Pocos ponen en duda que el cambio climático de acelerado por el humano es el reto mas importante que tiene la humanidad en materia ambiental. Es políticamente correcto pedir a los gobiernos que luchen por mitigarlo y adaptar a las sociedades y, en lo posible, a los ecosistemas de los daños que este fenómeno puede causar.

Sin embargo, las acciones para mitigarlo en la realidad serían poco agradables a la mayoría de la población. Esto se debe a que las medidas requieren sacrificio y modificar la comodidad del modus vivendi actual. El mejor ejemplo de cómo funciona esto es la lucha contra el daño a la capa de ozono.

Después de reconocido el problema por el premio Nobel mexicano Mario Molina, mediante un tratado multilateral se creó el protocolo de Montreal, mediante el cual se regularon y prohibieron los materiales que generaban el daño en la capa de ozono. De esa forma se sustituyeron materiales de aerosoles, refrigerantes, aislantes, entre otros. Con eso se frenó el daño, y hay que decir que México fue uno de los pioneros en hacerlo.

Ahora, el problema del cambio climático tiene los agentes bien claros: los gases de efecto invernadero, principalmente el bióxido de carbono y metano, generadas por la quema de combustibles fósiles como el gas, la gasolina, carbón, diesel, combustóleo. Otro factor es la deforestación y la degradación de suelos, pero me centraré en los combustibles.

La mayor parte de los combustibles se consumen en generación de energía, ya sea para la red eléctrica (aquí cada vez menos y con más eficiencia, aunque esa transición es lenta) o para la locomoción, en automóviles, camiones, camionetas, motos…

¿Qué se debe hacer? Disminuir el consumo de estos. ¿Como? Sustituyéndolos por energías limpias (solar, eólica, mareomotriz, hidráulica) pero también generando incentivos contra el uso de combustibles.

Por eso existe la propuesta de gravar fuertemente los combustibles con impuestos, que además se deberían dirigir a crear sistemas de transporte público de bajas o de cero emisiones.

El problema es que existe un mito en México: que por ser país petrolero los combustibles deben ser baratos.

Esta es una mentira enorme: Noruega que también produce petróleo tiene combustibles a costos del resto de la unión europea, altísimos.

El problema de dar combustibles baratos es que se vuelven un incentivo para el derroche de los mismos. Esto es: un aliciente para su consumo. Si ponemos impuestos que los suban por encima de lo que los economistas llaman elasticidad, la gente los consumirá menos, buscará formas más eficientes de uso, dará prioridad al uso de sistemas de transporte público (que pueden ser financiados con el impuesto), y disminuye las emisiones per cápita de gases de efecto invernadero. En resumen: con una medida económica, lograríamos disminuir nuestra contribución al cambio climático.

El problema es que nos han enseñado que el petróleo es nuestro, que las gasolinas son baratas y hasta hay quien sigue proponiendo crear nuevas refinerías para tener gasolinas mas baratas y nos salga mas barato ¡contaminar!

No se puede pedir gasolinas baratas, bajo cualquier pretexto, y al mismo tiempo pedir acciones contra el cambio climático. Es una contradicción enorme, y una muestra de que no se entiende que es el cambio climático.

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