La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

El diario Reforma llevó la nota de los tinacos azules con el logo del PAN.

A contrapelo de su buena costumbre periodística de publicar pruebas de los dichos, extrañamente no subió una sola foto sobre el tema, pese a que la dio de ocho en su edición impresa.

Los lectores curiosos se hubieran conformado con la imagen solitaria de un tinaco azul –igualmente solitario– con el multicitado logo.

Nada.

Nota sin foto.

Nota principal sin foto.

Al día siguiente, en la página 2, por fin publicaron una foto de varios tinacos, pero extrañamente la imagen era borrosa y sólo se podían apreciar, con mucho trabajo, dos logos: el del ayuntamiento de Puebla y el del gobierno del estado.

El logo del PAN no aparecía por ningún lado.

El lector curioso pensó que quizás en las siguientes ediciones aparecería la imagen esperada.

No fue así.

No ha sido así.

La misma historia –sin foto alguna de los tinacos azules con el logo del PAN– fue narrada en La Jornada y Proceso.

¿Qué pasó ahí?

¿No era sencillo encontrar la imagen prometida de entre los miles y miles de tinacos azules repartidos a lo largo y ancho del estado de Puebla?

He aquí otro caso más del periodismo ficción que tan continuamente aparece no sólo en las ediciones locales sino nacionales.

No sé por qué esta historia me recordó la de la candidata a la gubernatura de Puebla que fue encañonada y amenazada y hostigada por ocho horrorosos policías ministeriales que a grito abierto le exigieron que se bajara de una camioneta.

El periodismo ficción es ya imparable.

Todos los días hay pruebas de ello.

¡Muera el Cura Hidalgo!

¡Viva el mole de guajolote!

 

¡Al ladrón, al Ladrón, grita el Ladrón!

Es de risa loca.

El represor por excelencia de la política nacional, Manuel Bartlett Díaz, denunció la brutal violación a los derechos humanos que se practica en Puebla.

Flaca es la memoria.

El hoy senador demócrata todavía es perseguido por los fantasmas del periodista Manuel Buendía, el agente de la DEA Kiki Camarena, el dramaturgo y periodista Vicente Leñero y los sufridos pobladores de Nealtican, todos ellos, al decir de reportes periodísticos, víctimas de su mano dura y esa intolerancia que lo marcó durante décadas.

Esta comedia de absurdos –delirante, febril– equivaldría a que en su momento Gustavo Díaz Ordaz hubiera acusado a algún otro presidente de México de represor y violador de los derechos humanos o a que el Generalísimo Franco se hubiera inconformado por la tiranía de algún presidente de gobierno.

Que Pinochet redima al demócrata del cine nacional.

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