Por Pascal Beltrán del Río

 

El mes que entra se cumplirán 30 años del comienzo de las audiencias sobre México que convocó y encabezó, en el Senado estadunidense, el entonces poderoso presidente del Comité de Relaciones Exteriores de esa cámara, Jesse Helms.

En dichas reuniones, varios políticos mexicanos, incluido el presidente Miguel de la Madrid, fueron acusados de diversos delitos, como fraude electoral, corrupción y hasta complicidad con el narcotráfico.

En uno de sus momentos estelares, el comisionado de Aduanas William von Raab dijo que cualquier funcionario de México era “deshonesto hasta probar lo contrario”.

El mayor efecto que tuvieron las llamadas Helms Hearings fue unificar a la opinión pública y todos los partidos en México. Como pocas veces en la historia, México habló con una sola voz, frente a lo que era percibido como un grosero intervencionismo en los asuntos nacionales.

Tres décadas después, estamos viviendo un fenómeno similar con motivo de la campaña electoral en Estados Unidos.

El discurso del magnate Donald Trump y los señalamientos contra los migrantes mexicanos hechos por él y otros aspirantes presidenciales, han vuelto a galvanizar a la opinión pública y a los partidos contra lo que se percibe como un acto de agresión desde el exterior.

Con distintos tonos, los expresidentes Vicente Fox y Felipe Calderón, así como el presidente Enrique Peña Nieto han sido muy duros en su rechazo a la retórica de Trump. De ahí para abajo, la crítica al empresario inmobiliario neoyorquino ha unido a la clase política mexicana como no se había visto en 30 años, igual que a prácticamente toda la sociedad.

Señalado en un primer momento como tibio o incapaz de definir una estrategia frente a la ola de apoyo que ha concitado Trump en el electorado estadunidense, el gobierno del presidente Peña Nieto ha reaccionado en los últimos días.

La sustitución del embajador Miguel Basáñez por Carlos Manuel Sada Solana, un viejo lobo de mar de la diplomacia, habituado a las tempestades de la relación México-Estados Unidos, fue la primera muestra de la importancia que el gobierno otorga al tema.

El cambio fue bien recibido por la oposición –con todo y que Sada es un político formado en el PRI, que ya fue alcalde de Oaxaca por ese partido–, lo que habla de un proceso de ratificación que será mucho más ágil que el anterior y en el que, seguramente, todos los grupos parlamentarios querrán lucir su mejor discurso anti-Trump.

El segundo movimiento fue la lucida inauguración del nuevo puente fronterizo que une el aeropuerto de Tijuana con la ciudad de San Diego, y en el que se hizo notar la buena relación que existe entre los funcionarios de México y Estados Unidos, cosa que al principio del sexenio no era evidente.

La tercera acción ocurrió apenas este lunes y es una que tiene por destinatario al electorado conservador estadunidense, uno con el que Trump ha tenido encuentros y desencuentros.

Al visitar Berlín, el presidente Peña Nieto habló frente a uno de los tramos del muro que dividió esa ciudad entre 1961 y 1989. Allí dijo que nunca más debería haber un “muro de dolor”, en referencia a la exclusión y las cerca de 200 muertes que provocó esa estructura.

Quien planeó ese acto sin duda sabe que el presidente estadunidense Ronald Reagan pronunció un famoso discurso en Berlín Occidental el 12 de junio de 1987, llamando a la Unión Soviética a levantar la Cortina de Hierro y aceptar así su derrota en la Guerra Fría.

“Señor Gorbachov, derribe ese muro”, urgió Reagan, el gran tótem de los republicanos, cuyo recuerdo sirve de guía a los conservadores de ese partido.

Muchas veces en esta campaña, Trump ha sido acusado por sus rivales de no ser un buen émulo de Reagan. Su propuesta de construir un muro en la frontera con México es otra contradicción en su esfuerzo por demostrar que sí lo es.

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