Desde muy temprano, un ermitaño despacha Casa Aguayo, Miguel Barbosa Huerta. Desde que sale el sol hasta entrada la madrugada ve cada uno de los asuntos inherentes a su responsabilidad, desde que protestó el cargo de gobernador.
La etapa que vive la entidad es tal vez la más rica por sus matices de forma y de fondo de una administración que rompió con un sistema de transmisión del poder que benefició a las cúpulas, al amparo de un bipartidismo obsoleto.
La austeridad republicana dejó de ser una línea discursiva para instalarse como axioma cotidiano en la era de la Cuarta Transformación.
Un refrigerio a la hora del desayuno, temprano, y a medio día un platillo de la cocina poblana con su compañera de vida, Rosario Orozco Caballero y un reducido grupo de colaboradoras y colaboradores. Cada vez más pequeño, reducido.
La vida se va así, entre los imponderables de un gobierno inédito, como todo en nuestros días, y la planificación para un futuro inmediato.
Es el Barbosa Huerta que este 15 de diciembre ofrece al Congreso del Estado un panorama del estado de cosas de un gobierno que nació tarde por la coyuntura que todos conocemos: polarización electoral, impugnación, periodo interino tras los decesos de diciembre de 2018.
La definición no es exagerada. Sólo, con un cada vez más reducido equipo de trabajo, ejerce el gobierno según su propio criterio, principios y doctrina de izquierda.
Así es como Miguel Barbosa, una figura pública que desatendió por años la idea de vincularse con la clase política local, desempeña el cargo para el que fue electo en 2019.
Casi todos dejaron pasar ese rasgo mínimo que ahora adquiere un relieve particular: gobernar ajeno a los intereses de grupos y feudos que antes tuvieron derecho de picaporte en al menos los últimos tres periodos de gobierno.
La semana previa a su informe ironizó en su rueda de prensa mañanera cuando se refirió a la maraña de relaciones e intereses que domina la escena: “todos hablan con todos. Sólo Gabriel Biestro y yo no hablamos con nadie”.
Es una postura que en 2019, previo al inicio de su segunda campaña había compartido con el autor de la Parabólica: en años de hacer política en la Ciudad de México fue ajeno a los vaivenes, intereses y lazos de los grupos dominantes locales.
Prefería seguir su camino a su natal región en Tehuacán antes de hacer escala en la capital.
Puede ser fundamentalista la postura del gobernador de la Cuarta Transformación pero es así. No hay medias tintas, ambivalencias o dobleces.
Pocos han entendido ese espíritu que rige la conducta de un mandatario disruptivo, frontal y decidido a no claudicar ante la crítica pública, necesaria en un régimen democrático y la maledicencia que inunda cafés, espacios de opinión y redes sociales.
Alimentan la descalificación quienes han alentado la conspiración contra Barbosa, desde dentro de Morena y fuera de ese partido político.
Lo han descalificado por su estado de salud y confrontado con Andrés Manuel López Obrador, el presidente de México. Contra todo pronóstico y teoría mal sana, a partir de este martes el ermitaño de Casa Puebla comienza el tercer año de gestión.