El viernes pasado, durante su conferencia matutina en Colima, el presidente Andrés Manuel López Obrador volvió con uno de sus estribillos favoritos: el desdén por el conocimiento especializado.
Al hablar sobre la administración de puertos y aduanas —los cuales, anunció, serán puestos bajo control militar—, el mandatario aseveró que para cumplir con esa tarea no se necesita de funcionarios experimentados.
“Nada de que se requiere especialidad. Está como el asunto de los que van a estudiar al extranjero. El hijo de El Padrino, según la novela de Mario Puzo, estudió en el extranjero (…) Y así, los que más daño le han hecho al país son los que supuestamente tienen más conocimiento sobre el manejo de la economía, son los que han acabado con el país”.
Más allá de su evidente equivocación al citar dicha obra —Michael, el hijo de Vito Corleone, no estudió “en el extranjero”, sino en el muy estadunidense Dartmouth College—, López Obrador retomó un argumento que lo ha acompañado desde los días de la campaña: en México no hacen falta las opiniones expertas.
En los más variados temas —economía, seguridad, energía, etcétera—, el Presidente ha defendido un análisis de la realidad que abreva en las costumbres populares y su propio instinto político y pondera la lealtad de su equipo por encima de su capacidad. “No crean que tiene mucha ciencia gobernar”, dijo en junio del año pasado. “La política tiene más que ver con el sentido común y el juicio práctico”.
En cuanto al manejo de la economía, López Obrador ha dicho que consulta con sus colaboradores de Hacienda, pero que ellos no tienen una visión tan completa como la suya porque no han recorrido varias veces la República como lo ha hecho él.
Eso sí, cada vez que el Presidente ha realizado un pronóstico sobre el crecimiento económico se ha equivocado. Incluso perdió una apuesta pública, aunque no se sepa que la haya saldado. Ante ello, optó por proponer un indicador distinto al PIB, porque éste, a su juicio, no mide el bienestar ni la felicidad del pueblo.
Frente a los pronósticos que estiman que la economía de México se desplomará este año cerca de 10%, López Obrador ha vuelto a descalificar a los expertos —“soy optimista de que no sucederá así”, ha declarado—, pero hasta ahora no ha lanzado su propio vaticinio ni se tiene noticia de su indicador alternativo al PIB, que prometió hace dos meses. Su desdén por el conocimiento especializado también lo ha mostrado en el tema energético, apartándose de la tendencia mundial de prescindir cada vez más de los combustibles fósiles. Pero, sobre todo, al poner al frente de Petróleos Mexicanos a un agrónomo, cuyo desempeño ha sido desastroso. Para ilustrarlo, basta mencionar la pérdida histórica, superior al medio billón de pesos, en el primer trimestre del año, la cual ha puesto a la empresa productiva del Estado al borde de un colapso total.
Paradójicamente, en el tema del manejo de la epidemia de covid-19, el Presidente repite muy a menudo que su gobierno se puso en las manos “de los médicos, de los especialistas”. Sin embargo, el funcionario que encabeza la estrategia, el subsecretario Hugo López-Gatell, ha evitado por todos los medios recomendar una de las principales medidas de prevención, apoyada por una contundente evidencia científica: el uso masivo de los cubrebocas. Todo indica que la razón para no hacerlo es porque al propio López Obrador no le gusta, pues le recuerda que esa fue una de las medidas que el gobierno de su archirrival, Felipe Calderón, utilizó durante la epidemia de influenza AH1N1, en 2009.
El desprecio por el conocimiento especializado que ha mostrado este gobierno —“machuchones”, ha llamado López Obrador a muchos de los principales científicos de este país—, trae recuerdos de la dictadura de Pol Pot y sus Jemeres Rojos en Camboya, a finales de la década de los setenta, cuando los habitantes de esa nación asiática dejaron de usar anteojos por temor a ser identificados con un pasado educativo que el régimen extirpó, en un desastroso intento de alcanzar una utopía igualitaria.