Quizá no se recuerde, pero si algo hizo despegar la visibilidad nacional de Andrés Manuel López Obrador fue el enfrentamiento que sostuvo el entonces jefe de Gobierno capitalino con el presidente Vicente Fox.
López Obrador fue una rara avis en la elección del año 2000. El panista Fox arrasó en los comicios presidenciales, ganando 19 entidades federativas, entre ellas el Distrito Federal, donde Cuauhtémoc Cárdenas había derrotado a Carlos Salinas de Gortari doce años antes.
Fox ganó en la capital —ese bastión de la izquierda—, pero el aspirante panista a la Jefatura de Gobierno, Santiago Creel, no logró capitalizar la ola y sucumbió ante López Obrador, candidato del PRD.
Ambos, Fox y AMLO, tuvieron una difícil convivencia política. Sus estilos, radicalmente distintos, los llevaron a chocar con frecuencia, cosa que se exacerbó luego de que el jefe de Gobierno fuera acusado de desacatar la orden de un juez de suspender las obras en el terreno denominado El Encino, motivo por el que el gobierno federal inició un proceso de desafuero en su contra, en mayo de 2004.
Se acercaba la elección presidencial de 2006 y el desafuero fue percibido como una manera desleal de sacar a López Obrador de la carrera, lo cual le generó a éste un gran apoyo popular a nivel nacional.
Al ver que la medida era políticamente contraproducente, Fox ordenó a la PGR desistir de la acusación. La clave de aquella decisión fue la manifestación multitudinaria en apoyo a López Obrador, la cual colmó el Zócalo el 24 de abril de 2005.
Hoy, como Presidente de la República, el tabasqueño se está encargando de hacer crecer la visibilidad nacional del gobernador jalisciense Enrique Alfaro, como Fox hizo con él hace ya más de 15 años.
En días recientes le he relatado cómo una coalición de gobernadores se está haciendo sentir como contrapeso ante la debilidad de los partidos de oposición y su escasa representación en el Congreso.
Entre esos mandatarios estatales ha comenzado a destacar Alfaro, quien el viernes pasado fue anfitrión, en Tequila, del grupo de gobernadores rebeldes. La intensidad de la crítica que genera en el oficialismo es una indicación del temor que provoca a futuro, de manera muy similar a lo que sucedía con López Obrador durante el foxismo.
A diferencia de la mayoría de las figuras de la oposición, que cargan con el desprestigio que acumuló la llamada partidocracia a lo largo de un cuarto de siglo —mismo que hizo posible el triunfo de López Obrador en 2018—, Alfaro tiene una carrera política que se inició apenas hace 13 años. En poco más de una década escaló de una diputación plurinominal en el Congreso estatal a la gubernatura, pasando por las alcaldías de Tlajomulco y Guadalajara.
Más allá de las responsabilidades que ha asumido y tendrá que asumir respecto de las protestas del pasado fin de semana, fue muy claro cómo se pretendió usar ese episodio, por parte de los adeptos de la Cuarta Transformación, para hacerlo trastabillar.
Ya antes, el gobierno federal le había lanzado puyas —mediante el subsecretario Hugo López-Gatell— para intentar demeritar los logros obtenidos en la lucha contra el coronavirus, especialmente en comparación con los de la Ciudad de México.
Como su sexenio se inició al parejo del periodo presidencial, el gobernador de Jalisco podrá planear un eventual intento de llegar a Palacio Nacional sin dejar el mando de uno de los estados más ricos y políticamente relevantes del país, ventaja que no tendrán los gobernadores que terminan su encargo en 2021, y con mayor reconocimiento en la opinión pública que aquellos que apenas lo inician ese año.
Además, su ubicación en el centro del espectro ideológico le da ventajas para concitar el apoyo de los diferentes partidos de oposición.
De ahí que Alfaro resulte incómodo para la 4T. Es un hombre de reciente ingreso en la arena política, que no ha tenido tiempo de acumular demasiados negativos; gobernador de uno de los estados más poblados del país —que siempre gana quien gana la Presidencia de la República— y que ahora cuenta con la atención del Presidente para lo que aún le falta: consolidarse como figura nacional.