El largo camino de los migrantes por las carreteras de México, en la última semana, es una tragedia en sí mismo. Lo es para los protagonistas de esa crisis humanitaria, pero lo es también para los gobiernos en sus países de origen y para los que ven pasar de largo su penoso andar.

Como en los “Pájaros de Portugal”, de Sabina: nadie les enseñó a merecer. De la Virgen de la Soledad, qué pequeña es la luz de los faros de quien sueña con la libertad.

Lo es para mujeres, hombres y niños que deben recorrer unos 840 kilómetros entre Chiapas y la Ciudad de México en las peores condiciones: rodeados de las ambiciones de los coyotes que trafican con seres humanos, las pandillas y cárteles; la policía corrompida en el sureste del país y la omisión o complicidad del Instituto Nacional de Migración; la conveniencia del gobierno federal para hacer el trabajo sucio a Estados Unidos, y el tufillo clasista de los mexicanos.

No somos pocos quienes de este lado de la frontera sur exhibimos intolerancia, poca solidaridad y total ausencia de empatía con las penas de esos centroamericanos que se ven obligados a tomar la decisión de convertirse en parias: sin patria, techo, vestido y comida.

Si de nosotros dependiera, habría que tomar como política pública en materia migratoria la construcción de un muro a la usanza de Donald Trump, ese ignorante presidente en Estados Unidos que de principio a fin nos consideró a todos una extensión de grupos delictivos, “bad hombres”, dijo una vez.

Lo es también para los gobiernos locales, como el de Puebla, por los bloqueos carreteros por dos días consecutivos en su largo y extenuante camino, a causa de las dificultades físicas y accidentes de tránsito –el viernes, un auto embistió a dos de ellos a la altura de Santa Rita Tlahuapan-, lo que generó atrasos y virulencia frente a una columna humana llena de harapientos, deshidratados y mal comidos.

La caravana migrante es una crisis que nos alcanzó a todas y todos. Exhibimos miserias humanas, síntoma inequívoco de nuestra laxa honorabilidad y la porosidad de la política que dice combatir la corrupción del neoliberalismo del pasado.

La tragedia en Chiapas con más de 50 muertos de origen centroamericano también hizo tambalear la furibunda narrativa contra los corruptos del pasado de la Cuarta Transformación. Evidenció con irreductible evidencia lo contrario.

Quienes hemos recorrido caminos del sureste mexicano sabemos que es imposible no ser detenido por los retenes y garitas dispuestos por el Instituto Nacional de Migración. A mediados de la década de los ’90, el autor de la Parabólica fue detenido en un retén del INM por falta de pasaporte o INE que me acreditara como ciudadano mexicano.

Entonar el Himno Nacional, decir en voz alta el nombre del presidente de México de la época, el del gobernador de mi estado y recordar a los celosos guardias de la pudenda territorialidad nacional, lo que establece el artículo 1 de la Constitución mexicana, libró al reportero de terminar de vuelta en el Río Hondo, que divide a México de una franja de Belice.

Un tráiler de la muerte cruzó al menos tres de esas celosas garitas con más de160 centroamericanos sin visa y sin saber los nombres de López Obrador, sin una Constitución que los provea de las virtudes de una República como la propia.

Eso no puede ser sino el resultado de la existencia de la escoria hedionda de la corrupción que la 4T ha utilizado para propiciar el aplauso fácil, pero que no ha podido combatir con eficacia.

 

@FerMaldonadoMX

Parabolica.mx por Fernando Maldonado