El semestre que está firmando el Puebla, terminando tercero del torneo regular, una de las mejores ofensivas, metiéndose hasta semifinales, reencontrándose con su afición, desplegando un futbol atractivo es alucinante y me tiene feliz; sin embargo conforme avanza la ilusión y el deseo, también se abre camino a la nostalgia.

En la previa y el mismo día del partido, el celular siempre sonaba, “¿hijo, a qué hora juega el Puebla? ¿Abren la señal en Puebla o tengo que contratarlo? Si gana se pone octavo, ¿no? ¿Le caes con unas cemitas? ¡Pero temprano, cabrón!”.

Aquí me tengo que defender, puedo llegar tarde a misa, a comer, al doctor, pero a ver un partido del Puebla, como don Rafael, mi abuelo, dos horas antes. “Juega el Puebla, ¿quieres ir a verlo a un sports bar?”, propuso la mandamás de casa, sugerencia que vino con la respectiva advertencia.

5:30 de la tarde y el mesero hablaba y hablaba. No sé ustedes pero cuando mi equipo está de por medio y juega por eliminación directa -algo inusual en la Franja-, lo que menos quiero es hacer nuevos amigos. “Traiga usted lo que quiera y súbale a la televisión, por favor”, pensé.

Cubita, boneless, un beso de mi esposa, todo perfecto, pero en la cancha seguimos 0-0. Juanpa, un amigo atlista, hace su arribo: “qué gane el mejor”, sentencia, mientras intenta calmar a su hijo, quien llora, seguramente por el defensivo planteamiento rojinegro.

Minuto 70 y aparece Anderson Santamaría. Lo que no hizo con la Franja, lo viene a hacer como atlista. No es queja, por supuesto. De manera angustiante, la pelota rueda, se mete a la portería. Puebla lo gana, está en semifinales.

Estoy en una encrucijada. Hay felicidad, festejos en el Ángel de la Independencia en la CDMX –que teníamos a tres pasos- incredulidad por la proeza de la Franja, pero sé que si continúa avanzando, la nostalgia se sentará junto a mí y se apoderará de mis emociones. Tomaré el riesgo, por qué no. Recordaré esas llamadas, imaginaré lo que me diría. No desearé que Puebla no sea campeón para no andar como ‘magdalena’ por las calles. Allá arriba ha convencido al Barbón de ponerse la del Puebla y quién soy yo para romper ese pacto. Si está decidido que llore, lloraré. Qué más una lagrima más, o una menos. Su querido Puebla de la Franja está en la antesala de la final y claro que hay que celebrarlo, faltaba más.

 

@AlfredoGL15

Alfredo González