El 7 de abril pasado, en una conferencia virtual con líderes empresariales, el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Carlos Salazar Lomelín, leyó una pregunta que recibió de uno de los participantes.
“‘¿Crees que hemos llegado al punto de decirle a AMLO: corriges o te vas?’”.
Salazar respondió: “Parece que no entendemos la democracia que tenemos. Por más comunicados que ustedes puedan lanzar para que se vaya, el señor tiene el apoyo que le dio esta estructura democrática; dentro de un año y pico, tendremos la posibilidad, porque así lo estableció nuestro Congreso, de hacer una revisión democrática o un rechazo de mandato, ¡ése es el momento!”.
Y agregó: “Si ése es el resultado que queremos, unámonos. Nada más que tenemos que tener 30 millones de mexicanos detrás de nosotros”.
Al parecer, esas palabras bastaron para que Salazar, quien hasta entonces había tenido una gran interlocución con el presidente Andrés Manuel López Obrador, no haya vuelto a ser recibido en Palacio Nacional.
Otra mención reciente sobre el tema de la revocación del mandato, por parte del escritor Héctor Aguilar Camín, provocó que el Presidente se refiera a él como “intelectual orgánico del régimen” (sic).
Da la impresión de que, después de haber sido él mismo impulsor de la revocación, ésta se ha convertido en anatema para el Presidente.
¿Qué cambió? Probablemente, que cuando López Obrador propuso al Congreso esa figura, luego de haber prometido hacerlo en su campaña electoral, gozaba de altísimos niveles de popularidad.
Hoy, las cosas son distintas. Hay encuestas que muestran que son más los mexicanos que desaprueban la gestión del tabasqueño. Y si a eso sumamos que la economía mexicana podría tener una contracción histórica el año entrante, ir a una revocación del mandato en marzo de 2022 –dentro de sólo 21 meses– podría ya no parecerle buena idea.
Me llamó la atención que en el extraño documento que se presentó el martes en Palacio Nacional, atribuido a un supuesto Bloque Opositor Amplio, aparezca como uno de los dos objetivos centrales de ese grupo “revocar el mandato presidencial en 2022”. Ignoro quién haya escrito ese texto, pero la decisión de leerlo en público, desde la mañanera –incluida la parte que se refiere a la revocación–, fue del Presidente y de nadie más.
Así, de ser un vehículo para que López Obrador reafirme su legitimidad a la mitad de su periodo de gobierno, la revocación del mandato ha pasado a ser presentada como parte de una conspiración de sus adversarios para destituirlo.
Y es que no es lo mismo ratificación que revocación. Originalmente, López Obrador –quien estaba pensando en lo primero– quería que esa consulta popular se realizara el mismo día de las elecciones intermedias de 2021. Sin embargo, los cuestionamientos de la oposición llevaron a que, en caso de convocarse, se haga “durante los tres meses posteriores a la conclusión del tercer año del periodo constitucional” (artículo 35 de la Constitución).
Personalmente, siempre he estado en contra de la idea de dicha consulta. Escribí en su momento que me parecía “un engendro que contraviene el espíritu de retroactividad de la ley” –porque se aprobó que pueda ser aplicado en este mismo sexenio–, y cuya finalidad no es “tumbar al actual mandatario, sino dar lugar a una nueva aparición de su nombre en las boletas, con el fin de que sea reconfirmado”.
En la Bitácora del 17 de octubre del año pasado, añadí: “Es decir, en 2022 el ejercicio tendría una naturaleza meramente propagandística, pero ¿quién garantiza que a futuro no se vaya a destituir a un Presidente por esta vía? La simple posibilidad de que eso ocurra obligará a los futuros presidentes a evitar las decisiones graves que a menudo entraña el ejercicio del poder, por el temor de no ser enviados a casa. Y ya eso es lamentable”.
Por iniciativa del Presidente y aval del Congreso se ha dado vida a ese Frankenstein llamado revocación. Hoy a ese monstruo ya nadie lo controla. Lo que pueda hacer es de pronóstico reservado.