En memoria de mi padre.

 La pierdo, siempre la pierdo,

lo escribo, siempre lo escribo.

Tú caminabas conmigo y el amor sucedía bajo el aguacero; caminábamos como perseguidos. Nadie más era que tú y en lo blanco de tu cuerpo debí escribir. En aquella blancura de página virgen que eras debí escribir y no en el aire donde la tinta ya era pájaros negros. Era en tu cuerpo callado que caminaba a un lado mío, como un cisne blanco espléndido que me miraba amoroso. Yo estaba llorando y luego escribía en el lodo, como quien fue picado por un animal de ponzoña y la espuma limpia de mi boca debía ser el poema, pero no pudo, porque la tinta en mis manos era agua y en el lodo, nada. Se perdía la música que tú ya no escuchabas. Eras barca, lumbre a lo lejos, estrella quemándose…

Fue la voz de mi padre llorando lo que vino a buscarme después y me hablaba tan cerca, que la humedad de sus lágrimas estaba en mi mejilla. Era la plaza donde fui niño y yo no te encontraba por ninguna parte a ti, aunque sabía que de alguna parte de la noche me mirabas. Podía saber tus ojos, podía saber el rayo de tu mirada dulce mientras mi padre me abrazaba y me decía: “Tú eras el mejor de mis amigos y yo cuando despertaba en la mañana, te hablaba para que abrieras tus ojos y para fueras a la escuela, a ti era al primero a quien le hablaba para que te levantaras al mundo y te fueras a entenderlo…” Eso me decía usted padre, mientras yo abrazaba el trueno de la desolación en la plaza donde fui niño y ya todo estaba perdido, incluyendo el paraíso de haber escuchado las historias que usted padre, me contaba. Pero era su voz, padre, lo juro, su voz llorando la que me hablaba, y ella se había marchado del sueño. Usted padre abrazándome, mientras caminábamos lentamente hacia el árbol gigantesco de la plaza y Juanito, y Rogelio, y David, y Abel, y Lorenzo, eran ángeles de aquel paraíso donde subíamos hasta lo más alto del cielo por las ramas de aquel árbol amado. Caminábamos padre, usted y yo. Ella no estaba. La gente muda, caminaba dando vueltas en la plaza y estaban mis hermanas, como aquellas muchachas que fueron y muchos más que conocía. Ella no estaba y usted me abrazaba padre, como si volviera de no sé qué oscuridad a decirme que yo, su hijo menor, era el mejor de sus amigos. Y eso pude escribirlo en el aire y guardarlo en la respiración, porque debe saber padre, que sigo sin entender el mundo y por eso escribo en el aire y en el agua y en el lodazal de mi soledad, mi patrimonio.

Escribo sueños padre y hoy la mañana me ha despertado con sus lágrimas y con las mías, que se volvieron palabras escritas al aire dulce de una mañana más, como las que su amada, mi madre, tanto amaba. ¡Luminosas mañanas de abril! ¡Luminosas y violentas mañanas de abril! Y escribía como escriben los hombres que no saben qué hacer cuando la vida les devuelve el amor, pero lo pierden bajo el aguacero. Escribo como si me saliera sangre de una herida desconocida, padre, escribo en la espuma donde no habrá nunca poema alguno, pero escribo para sobrevivir, para no morirme, para eso escribo, para salvarme de su voz, padre, que lloraba junto a mi cara contrita. Y era la llovizna lo que ponía palabras de carne entre mis manos, la llovizna triste que me condenó a escribir, porque escribir es natural, lo que no quita que duela como cuando nos arrancan los dientes, como cuando nos abandonan y debemos gritar como locos pidiendo compañía en un cuarto solitario.

Sueño irremediablemente y en el sueño, padre, estaba usted hablándome desde el llanto más limpio. Y yo le quitaba a usted el sombrero y acaricié su cabello padre, su cabeza acariciaba y lo vi a usted, y vuelvo a llorar cuando despierto. Vuelvo a este mundo que me encargó usted comprender y sigo padre, sin entenderlo. Escribo en la bitácora del aire que respiro unas cuantas palabras manchadas y me duele algo adentro que no entiendo; la plaza ya no está, ni ella, la hermosa que he perdido, ni el fantasma de nadie más. Escribo porque no sé disparar contra mí, escribo como quien no tiene casa, como quien lo pierde toda la luz que le resta a cada página. Escribo aquello que no entiendo padre, aquello que no sé, aquello que le exprimo al pañuelo de oscuridad guardado en el bolso de mi camisa roja a cuadros blancos, que no me he podido quitar, porque lo espero a usted padre, en mi sueño y debo escribir que lo veo allí, en ese mar sutil que viene a mí cuando cierro los ojos y navego allá, en los rincones de la muerte suya, padre.

No lo sé y por eso escribo, porque salgan las mañanas de sus agujeros y aúllen con su luz contra mis ojos que escriben cuanto ven, que repiten las palabras que sobraron al silencio como piedras preciosas.

Usted también padre, fue el mejor de mis amigos, usted también, es a quien despierto en las mañanas de mi corazón, a quien le hablo, a quien le pregunto por qué el mundo duele tanto, es a usted padre a quien lloro, y sigo sin saber por qué pierdo a la hermosa blanca, porque me abandona roja, porqué azul se marcha como una última línea en el horizonte, como palabras que no escribí, ni habré de hacerlo.

Voy a esperar el sueño próximo para entenderlo todo, padre, para entender por qué putas, nada es cierto, por qué las sábanas son blancas y la luz no hace nada más que herir mi mano que escribe como si respirara. º

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