La actividad lúdica es parte de la cotidianidad de la niñez. En ella se ven las huellas de las violencias del entorno que son normalizadas. Si bien son pertinentes las aproximaciones donde se considera a los niños como víctimas de violencia física, sexual o emocional, es importante poner el acento en cómo los niños reproducen estas violencias en sus prácticas cotidianas.
Así es como la Dra. Itzel López Nájera, coordinadora de Maestrías en Educación del Departamento de Humanidades de la IBERO Puebla, describe el proyecto de investigación que fue aprobado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) para contribuir a afrontar, prevenir y erradicar las violencias estructurales en México.
En coautoría con la Dra. Rocío Estrada Hipólito, también investigadora de la Universidad Jesuita, ha conseguido el financiamiento para un proyecto en el que buscan observar cómo están introyectando y subjetivando los niños y niñas de nivel básico las violencias estructurales en contextos igualmente violentos, ya sea en su barrio, su ciudad o su país.
Con este enfoque, sitúan a los infantes como ejecutantes de comportamientos sociales que, de una forma u otra, reflejan sus percepciones del mundo. “Más allá de verlo como el acoso escolar, queremos detectar las violencias en los juegos, que es el momento en el que se expresan de manera más natural con sus congéneres”, describe López Nájera.
El proyecto fue aprobado en marzo, justo antes de la entrada en cuarentena. Por ello, la investigadora y su equipo han planteado nuevas ramas de indagación, las cuales contemplan incorporar instrumentos en línea para determinar a qué juegan los niños durante el encierro.
Ante la coyuntura de México y de algunas regiones específicas, es común que los niños jueguen a que son integrantes del narcotráfico, la migra o el crimen organizado. La introyección de un entorno violento en forma de un juego inocente reconfigura la subjetividad de lo que es permisible y lo que no. Esto define a los sujetos a mediano y largo plazo, por lo que, insiste la experta, es importante intervenir de manera temprana.
Los menores no sólo están sujetos a un ambiente violento, sino que son víctimas de él. La Dra. Itzel López reconoce que las microviolencias hacia las niñas se dan desde los roles de género en los juegos hasta agresiones más graves. De igual manera, la marginación y exclusión estructural a nivel barrio configura el mundo cotidiano del infante de manera inmediata en sus relaciones con otros niños.
En el entorno educativo, explica, hay posibilidades de detectar en qué sentido estas violencias del hogar se llevan a las aulas o al patio del recreo: cómo lo que escuchan y ven en las noticias, series de narcos o videojuegos con contenidos sexualizados son llevados al contexto escolar.
La información global es proliferante, pero las microhistorias también son relevantes. “Es importante conocer esas cotidianeidades porque, en conjunto, nos darán una idea mucho más compleja y van a comenzar a dar respuestas”. El mundo pospandemia depara incertidumbre, pues seguramente las dinámicas de juego cambiarán. Por tal motivo, es necesario investigar los efectos a nivel local.
López Nájera y Estrada Hipólito aspiran a la comprensión del mundo cotidiano del niño, cuáles son los valores que introyectan y cuáles son las dinámicas que procesan en sus mentes, así como sus preferencias y cuestionamientos. “Queremos percatarnos de hasta qué punto la violencia estructural ha permeado en esa etapa de inocencia que debería de ser de juego y disfrute”.
Como productos finales, sondean la posibilidad de incorporar un compilado de aquellos juegos que han estado presentes en diferentes generaciones y que pueden contribuir a suprimir las violencias. El proyecto, cierra, debe coadyuvar en la generación de otras subjetividades no violentas.