En medio de la crisis y del momento más crítico de la pandemia en México, el presidente Andrés Manuel López Obrador decidió reactivar sus giras presidenciales.

Con todos los estados —menos Tamaulipas— en semáforo rojo y una vez que el mandatario de la nación trasladó la responsabilidad de la contención en cuanto a la emergencia sanitaria a los gobernadores, ahora se pasea en estados del sureste mexicano, sin cubrebocas y como si más de 10 mil personas en el país no hubieran muerto por el Covid-19.

Existe una razón poderosa por parte de López Obrador que le ha llevado a retomar las giras presidenciales en diversos estados del país.

Se trata de un cálculo estrictamente electoral de cara al proceso intermedio que se estará celebrando exactamente por estas fechas, en 2021.

Para legitimar su gobierno y seguirse moviendo con total libertad a manera de capricho, tal como lo ha venido haciendo hasta ahora, necesita garantizar la mayoría en la Cámara de Senadores, en la de Diputados y en los Congresos locales. Además necesitará —no de forma prioritaria pero sí importante— que en los estados donde se juega la gubernatura, sean sus candidatos quienes se lleven el triunfo.

Hace unos meses, este escenario —el de garantizar las cámaras y los estados— no habría sido descabellada, pero ahora, la realidad es otra y las malas decisiones tomadas durante la emergencia internacional por la pandemia provocada ante el coronavirus, ha mermado la aceptación y credibilidad de López Obrador.

Sabedor de esta nueva realidad, es imperativo en su estrategia retomar lo antes posible sus giras por el territorio nacional, porque entiende que su lugar está en los mítines a micrófono abierto y no en el escritorio donde se deben tomar las decisiones difíciles y silenciosas inherentes a la acción de gobernar.

Le funciona más seguir pregonando promesas como el eterno candidato, que abrazar las responsabilidades de dirigir a la nación con los desgastes naturales que estas decisiones mismas conllevan.

Y es que al final, el estilo de López Obrador es la simulación.

Es necesaria su presencia en los estados primero para poner orden y después para ir seleccionando a los candidatos.

Eso de que Morena es el modelo democrático de lo que un partido debería ser está muy lejos de la realidad.

Las candidaturas tendrán que ser palomeadas y como en el caso de Puebla, será necesario reacomodar las piezas dado que existe ya una marcada división entre el grupo que lidera el gobernador Miguel Barbosa, el pequeño capital —pero no menos importante— con el que cuenta Claudia Rivera y otros que podrían ser el contrapeso de uno u otra.

(Habrá que ver también el comportamiento de la nueva dirigencia que no es grato para el mandatario).

Y obviamente, tras el descenso en la aceptación del Presidente reflejada en las encuestas, López Obrador deberá recuperar el tiempo perdido, así tenga que poner el mal ejemplo y romper el confinamiento en medio del pico más alto de contagios en todo México, que está a nada de convertirse en el primer país de América Latina con más casos positivos de Covid-19. 

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La promulgación fast-track de la nueva Ley de Educación para el estado provocó una seria controversia no sólo en Puebla, sino en todo el país. 

Más allá de la interpretación que se le dio a la creación de esta nueva normativa, se puso en evidencia la soberbia con la que legislan las y los diputados de la 4T.

Algunos siguen creyendo —están absolutamente convencidos— que llegaron al Congreso del estado por su capacidad, carisma, inteligencia y aceptación de cara a la sociedad, cuando en realidad fueron beneficiarios de la ola lopezobradorista que arrasó en las urnas en 2018.

 

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS PUEBLA

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