Freud muestra que los problemas psicológicos se relacionan con la cultura. Cultura que se monta sobre un homicidio. De acuerdo con el médico vienés, existió una horda primordial, que era gobernada tiránicamente por un padre, que era dueño de todas las mujeres. Como los demás miembros de la tribu no tenían acceso a ellas, decidieron matar al tirano y comerlo. Se prometieron no volver a ocupar ese lugar, nadie podría ser poderoso absoluto. Así, nació la prohibición, la ley, la culpa y con ella la cultura y la neurosis. Ley, cultura y neurosis como él la conoció.
La sociedad moderna no participa de la incorporación del cuerpo y la sangre del padre en el banquete totémico. Para formar parte de la horda no hay que repetir este viejo mito. Hoy la exigencia es consumir, no incorporar. Si algo surge tiránicamente, amenazando el goce sin límites, no hay que asesinarlo, hay que convertirlo en objeto de consumo. No (sólo) lo comemos, lo portamos, lo exportamos, lo importamos, lo vendemos, lo compramos.
La pandemia del coronavirus ya llegó a este punto. Podemos proclamar su muerte y su paso a los aparadores. Podemos gozar con ella y dejar que ella goce con nosotros, siempre que el intercambio de las relaciones comerciales reporte un plus para alguien.
En México los centros de intoxicación legal (los bares) están cerrados. Los lugares sagrados para ritos de iniciación, vida y muerte, están prohibidos, sólo se permite el culto a través de Internet, por las redes sociales viaja más rápido la absolución. Lo único que permanece abierto son los supermercados. Podemos (debemos) comprar desde los víveres y los desinfectantes, hasta ropa y pantallas, entre más grandes mejor. Y si fuera como en Estados Unidos, también podríamos adquirir armas, para matarnos o para matar a los otros que nos amenazan con o sin mascarillas.
Desde antes de la pandemia el supermercado y el museo no guardaban diferencias. La obra de arte como mercancía y la mercancía como obra de arte, daban una aureola inversa a la expresión de ser humano. Hoy el supermercado ganó y los museos cerraron. Se afianza, entonces, como centro y destino de la convivencia personal, de pareja y familiar. Si lo piensas lo puedes comprar.
Como podemos comprar al coronavirus en forma de piñata. Pero estas piñatas no son la representación de los siete pecados capitales. Ni la forma en la que tenían los niños de volver profano lo sagrado, jugando con los objetos de la casa. No son juguetes. Juguetes son los médicos y las enfermeras. Bansky, el máximo representante de lo que hoy es arte, ha revelado de la mejor manera la representación (a)simbólica de la pandemia. Un niño que juega con una enfermera, como representante del sistema sanitario. No es sagrada, ya no más, la voz de los médicos. Es otro “super héroe” como los inventados por los comics. Sus aventuras las podemos leer en Twitter sin necesidad de esperar a la publicación semanal.
No urge abrir los centros religiosos o permitir el acercamiento con las personas. Lo que nos devora son las ganas de reactivar la economía. Que abran las plantas automotrices. Hay que venderle un auto a una persona a la que el gobierno le impide circular libremente por las calles, todos los días que quiera. Si sueña que lo tiene en la cochera, hagamos su sueño realidad.
El responsable de domar la pandemia, Hugo López Gatell llega a las portadas de las revistas del corazón. Es esposo, padre y amante del rock. Pero también es un muñeco. Un funko que se sienta a las puertas de las peores semanas del contagio a leer poesía: “El hambre es el primero de los conocimientos: tener hambre es la cosa primera que se aprende. Y la ferocidad de nuestros sentimientos, allá donde el estómago se origina, se enciende”.
Señoras y señores, la pandemia ha muerto y la hemos comprado nosotros. Alegrémonos y regocijémonos, podemos comprarla a meses sin intereses. La banca sigue funcionando y nos aplazará la deuda hasta el final de nuestros días.