A inicios de 1998, en el último año de mí bachillerato, realicé el proceso para entrar a la facultad de Administración de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, gracias a las conversaciones que tuve con mi profesor de Filosofía, mi querido maestro Alejandro Farfán.
En sus cursos hablaba sobre Grecia, su historia y sus personajes, como el filósofo Aristóteles y su teoría de la lógica, entre otros temas.Recuerdo muy bien lo que nos compartió sobre Cicerón: “La única amistad es posible entre iguales”, y otros fundamentos sobre la Ciencia Política, como el “Tratado de Gloria”, del que poco se sabe.
Un día llegué al colegio y le dije que había ganado una beca que me daba la UDLAP del 15% y en casa no había la posibilidad de financiar el resto. Imposible pensar en el Instituto Culinario para la carrera de Gastronomía.
¿Qué te gusta hacer además? Me preguntó Farfán.
Apenas cumplidos los 17 años, le dije que escribir sobre política, arte, analizar los contextos políticos, tal vez escribir para un periódico, aprender más, ya que convertirme en chef no lo veía viable.
Me dijo: “Vete a la BUAP, es una buena universidad y vas a aprender Lechuga –así me llamaba- y te vas a divertir”.
Entonces, hice el proceso y elegí Administración Públicaen la BUAP. Escuché muchas cosas malas por el hecho de ser pública. Tenía familiares y amistades que se encontraban en universidades privadas, porque tenían la posibilidad. Nada me importó. Nada me detuvo.
Ahí conocí a mi mejor amigo Ramón (qepd), a Erick, un ser humano excepcional que la vida me permitió conocerle y tenerle como amigo.También descubrí y me desvelé con Tocqueville, Norberto Bobbio, Umberto Eco, Rousseau, Antonio Gramsci, John Locke, Max Weber y el Leviatán de Thomas Hobbes, entre otros.
Con apenas 22 años empecé una maestría en mi alma mater y ahí descubrí a Fernando Savater, Noam Chomsky, Victor Hugo, Michel Foucault, a GiambattistaVicco, etc.
Ya inmersa en el mundo laboral, me di a la tarea de seguir trabajando en la política desde la Administración Pública. Pero algo había pasado.
Un desencuentro justamente con René Valdiviezo, mi profesor en la maestría. Ello me llevaría a realizar una investigación sobre la cuna de la Administración Pública para mejorar mi nota y, así, conservar mi excelente promedio de la maestría. No sólo lo logré mantener, sino que eso sería el inicio de mi viaje hacía París.
Mi trayectoria académica en la BUAP me permitiría cursar mi segunda maestría en Ciencia Política en Versalles. Aún recuerdo mis largas siestas en los jardines del castillo antes de irme a trabajar como mesera a “Itacate”, para financiar mis estudios.
Regresé a México en 2013, y para 2014 un trabajo de investigación me acercó a Javier Pérez Siller e inmediatamente me puse a trabajar con él sobre mi proyecto para analizar la migración de mexicanos en Francia.
Desde que le escuché, supe que esa voz era la de un gurú que guiaría mi proyecto, sobre todo, porque intuí que sabría manejar mi exceso de energía y mi tenacidad vista muchas veces como terquedad.
Javier, además de ser un ser humano maravilloso, tiene esa sensibilidad que ambos tenemos en común y tiene esa técnica maravillosa de convertir la historia en arte yviceversa.
Recuerdo, que le compartí que había ganado un premio nacional de investigación (que intentaron despojarme de él), inmediatamente que lo supe.
¿Qué piensa hacer? ¿Piensa ir a recibirlo? “Absolutamente no, -contesté-, ya voy tarde a Paris, ya me quiero regresar, no se preocupe, ya vendré por otro, el de nosotros”.
A Didier, a Javier, a Manlio y a mi padre, Rafael.
Rosa María Lechuga
@laituecita