La prensa vinculada al futbol internacional reportaba con sorpresa que el Barcelona no pagaría al Inter la cláusula de rescisión de Lautaro Martínez que vencía este martes. 111 millones de euros (unos 125 millones de dólares) con los que el delantero argentino quedaría desvinculado sin que su equipo pudiera hacer algo o siquiera negociar los términos de su salida.

Sorpresa un tanto absurda si consideramos el estado actual del mercado futbolístico. Quitando los clubes propiedad de estados (París Saint Germain de Qatar, Manchester City de Abu Dabi, ahora Newcastle de Arabia Saudita), el común de los gigantes europeos hoy no tiene forma de saber cuánto sí y cuánto no es recomendable gastar. Primero, porque sus ingresos millonarios por boletaje están suspendidos de manera indefinida. Segundo, porque eso implica grandes pérdidas también por concepto de ventas al interior del estadio, sean alimentos y bebidas, sea toda la parafernalia con el logotipo. Tercero, porque quien no va al estadio (o no puede reunirse para ver los partidos) tampoco compra el uniforme del año, gran desembolso cuyo incentivo es ser visto en público con él y generar un sentido de pertenencia a la tribu más fiel. Cuarto, todo lo anterior en el mayor instante de incertidumbre económica que hayan visto varias generaciones.

Así que, más allá de que suficientes problemas padece ya la errática directiva del Barça para cuadrar sus números –en el acto desprendiéndose de Arthur, quien meses atrás era celebrado como el nuevo Xavi– tenemos que estar conscientes de lo que viene. En el mejor de los casos, una o dos temporadas de vacas flacas; en el peor, un cambio definitivo en las posibilidades de gasto en el futbol.

Acentuado por la falta de información y el parón en el futbol, durante la cuarentena leímos innumerables encabezados con rumores sobre traspasos millonarios: si Neymar, si Kylian Mbappé, si Sadio Mane, si el propio Lautaro Martínez, si aquella joya adolescente que despunta en tal liga, si aquel otro que promete en esa de allá. La realidad es que hoy no se puede hablar de esos números, ni al referirnos a los equipos respaldados por capitales inagotables. No olvidemos que la regulación del fairplay financiero obliga a que sólo se gaste lo que se ingresa. Así que si no se cuenta con aforo, baja sin remedio el monto a destinarse tanto a transferencias como a salarios.

Esa es la nueva normalidad de las finanzas futboleras. En los demás deportes de conjunto, casi todos con corazón en Estados Unidos, tendrá que darse también cierto reacomodo, por mucho que el nuevo contrato de Patrick Mahomes con los Jefes de Kansas (el primero que excede los 500 millones de dólares), refute tajantemente cualquier atisbo de austeridad.

Es lo que hay y no sólo para el deporte. Es lo que hay en general.

 

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