Si en la era de la Cuarta Transformación se ha podido normalizar el proceso democrático hasta el grado de invertir los papeles y colocar a la izquierda en el centro del poder público, se debe sin duda a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y la tozudez para abrir el camino desde hace por lo menos 34 años, que nos ha llevado hasta donde estamos.

Muchos de quienes ahora se llenan la boca para ponderar el proceso de transformación de la vida pública anidaban en el rancio PRI, en la década de los ‘80, cuando este santón de la izquierda comenzó, junto con otros militantes, el éxodo político como consecuencia de las imposiciones que aún ahora forman parte de usos y costumbres.

Cárdenas Solórzano ofrece ahora conferencias y dicta cátedra en sitios ocupados para la divulgación de la historia y ciencia política, pero hubo un periodo en el que el poder persiguió y hostigó a quien estuvo a punto de tirar ese monolítico PRI que ahora yace carcomido, enmohecido y vencido.

Hubo un periodo en el que los concesionarios de la radio y la televisión cerraban, literal, sus puertas en el rostro de quien encabezaba la mayor oposición al déspota régimen priista. De ello pude ser testigo.

No sólo eso, también asistí a los peores métodos de estigma contra quien se ha convertido en uno de los más importantes líderes de la izquierda en América Latina.

Privilegios que ofrece el periodismo: documentar la manera en que los grupos de poder en los que echan raíz las peores prácticas, como arrojar estiércol para ensuciar a la voz disonante.

Así sucedió en Veracruz, con un dictatorial régimen que gozó de los servicios de un golpeador de discutible ralea que luego fue gobernador por el Partido Acción Nacional: Miguel Ángel Yunes Linares.

Fue él quien envió a un grupo de personas alcoholizadas y mal olientes a perseguirlo al Café de la Parroquia en 1994, episodio de oprobio contado hasta el cansancio en notas en radio, televisión y prensa escrita con pauta de por medio.

Símbolo de aquellos tiempos, también se echó mano de un grupo de travestis que tendieron una emboscada a quien competía por la Presidencia de México por segunda ocasión.

Uno de esos personajes que nada dignificaba la auténtica y legítima lucha por los derechos de la comunidad LGBTTQ+ plantó un beso en la mejilla al hijo de Lázaro Cárdenas, un gesto que era esperado por los fotógrafos sembrados por Yunes Linares en una cena organizada en Xalapa, por simpatizantes de la izquierda.

Carlos Salinas, el expresidente que aún desde la sombra complota contra el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, soltó a sus mastines para acosar y ridiculizar al dirigente que como refirió el gobernador Miguel Barbosa, dotó de viabilidad de poder a la izquierda, segmentada entonces por sus facciones irreconciliables.

Primero desde la Corriente Crítica del PRI, luego desde el Frente Democrático Nacional junto con Ifigenia Martínez, Porfirio Muñoz Ledo y otros militantes de partidos que recién se incorporaban a la vida institucional, como Heberto Castillo o Pablo Gómez, se hizo la mayor aportación a la vida democrática en México, aunque la referencia incomode.

 

@FerMaldonadoMX

parabolica.mx escribe Fernando Maldonado