Respeto a la muerte y a los cuerpos que reciben es lo que sienten los cremadores al incinerar un cadáver.
Saben que son las últimas personas que ven el cuerpo de los occisos, pues después sus familiares sólo recibirán las cenizas dentro de una urna.
Basta con sacarlos del ataúd donde fueron velados para meterlos a los hornos de los crematorios. A los cadáveres los meten con su ropa, sólo les quitan zapatos, cinturones y prendas que sean plástica; posteriormente encienden el horno que los hará cenizas.
Los encargados de la incineración están conscientes que estar en contacto con cadáveres y que eso puede traer consecuencias a su salud, por lo que toman todas las medidas de higiene necesarias para minimizar riesgos.
Ahora, por el Covid-19, además de usar traje especial, guantes, cubrebocas y gafas; también desinfectan toda su área de trabajo y, si usaron ataúdes de los que denominan “económicos”, porque son de cartón, también los creman para evitar la propagación del virus.
En los últimos meses el trabajo se ha duplicado, por lo que han habilitado más horas de trabajo debido a que los hornos permanecen encendidos día y noche, ya que saben que no pueden acumular cuerpos. En promedio, las cremaciones tardan tres horas y media.