuevo orden mundial, con un retorno al comunismo, poniendo a China como el nuevo exponente en lo económico, en lo político y sobre todo en lo social.

Sin embargo, el también filósofo Byung-Chul Han asegura que, tras la pandemia, “el capitalismo continuará aún con más pujanza… Y los turistas seguirán pisoteando el planeta. El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia.”

¡La bolsa o la vida!

Políticos populistas, de derechas y presuntas izquierdas, como Donald Trump, López Obrador o Jair Bolsonaro, propagaron en Estados Unidos, México y Brasil la idea de que el virus era un mito. Un ataque más de los adversarios hacia su investidura presidencial. Por eso, en primera instancia incitaron a sus gobernados a seguir haciendo su vida normal, salir a las calles, pasear, abrazarse, comer en lugares públicos. Incluso Trump optimista dijo que levantaría la cuarentena para Pascua, para volver a consumir como en los viejos tiempos. El registro de enfermos le estalló en la cara y tuvo, por el contrario, que ampliar el periodo de confinamiento hasta finales de abril.

El coronavirus nos gritó: “La bolsa o la vida”. Pero parece que no hay manera de elegir entre una y otra. En España, con 130 mil casos de infectados y 12 mil 418 muertes relacionadas a la enfermedad, ya se reporta la pérdida de 900 mil fuentes de empleo. En Estados Unidos, con 329 mil infectados y nueve mil 420 decesos, en el mismo periodo 10 millones de personas solicitaron ayuda por desempleo, 6.6 millones tan sólo en una semana; y los analistas consideran que el número de desempleados podría ser mayor al que arrojan las cifras oficiales.

Las autoridades de salud en México proyectan que podría haber hasta 78 millones de infectados por Coronavirus, es decir 70% de la población en el país. Aunque sólo entre 10% y 12% podrían tener síntomas y 5% llegaría a ser grave. Y aunque no haya proyecciones sobre la devastación económica que la pandemia puede provocar, lo cierto es que la cifra de afectados será mayor al número de enfermos sintomáticos.

La paradoja parece que se va a decantar por la bolsa. Es preferible sacrificar a los adultos mayores, que ya no son productivos y salvar a los jóvenes que aún son fuerza laboral. El confinamiento, como bien lo menciona Byung-Chul es para evitar que el sistema sanitario-económico se colapse y no haya más dinero para comprar medicamentos, ventiladores, pagar salarios a doctores o construir hospitales.

Pero no es la salida, la salida tendría que ser superar la dicotomía haciéndola imposible, y esto sólo se logra con una ética pensada en nuevas estructuras. No la ética como sistema de valores, en donde se cuestione lo bueno o lo malo de las personas, no. Sino una ética que pueda redefinir y quizá hasta transformar la biopolítica, sacándola de su lugar de dispositivo que controla la vida y la bolsa.

 

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS PUEBLA

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