El servicio médico y hospitalario que ofrece el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) ha transitado, durante las últimas décadas, de lo aceptable a lo deplorable. 

Fue creada en 1943 como un modelo de atención a la salud de los mexicanos, propio de los países emergentes y en vías de desarrollo. 

La población creció en edad y en número y el IMSS no estuvo a la altura de la evolución, por lo que terminó prostituyéndose una y otra vez. 

Hoy tenemos a una institución debilitada, corrompida y manchada en el desprestigio por sus directivos. 

Desde Juan Francisco Molinar Horcasitas y Daniel Karam en el sexenio de Felipe Calderón; José Antonio González Anaya, Mikel Arriola y Tuffic Miguel Ortega con Enrique Peña Nieto; hasta Germán Martínez Cázares y Zoé Robledo en el actual gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

La constante con todos ellos ha sido la misma: han recibido un IMSS grave y lo han dejado en terapia intensiva. 

Actos de corrupción, nepotismo, enriquecimiento ilícito y otra serie de irregularidades son parte de los expedientes. 

No se ha tratado de una práctica exclusiva de los directores generales, sino de los delegados en los estados. 

Puebla no es la excepción y el escándalo no ha estado ajeno a la gestión de los delegados: igual del PAN que del PRI, y no se diga ahora de Morena. 

Y cada vez los servicios que se prestan carecen de la calidad y la dignidad que los mexicanos derechohabientes merecen. 

Son interminables las quejas, sobre todo por el trato inhumano de médicos, pasando por quienes negocian los puestos directivos en clínicas y hospitales de alta especialidad. 

Hubo, años atrás, una férrea campaña de sensiblización para hacer resurgir la parte humana del personal, pero todo quedó sólo en un arrebato de buenas intenciones. 

Cuando de por sí la falta de medicamentos, saturación de citas y malos tratos eran fenómenos preocupantes y recurrentes, llegó un sismo ─el del 2017─ que dejó inservible al Hospital de San Alejandro.

¿Cuál fue la solución?

Saturar el hospital de La Margarita aglomerando a pacientes y personal médico. 

La construcción de un nuevo edificio ha sido una literal novela de drama y terror pasando por toques de comedia. 

Y en medio de la crisis que en Puebla vive el IMSS, la pandemia por el coronavirus expuso de cuerpo completo la ineptitud de sus directivos, quienes en esta crisis epidemiológica han mostrado ser parte del problema y no de la solución. 

Sobrecarga de trabajo, falta de insumos, obligar al personal médico a trabajar sin la protección necesaria, pacientes en condiciones infrahumanas y más, son el común denominador en los más de 100 días que lleva la emergencia sanitaria por la Covid-19. 

La última: el retraso de cifras por parte del IMSS de los infectados de coronavirus, y ni se diga las de muertes. 

Los datos que debían entregar desde marzo fueron apenas reportados el fin de semana, lo cual es el colmo del absurdo. 

Lo que permite al IMSS seguir con vida es el espíritu de vocación y servicio de muchísimos trabajadores quienes tienen bien puesta la camiseta: medicas, médicos, enfermeras, enfermeros, auxiliares, camilleros, trabajadoras sociales y algunos administrativos.

Y eso es lo que permite que el IMSS siga respirando, aunque entubado.

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