La renovación en la dirigencia del Partido Acción Nacional en Puebla, en noviembre próximo, deberá pasar necesariamente por una aduana: la de Eduardo Rivera Pérez, el aún presidente electo de la capital.
Es un engañoso discurso de quienes mantienen resistencia al liderazgo del único panista que supo obtener con solvencia el triunfo en la capital del estado frente al aparato de Morena, ganador en todas las capitales en disputa el 6 de junio.
Incluso frente a la exigencia de su propio partido político para cobrar cuotas o facturas para el otorgamiento de cargos clave en la gestión entrante a partir del mes de octubre, la realidad inobjetable dicta otros escenarios.
La última palabra será de quien supo recuperarse de la derrota electoral en 2018, cuando el fenómeno y liderazgo de Andrés Manuel López Obrador arrasó en el país, incluidas sus aspiraciones para volver a despachar en palacio municipal.
La dirigencia panista en el estado, encabezada por Genoveva Huerta y un muy reducido grupo de fieles al morenovallismo -incluido Fernando Manzanilla, el gran perdedor- deberá esperar mejores tiempos.
El resultado que benefició a Rivera Pérez en la capital no es necesariamente proporcional al obtenido para el círculo de la mujer que llegó a esa posición por la gracia de los desaparecidos Rafael Moreno Valle y Martha Erika Alonso.
El 21 de mayo, en una larga conversación que el ahora edil de la capital electo por amplia mayoría tuvo en el programa #Destino/06/06/21 con Enrique Núñez, Gerardo (Yuca) Sánchez y el columnista, en su condición de candidato, dijo con claridad estar libre de tomar decisiones para la designación de los cargos en la administración entrante.
La determinación de actuar sin ataduras impuestas por la coalición que integraron PRI-PRD y PAN radica en el derrotero que tomó como una convicción política apenas supo del resultado adverso de la elección de aquel 2018.
No sólo comenzó un largo peregrinar junto con un pequeño grupo de afines, que incluyó reuniones con liderazgos de la capital para construir lo que en 2021 se convirtió en la plataforma política que lo llevó a convertirse en candidato.
El autoexilio en Quintana Roo y su eventual integración al gabinete del gobernador Carlos Joaquín, de quien fue coordinador de campaña, sería efímero pues la mirada estaba puesta en Puebla.
Rivera Pérez y su pequeño grupo resistió de todo. Como predicadores en el desierto pudieron refrendar la condición y miseria humana que anida en la política, aldeana y díscola acostumbrada a pactar con visión de corto plazo, pequeña.
Los portazos, ninguneo y desdén de quienes ostentaban cargos, influencia y responsabilidades fueron el trato de todos los días, y muchos de quienes dispensaron ese trato ofensivo y obsceno ahora tocan puertas a la espera de ser recibidos y obtener la gracia de quienes antes despreciaron.
Todo mundo sabe de quién se trata, enumerarlos va en desdoro por su pequeñez.
Nadie advirtió que en ese periodo de trabajo político tenaz daría como resultado lo expresado en las urnas hace 31 días y que se tradujo en la consolidación del mejor cuadro que tiene el Partido Acción Nacional.
parabolica.mx escribe Fernando Maldonado